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Lorca, indignado y comprometido

Por Antoni Aguiló *

Acaban de cumplirse 115 años del nacimiento de Federico García Lorca. Lejos de perderse en el tiempo, el recuerdo del poeta y dramaturgo volvió a vibrar recientemente en las calles Madrid. Durante la celebración de un ágora popular en la plaza de Santa Ana, los indignados del 15M colocaron en el monumento a Lorca que preside la plaza un cartel que exhortaba a la indignación y al compromiso sociopolítico, aludiendo a las obras de Hessel que han sacudido conciencias. Nunca sabremos si Lorca habría simpatizado con los indignados. Lo que sí sabemos es que su imaginación artística estuvo acompañada de una actitud de denuncia frente a las injusticias y miserias de su tiempo.

Lorca no fue militante ni dirigente partidario y en más de una ocasión declaró su apartidismo. Refiriéndose a la militancia comunista de Rafael Alberti, Dámaso Alonso pone en boca de Lorca el siguiente comentario: “Yo nunca seré político. Yo soy revolucionario, porque no hay un verdadero poeta que no sea revolucionario”. Ello no significa que abrazara el mito de la neutralidad ideológica y el apoliticismo, a pesar de los denodados esfuerzos del franquismo por despolitizar y edulcorar su figura. Por el contrario, sus gestos públicos, entrevistas, cartas y documentos análogos demuestran que Lorca desarrolló una orientación político-social marcadamente de izquierda. Como artista e intelectual no dejó de implicarse en la agitada vida política de la España atávica y tenebrosa que lo fusiló.

La indignación y el compromiso social y político de Lorca presentan, a mi modo de ver, las siguientes dimensiones:

Indignado con el fascismo y comprometido con la democracia. Lorca adoptó una posición política decididamente antifascista y republicana. Junto a otros intelectuales y artistas firmó a finales de la década de los veinte un manifiesto crítico con la dictadura de Primo de Rivera; en 1933 suscribió una protesta contra la persecución de escritores y la quema de libros por el gobierno nazi; condenó públicamente la invasión del fascismo italiano a Etiopía; se opuso al procesamiento de Manuel Azaña durante el gobierno de Gil Robles; protestó contra la dictadura de Salazar en Portugal; se solidarizó con los perseguidos políticos por el régimen autoritario de Getúlio Vargas en Brasil y criticó la represión estadounidense en Puerto Rico. En vísperas de las elecciones generales de febrero de 1936, firmó, en apoyo a la campaña electoral del Frente Popular, el documento Los intelectuales con el Bloque Popular, cuyos signatarios reivindicaban “la necesidad de un régimen de libertad y de democracia, cuya ausencia se deja sentir lamentablemente en la vida española desde hace dos años”, en alusión al bienio conservador de la CEDA y el Partido Radical.

Indignado con el clasismo y comprometido con los sectores populares. Hirió el orgullo de una burguesía hipócrita y aferrada al pasado, la clase de caciques y terratenientes que lo envidió y denunció, criticando en la prensa que “en Granada se agita actualmente la peor burguesía de España”, y poniendo en evidencia la vacuidad de “los señoritos que tienen en sus casas cuadros con marcos de peluche rojo y clavos dorados”. En Comedia sin título arremetió contra las “gentes de la ciudad, que vivís en la más pobre y triste de las fantasías. Todo lo que hacéis es buscar caminos para no enterarse de nada. Cuando suena el viento, para no entender lo que dice, tocáis la pianola; para no ver el inmenso torrente de lágrimas que nos rodea, cubrís de encajes las ventanas; para poder dormir tranquilos y acallar el perenne grillo de la conciencia, inventáis las casas de caridad”. En 1934, en una entrevista en El Sol, se declaraba “partidario de los pobres que no tienen nada”. Y en 1935 afirmaba en La Voz: “A veces, cuando veo lo que pasa en el mundo, me pregunto: «¿Para qué escribo?» Pero hay que trabajar, trabajar. Trabajar y ayudar al que lo merece. Trabajar aunque piense uno que realiza un esfuerzo inútil. Trabajar como una forma de protesta. Porque el impulso de uno sería gritar todos los días al despertar en un mundo lleno de injusticias y miserias de todo orden: ¡Protesto!”.

La Barraca refleja su compromiso con los sectores populares. Preocupado por cómo el teatro podía servir a la gente, y consciente de su utilidad pedagógica, lo paseó por las plazas de pueblos y ciudades, alejándose del teatro aburguesado, clasista y comercial, a pesar de los insultos y amenazas de la derecha mediática y social.

Indignado con el capitalismo y comprometido con valores socialistas. En los Estados Unidos de la Gran Depresión denunció las formas de vida cosificadoras bajo el capitalismo industrial, retratando los problemas sociales, políticos y económicos de la sociedad estadounidense, como la alienación humana respecto a la naturaleza generada por la mecanización productiva: “Con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo / noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas / y los niños dibujaban escaleras y perspectivas”. La soledad y deshumanización de la vida en la urbe: “Hay un dolor de huecos por el aire sin gente”. Las estratificaciones sociales: “En nueva York se dan cita las razas de toda la tierra, pero chinos, armenios, rusos, alemanes siguen siendo extranjeros”. Y el impacto ecológico de la industrialización: “La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”. En unas charlas sobre su experiencia en Nueva York publicadas póstumamente, declaró que los trabajadores estaban “encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello”. En 1936 reafirmaba en El Heraldo de Madrid su conciencia crítica frente a las desigualdades económicas: “Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. […] El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución”.

Indignado con el racismo y comprometido con la convivencia pacífica entre culturas, religiones y gentes. En 1931 Lorca explicaba así su solidaridad con los marginados: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro”. De este modo, a través de sus versos retrató el mundo social y el dolor del pueblo gitano, representado por la Guardia civil, “que avanza sembrando hogueras”, en cuanto símbolo de represión y violencia. En el Poema del cante jondo y el Romancero gitano nos enseñó a mirar el mundo calé sin prejuicios ni miedos, desterrando los tópicos despreciativos y dignificando humana y artísticamente la figura del gitano, caracterizada como “lo más elevado, lo más profundo y lo más aristocrático de mi país”. La misma identificación con las víctimas está presente en Poeta en Nueva York, donde criticó las acusadas desigualdades sociales y raciales de aquella ciudad, haciendo hincapié en el sufrimiento de los negros, que por su condición subalterna “limpian con la lengua las heridas de los millonarios”, y a los cuales, en contra del sentido común racista dominante, consideró “lo más espiritual y delicado de aquel mundo”. En junio de 1936, frente a las posturas islamófobas y antisemitas apologéticas de “lo español”, declaró que la toma de Granada por los Reyes Católicos “fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre; acobardada”.

Indignado con el machismo y comprometido con la emancipación femenina. Se indignó con los poderes patriarcales que atenazaban la vida de las mujeres, mostrando los prejuicios y represiones cotidianas relacionadas con las identidades de género. Las heroínas lorquianas se debaten entre una tradición asfixiante y sus aspiraciones de libertad. Personajes como Yerma, la novia de Bodas de sangre, Mariana Pineda o la hija menor de Bernarda Alba desafían los códigos de género atribuidos a las mujeres (pasividad, sumisión, maternidad, domesticidad, etc.) y se rebelan contra el destino que la sociedad les ha reservado, reivindicando su libertad y dignidad.

Indignado con la homofobia y comprometido con la liberación homosexual. Su mayor mérito en la lucha contra la homofobia fue intentar escribir abiertamente sobre la homosexualidad en la España de los años veinte y treinta, pasando del “amor oscuro” vivido en la penumbra (“yo te oculto llorando, perseguido”) a reivindicar, contra fuerzas cavernarias muy superiores, el derecho a amar libremente, como en El público, donde se descubre que Julieta es en realidad un muchacho disfrazado de mujer que anhela amar sin fronteras: “A mí no me importan las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar”.

“¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”, se preguntaban los románticos al interrogarse por la relación entre el arte y la vida. La indignación y el compromiso de Lorca contestan por sí solos la pregunta de Hölderlin.

Lorca no fue militante ni dirigente partidario y en más de una ocasión declaró su apartidismo. Refiriéndose a la militancia comunista de Rafael Alberti, Dámaso Alonso pone en boca de Lorca el siguiente comentario: “Yo nunca seré político. Yo soy revolucionario, porque no hay un verdadero poeta que no sea revolucionario”. Ello no significa que abrazara el mito de la neutralidad ideológica y el apoliticismo, a pesar de los denodados esfuerzos del franquismo por despolitizar y edulcorar su figura. Por el contrario, sus gestos públicos, entrevistas, cartas y documentos análogos demuestran que Lorca desarrolló una orientación político-social marcadamente de izquierda. Como artista e intelectual no dejó de implicarse en la agitada vida política de la España atávica y tenebrosa que lo fusiló

* Antoni Aguiló es filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra

Publicado originalmente aquí.

Antoni Aguiló