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Lo que le debemos a Asturias

Lo que le debemos a Asturias es nada más y nada menos que el conocimiento y reconocimiento de su obra.

Marcela Gereda

Estos días de primeras lluvias y cuando, le viene bien la compañía a la abuelita, en su reposo por una fractura, aprovecho mientras duerme, para husmear un poco en sus libros; descifrar su pasión por las letras. Y mientras se refugia en el sueño, le agradezco eso: el gusto por la literatura.

Hay algo en el choque de la lluvia contra el suelo, o en la humedad del aire, pero es en el paso de las páginas que, uno a uno los voy hojeando y desempolvando. Y es en ese de pasta suave y abrasado por el sol que me detengo. Entonces releo la leyenda del volcán y las Leyendas de Guatemala, y no puedo evitar volverme a emocionar, volver a soñar, porque en medio del hastío de los periódicos y de sabernos un pueblo desubicado y tuerto, ahí está Miguel Ángel, eternizando las referencias fundamentales que los chapines no hemos sabido ver ni asumir.

Lo nuestro más bien ha sido siempre el ninguneo y el destierro. ¿A quién jodidos se le ocurre obligarnos a leer a MAA, ese de quien se dice que en su obra mora la referencia y clave de nuestra perdida e indescifrable identidad? (ese mismo que llegó a Europa y cuando se dispuso escribir con originalidad, plantearse con algo inédito que Occidente no le daba, fue original a través de explorar y atrapar esencias y raíces guatemaltecas).

Lo cierto es que el próximo año se cumplen cincuenta años del Premio Nobel de Asturias obtenido en 1967. Medio siglo no ha sido suficiente para que este país abrace y enaltezca al escritor como un referente imprescindible para imaginar y forjar nuestra propia identidad nacional.

Lo nuestro más bien ha sido siempre el ninguneo y el destierro. ¿A quién jodidos se le ocurre obligarnos a leer a MAA, ese de quien se dice que en su obra mora la referencia y clave de nuestra perdida e indescifrable identidad?

A la chapinada más bien le da por refugiarse en los lugares comunes “ay muy racista”, “ay muy borracho”, “ay muy aburrido”, “ay muy barroco”, “ay muy comunista”. Cualquier pretexto para no entrarle a este ser de cuya prosa se desprenden nada más y nada menos que los mundos más mágicos y proféticos de esta tierra de ensueño, capaz de cobijar los paisajes más sobrecogedores con la violencia más atroz.

En medio de la lluvia y de todas esas hojas alegres que brotan de los viejos y sabios encinos, a mí me da por indagarle a esa magia del trópico que tanto supo amar y observar Miguel Ángel: ¿cómo sería Guatemala si todos conociéramos a nuestro Nobel?, ¿cambiarían las relaciones entre nosotros si fuéramos capaces de comprender las raíces de nuestra identidad?, ¿seríamos capaces de por fin y de una vez por todas aprender a valorar algo de la materia prima de la que estamos hechos?

Aquí el pénsum de la carrera de antropología tendría que pasar necesariamente por leer a Asturias. Pero la apatía es profunda y generalizada en casi todas las esferas, más aún, en el Gobierno o en las elites, un desprecio alucinante a todo lo que tenga que ver con ese material de lo que cualquier sociedad o persona está hecha: la cultura. La cultura nace necesariamente de las raíces y, por ser guatemaltecos, nuestras raíces son indígenas –acrisoladas por el componente de pueblos de inmigrantes. Pero la base es indígena.

Creo que es desde ahí que se puede rescatar y descubrir los destellos de vida y esperanza que laten subliminalmente en nuestra sociedad. Es a través de esa obra bestial que podemos volver a intentar relacionar la cultura como patrón de conducta a través de una historia y no como una invención postiza.

Miguel Ángel con su fina pluma nos muestra que soñar a Guatemala es solo idéntico a soñar a Guatemala: siempre es a colores y en medio del caos y enfermedad que nos caracteriza, es también a sonidos precisos y únicos… o para quien rehuye las temáticas conflictivas, su literatura es simplemente dejarse seducir a sentir el alud de palabras, la riqueza imaginativa, la fuerza poética con la que Asturias da forma a diversas realidades.

Moverse en este trópico es moverse en el tiempo. Desandar los siglos. Es esperar, enigmas revelados por MAA: “Los árboles hechizan la ciudad entera. La tela delgadísima del sueño se puebla de sombras que la hacen temblar. Ronda por Casa-Mata la Tatuana. El Sombrerón recorre los portales…”.

Medio siglo de abandono es demasiado para un gigante de su tamaño, momento para conocer la cacofónica voz del ensueño que sigue esperando el regreso del fuego verde sobre la lengua de los guatemaltecos.

Lo que le debemos a Asturias es nada más y nada menos que el conocimiento y reconocimiento de su obra, es decir, la prosa de la que se desprende la imagen que el espejo nos devuelve, la radiografía existencial de la condición de mestizos que nos habita.

Medio siglo de abandono es demasiado para un gigante de su tamaño, momento para conocer la cacofónica voz del ensueño que sigue esperando el regreso del fuego verde sobre la lengua de los guatemaltecos.

Fuente: [http://elperiodico.com.gt/2016/05/02/opinion/lo-que-le-debemos-a-asturias/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcela Gereda
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