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Libre mercado en las calles de La Antigua

lucha libre

Lucía Escobar
@liberalucha

Salgo a caminar en un día cualquiera lleno de gente, de extranjeros maravillados ante el poderío colonial de la ciudad más turística del país. Pero algo en el ambiente se siente tenso. El aire está pesado, y no es solo por el calor. Hay más policías que de costumbre. En las esquinas se ven grupos de militares presumiendo armas de guerra. No se respira paz.

El sol está cayendo y de pronto veo alguna gente caminando más rápido de lo normal con movimientos poco comunes. Hay una pequeña estampida de vendedores callejeros. Siento que mi corazón se acelera. Se activa mi alarma del miedo. Varias señoras cargan a sus hijos en brazos, jalonean a otros y llevan sus chunches agarrados con fuerza. Pasan diciéndole a quienes siguen vendiendo tranquilos en las banquetas que se muevan, que ya viene la policía atrás de ellos. La mayoría son indígenas de distintas regiones del país que llegan a este gran mercado gigante en que se convirtió La Antigua Guatemala para ganarse la vida.

Celulares, cargadores, chicles, dulces, bufandas, suéteres, hüipiles, lámparas de rayos láser, palos para selfis, cigarros, marihuana, helados, elotes asados, bisutería barata, trenzado de pelo, fruta en bolsa, burbujas de jabón y más. Lo único que no venden en el parque son libros, ni siquiera para la feria. El gran legado de Susana de la Ausencia es haber acabado con una tradición literaria e intelectual de décadas en Antigua Guatemala.

Caminar en el parque central es sortear desde evangelistas hasta lustradores, fotógrafos, operadores turísticos y todo tipo de vendedores. O les digo mejor emprendedores.

El acoso comercial es variado y constante. Lo hacen todos. La publicidad es invasiva: bocinas a todo volumen, vallas publicitarias que contaminan el paisaje y tapan los volcanes con sus imprudencias mercantiles. Nadie puede negar que las ventas callejeras están descontroladas.

Pero hasta el momento, las municipalidades no han encontrado una solución para la economía informal. Ni Arzú omnipotente pudo con las ventas en la sexta avenida, ni está lográndolo su pupila Asencio en La Antigua. Para estas mentes coloniales la única solución con los vendedores informales pasa por perseguirlos, decomisarles la mercadería, echarlos y desaparecerlos. Es obvio que esa no es una solución. Los vendedores se multiplican. Es moverlos hacia el norte y salen cientos del sur. Es imposible detener a tantos trabajadores clamando por una oportunidad, gente dispuesta a fajarse la vida en la calle con tal de llenarle la panza los suyos. Caminan bajo el sol, comen en el suelo, mean y cagan detrás de los carros, muchos duermen acurrucados bajo un portal porque no alcanza para pagar un hotel. Compran y venden. Trabajan. La mayoría apreciaría más estabilidad, formalidad, mejorar, hacer crecer su negocio, quizá legalizarlo, tener un local.

Los vendedores ambulantes son pueblo trabajador, no se quedan sentados esperando que la comida les caiga del cielo. No piden permiso para ganarse la vida. Incorporar toda esa fuerza trabajadora a la economía del país, es un gran reto que urge asumir.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/08/08/libre-mercado-en-las-calles-de-la-antigua/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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