Carlos López
Al heroico pueblo palestino
La tradición no es la adoración de las
cenizas, sino la preservación del fuego.
Gustav Mahler
I
Desde el primer libro publicado, Leyendas de Guatemala (1930), hasta el póstumo El árbol de la cruz (1993), Miguel Ángel Asturias, poeta, novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo, periodista, libretista de ópera, el más grande y completo escritor de Guatemala desarrolló un estilo propio, creó un universo a partir del mítico pueblo maya-quiché, hizo universal a la lacerada, amorosa Guatemala que llevaba a flor de piel.
Leer a Asturias es leer la realidad guatemalteca, oír a su pueblo con sus contradicciones, claroscuros, en las simas y en las cumbres, en la duermevela, en la esperanza. Releerlo es ir tras el disfrute del arte que es capaz de extraer de la sordidez, del terror, del hambre; también es adquirir conocimiento, conciencia, rebeldía, sabiduría. El escritor, como mago/brujito, nos entregó en cada libro un banquete lingüístico. El oído privilegiado, parabólico de Asturias logró lo que muy pocos escritores en el mundo han convertido en literatura con fortuna; muchos fracasaron al querer atrapar el habla popular, que caricaturizaron. En Asturias es lo característico: oír al leer, y no sólo como recurso literario; el lenguaje asturiano fluye de manera natural como un torrente, como un volcán en ebullición.
El Gran Lengua —epíteto que hizo suyo Asturias para ser la voz de la tribu— poetizó para el mundo la cultura guatemalteca, modernizó la narrativa de América Latina, fue pionero del realismo mágico y del Boom Literario, influyó en la cultura occidental. Todo, desde la simiente; solo, sin hacer capillas o mafias literarias; sólo con su talento, con su trabajo.
La generosidad de Asturias —compasivo, misericordioso, ferviente católico practicante (cuando fue a ver al papa Pablo VI lo único que le pidió fue que canonizaran al Hermano Pedro, de Antigua Guatemala, y con el dinero que le otorgaron con el Premio Lenin de la Paz en 1965 le mandó a hacer una capa de oro al Jesús de la Candelaria, que él cargaba de joven vestido de cucurucho)— es descrita por Luis Harss: «Asturias ha hecho de su obra una especie de tribunal de apelaciones, refugio de los humildes con sus penas anónimas, templo de piedad y justicia donde claman las voces de los desposeídos. Y él, solidario y fraterno, los ha escuchado siempre». Aun en su lecho de muerte, en Madrid, Asturias pidió que les restituyeran sus tierras a los indígenas despojados de todo, hasta de su dignidad de seres humanos. Se murió pensando en las injusticias de su país. En toda su obra se refleja su conciencia social; no sólo fue el vocero de su pueblo; también fue un guardián del habla guatemalteca, fuente inagotable de conocimiento. En la última entrevista concedida afirmó: «Jamás imaginé tener el Premio Nobel, porque ocurre que cuando yo regresé a mi país, publiqué Viento fuerte, después El papa verde, Los ojos de los enterrados, después Week-end en Guatemala, entonces me di cuenta de que al escritor le quedan dos caminos: uno, ponerse la camisa de los pobres, la camisa de su pueblo, y dos, ponerse la casaca de los lacayos, de los que van a rendir culto a los opresores. […] Éstos inmediatamente se llenan el pecho con toda clase de condecoraciones y premios. Los que tomamos el camino de la camisa rota del pueblo no [albergamos] esperanzas de tener otro premio que no sea el de estar defendiendo a nuestra gente».
Toda su obra es un clamor. Asturias jamás separó la visión social de la literaria. Pero no sólo eso. Lo hizo de una manera extraordinaria en un medio donde se narraba desde el folclore costumbrista, exótico, lastimero, perdonavidas. Respetó la dignidad, la cultura milenaria de sus personajes indígenas. Con la magia de su idiolecto, con la invención de neologismos, con el realismo mágico del Popol vuh —un libro fundamental en su formación, que, además, tradujo en París— creó una obra original que nadie puede imitar. Asturias sabía de la dimensión mítica del mundo, de las raíces y de la herencia que le dejó el Popol vuh y que asumió como lo que es, un libro primordial, fundador de la cultura guatemalteca.
La obra de Asturias emprende un camino opuesto a lo esperado. Leerlo es ir de una sorpresa a otra, pero éstas no se presentan como novedades que tratan de entretener al lector, sino como un terreno construido con diversos estratos riquísimos donde pueden hallarse multiplicidades, tal como sucede en la vida.
Las virtudes de Asturias son innumerables por su manera de abordar la escritura como un encantamiento, es decir que su musicalidad e imágenes nos embriagan, nos dan una miel a la que no podemos resistirnos, pero una vez adentro se encuentran universos que dan a luz a otros. Lo que Asturias hace, entre otras cosas, es el elogio de la cultura indígena maya-quiché en su misterio y sabiduría, pero no de una manera aleccionadora, lo hace como una constatación de sus maravillas, de su conocimiento de la existencia y con lo mejor que tiene, el lenguaje. Asturias acrecienta la lengua, la ensancha, la mayoría de las veces con hipérboles (sus favoritas), prosopopeyas, vocablos arcaicos, neologismos, metáforas, pero en ocasiones lo hace sólo al nombrar lo existente; entonces descubrimos que las palabras son el espejo de una sapiencia interminable desplegada en la selva: «La yegua blanca parecía lamer, como sal de mar, el sueño de Lorenzo. Su cabeza apenas recostada en la almohada de hierbas secas, formada con ecos, secos, ecos secos, secos ecos, ecos, ecos, ecos, ecos, fue de otro cuerpo, de un cuerpo dormido, arrojado al suelo tan a lo largo que parecía haber crecido durante el sueño». Sueño y encantamiento, vigilia y asombro, diálogo-oración con la tierra, con sus dones, con sus dioses, con sus cielos, ecos del tremor en el que vivían los habitantes de las etnias primigenias de lo que mucho tiempo después fue nombrado Guatemala.
La naturaleza es una de las musas de Asturias, una naturaleza en constante transformación y con una intermitencia que sólo los indígenas conocen porque se saben parte de ella, no están diferenciados de la creación que en su continuidad implica retos, peligros, pero también consuelo, alimento, cura. Asturias celebra a la Diosa Blanca porque su conocimiento de ella es profundo, en su escritura es posible encontrar lo ilimitado de la vida, plantas y animales, mares, temblores, fuego aparecen todo el tiempo, su presencia es tan importante como la de los seres humanos y no son sólo el acompañamiento o un escenario donde transcurren las historias.
La naturaleza en Asturias es tantas cosas: el encuentro con la muerte y la regeneración, pero asimismo el lugar de las imaginaciones más variadas, el lugar de las operaciones mágicas. Él sabe que «sólo la magia desata la realidad que nos ata a lo poco que somos, a lo poco que valemos, a lo poco que podemos y multiplica alianzas con lo desconocido y medios de ataque insospechados». En ella, «en los chorros de flores mitigan su deseo de Dios los colibríes».
Sus libros dan la sensación de totalidad, de que lo más importante de la vida está ahí. Su trascendencia en parte radica en que no limita su narrativa a los seres humanos. Los personajes, sobre todo los conquistadores en Maladrón, son más pequeños que el espacio que pretenden dominar, no sólo por su estatura física, sino por la torpeza y desmesura de sus ambiciones, por su desconocimiento del entorno y por la orfandad intrínseca que padecen, faltos de visión y movidos por una confusa codicia. El humor que el novelista guatemalteco despliega en este drama farsicotragicómico —también el que brota de Viernes de Dolores— es desopilante, pero no es un humor banal que genera conformismo sino resistencia.
Asturias es un poeta intuitivo, sabio; también un narrador portentoso, cualidades nada comunes en la actualidad. ¿Cómo conjunta el despliegue de la poesía y la acción narrativa? En sus libros, ninguno de estos elementos se viene abajo, es muy notable cómo logra sostener el esplendor con los múltiples recursos poéticos y con la narración épica donde la acción mantiene en alerta a los lectores sin permitir que se distraigan. Sus libros embelesan porque en cada sedimento hay tesoros: la inventiva del lenguaje, el uso de todo tipo de palabras, la lucidez para retratar las debilidades humanas, la profusión de la vida, la guerra entre mundos que se oponen pero que también se complementan. La intensidad como retrato del bullicio vital.
Ninguna literatura es inocente, Asturias lo sabía. Así como en tantas culturas oprimidas las personas se las han ingeniado para transmitirse mensajes ocultos de rebeldía, así el escritor comunica más de lo que lo hace en apariencia. La hermosura de sus narraciones hechiza y podemos quedarnos ahí, pero hay mucho más de fondo. El mensaje está encriptado para quienes no saben verlo, pero ahí hay emancipación, un señalamiento puntual de las injusticias sociales. Asturias no es un poeta propagandista de ideologías o religiones; sin embargo, su mensaje llega. En su literatura no hay grandilocuencia y sí esplendidez, lo exuberante de sus construcciones lingüísticas es la cornucopia infinita. Su sentido de juego hace que también encontremos subversión en el humor, en la risa, en la alegría de estar vivos, porque sus libros también son festivos, cantos a la vida.
Asturias miró hacia atrás para iluminarse con el origen porque ahí está lo que nos falta. Su investigación antropológica penetró en todo su ser y ya no se trató de un conocimiento de escritorio, sino de una sapiencia de carne y hueso. Si algo tiene la cultura maya-quiché y, en general, los pueblos indígenas, es la cognición y el respeto por todo lo viviente, ellos saben relacionarse bien con el entorno y a través de ritos y ceremonias veneran la tierra que les otorga tanto, además saben acerca del tejido del que todos formamos parte.
Con la tala de los árboles y la extinción de muchas especies vegetales y animales vamos perdiendo hábitat y por lo tanto perdemos también lenguaje. Son acciones que se corresponden. Si hay menos mundo, hay menos palabras. El legado de Asturias está en la preservación de un lenguaje que cada vez se nos achica más y se nos escapa, por esto es indispensable mantener vigente la lectura de sus libros. En Leyendas de Guatemala, nos dice: «Los árboles respiran el aliento de las personas que habitan las ciudades enterradas, […] y por eso a su sombra se aconsejan los que tienen que resolver casos de conciencia, los enamorados alivian su pena, se orientan los romeros perdidos del camino y reciben inspiración los poetas».
Hoy, leer a Asturias es un acto liberador por varias razones y hay mucho que aprenderle. En sus libros hay savia, energía que late, que mueve todo, el lenguaje, las acciones de los hombres, una energía erótica que une y que también saca chispas cuando hay fuerzas opuestas que chocan, pero que con su pugna dan luz a lo inédito, dan equilibrio al universo, a «ciudades sonoras como mares abiertos». «Bajo el amor de los almendros el barro huele a carne de mujer», «las mujeres mecen el cántaro con la cadera llena», «y en Antigua, ciudad de iglesias, se siente una gran necesidad de pecar», dice en Leyendas de Guatemala.
Si dedicamos atención a sus libros él nos devuelve el doble, su generosidad es avasallante porque nos lleva de nuevo al valor mítico que nos hace reconocer lo sagrado del mundo; nos restituye la capacidad de imaginar, de nombrar, de deleitarnos con las más variadas palabras que aluden al caudal que todavía nos otorga la tierra; nos restaura el amor a todo lo circundante y nos quita el triste antropocentrismo en el que vivimos. Hay que decir que la sinuosidad de sus poderes narrativos nos sitúa dentro de una orquesta hechizada donde cada elemento es importante y nos recuerda que la vida es el crisol donde se mezclan los colores, los sabores, las texturas más variadas.
Asturias no separa, no clasifica, no racionaliza, mezcla todo; él lo reconoció alguna vez: «Mis libros se parecen a los murales de México, donde todo está mezclado: campesinos, liebres, arzobispos, aventureros, mujeres de la vida. Y también nuestra naturaleza, inmensas pampas o inmensos bosques donde sólo somos pobres seres perdidos». El conjunto de su obra es un grito desde Xibalbá, el inframundo maya-quiché, por la libertad; un canto totalizador de una realidad mínima pero total, de una porción de territorio mínimo, Guatemala, y un subcontinente latinoamericano que su mirada abarcaba desde la sinceridad, la honestidad, la integridad intelectual.
En ese gran mural inclasificable, indivisible en taxonomías o temáticas, lo que subyace es la poesía, el florilegio verbal, la ausencia de una voz individual; a la manera de la tradición comunitaria, herencia de las veintitrés etnias originarias de Guatemala, legado de la increíble, por fantástica, cultura maya, lo que se oye es una voz colectiva.
Sobre esta influencia en su creación, que nunca dejó de reconocer, Asturias afirmó: «Un indígena o un mestizo en una pequeña aldea podría describir cómo vio una enorme piedra convertirse en una persona o un gigante, o una nube en una piedra. Eso no es una realidad tangible, sino que implica una comprensión de las fuerzas sobrenaturales. Por eso, cuando tengo que darle una etiqueta literaria, lo llamo “realismo mágico”».
La primera obra de creación de Asturias, El señor presidente (aunque la primera publicada fue Leyendas de Guatemala, el estudiante de ciencias jurídicas y sociales empezó en diciembre de 1922 en Guatemala, siguió en París en noviembre de 1925 y concluyó el 8 de diciembre de 1932 en París su Tohil, como le llamó cuando decidió convertir en relato de largo aliento el cuento «Los mendigos políticos») es una prueba de que el escritor nació con el don de la palabra; nació, no se hizo poeta. Realizó estudios de medicina, pero pronto los abandonó para cursar la carrera de derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala. En Londres empezó estudios de economía y en la Sorbona, de París, de antropología. No estudió literatura de manera formal, pero poseyó la técnica, el conocimiento, la destreza de manera natural, exacta, trepidante, totalizadora en su concepción del mundo. Los 440 artículos publicados en El Imparcial, de Guatemala, recogidos en el volumen París 1924-1933, periodismo y creación, fueron su escuela, lo forjaron, se convirtieron en el venero de su inventiva futura; llenos de nostalgia, de libertad, de coraje, sus escritos periodísticos son su trinchera para criticar a Dios y al mundo; de su severa mirada no se salva nadie, nada.
La originalidad de El señor presidente se aprecia y es reconocida no sólo por los estudiosos de la literatura escrita en español, sino por los creadores, sobre todo de América Latina. En este relato pionero del retrato del dictador, éste aparece sólo de manera fugaz, sin nombre, aunque su sombra, su terror está en todos lados, a todas horas.
Historia, mito, leyenda, cuento, poesía, tradición se conjuntan en Leyendas de Guatemala, pero, sobre todo, la poesía. Su primera obra publicada incluye al final una obra de teatro. La mirada profunda del autor va a lo ontológico, a lo epistemológico; afloran en sus pequeñas piezas de arte las obsesiones maravillosas que luego desarrollará como grandes murales al estilo de los pintores mayas.
Hombres de maíz, su obra cumbre, es también un libro de poesía aunque todos la conocen como novela, poenovela que resuena mucho tiempo después de leída entre los mejores recuerdos de la buena literatura.
Miguel Ángel Asturias canta a la vida sin remilgos y con la más alta belleza nos reintegra al ritmo del Cosmos.
II
La generosidad de Asturias trascendió lo inmediato. En 1974, poco antes de morir, donó sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de París y fundó la Asociación Archivos de la Literatura Latinoamericana, del Caribe y Africana del Siglo XX, que se dedica a salvaguardar el legado de los grandes autores del siglo pasado. Este gesto pionero, único en el mundo, dio lugar a la Colección Archivos, empresa editorial que publicó obras monumentales de la literatura. Este legado a la humanidad de parte de Asturias, lo remarca Amos Segala, director de dicha Colección: «Para valorar la generosidad de este gesto, recordemos que Asturias había recibido ofrecimiento de hasta 100,000 dólares por una parte de sus archivos, de instituciones como la Universidad de Boston». Para dimensionar el valor económico de una obra contemporánea de Asturias, recordemos el caso del gobierno francés que aceptó dinero de la viuda sirio-francesa Nahed Ojjeh, cuyo multimillonario esposo, Akram Ojjeh, hizo fortuna con el comercio de armas, para que la Biblioteca Nacional de Francia adquiriera el original de la novela autobiográfica Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, escrita en 1932, que fue subastada el 15 de mayo por la Casa Piasa en un millón 800 mil dólares. La novela consta de 876 páginas de borradores y copias en limpio; cada página costó 2,055 dólares. Otro ejemplo de alguien que nació igual que Asturias, en 1899, y que estuvo entre los finalistas (igual que Graham Greene) del Premio Nobel de Literatura junto a Asturias, es el de Jorge Luis Borges, de quien la Biblioteca Nacional de Madrid adquirió el manuscrito en tarjetas postales y pequeños pedazos de papel de «El aleph» que Estela Canto, exnovia de Borges, vendió a la galería Sotheby’s de Nueva York, en 1985, en 27 mil dólares.
El legado de Asturias no es sólo literario; en su obra también se refleja su posición política, su visión de los problemas inmediatos del país y del mundo. En la vida real tuvo un activismo, una lucha tenaz, pocas veces reconocida, contra las dictaduras sucesivas guatemaltecas de cualquier signo. Claude Couffon reproduce en la presentación de Viernes de Dolores, «Revolución», un artículo de Asturias aparecido el 31 de diciembre de 1921 en Claridad: «La juventud está obligada a dar el último puntapié a tanta mentira que pugna atrevidamente por echar raíces en los terrenos de un siglo por excelencia revolucionario.
«La hora actual no se conforma con mentiras. La hora actual no es de los militares. La hora actual no es de los políticos profesionales. La hora actual es de la juventud, es de los obreros.
«A la juventud, que no ha de seguir pasivamente detrás de las multitudes que explotan los políticos y fanatizan los dogmas, corresponde levantar la bandera revolucionaria. Los ideales deben responder en esta hora a las clarinadas de Rusia, México y Buenos Aires, donde la juventud ha levantado su voz contra las comedias que, con etiquetas de democráticas, se representan en escenarios que gravitan sobre los hombres del pueblo, dando al traste con los políticos, liberales en la oposición y conservadores en el poder, con los dogmas que eran bien cuando ninguno se tomaba la molestia de pensar y con los militares que son y serán siempre el sostén de los intereses de la burguesía. La verdadera democracia se abre paso y en la oscuridad de la noche en que principiara el siglo xx apuntan los primeros albores de un credo redentor.
«La democracia falseada, sostenida sobre cañones y bayonetas, donde los políticos de profesión juegan sube y baja o se erigen en directores de pueblos mientras se llenan los bolsillos, donde liberales y conservadores están atados por el estómago. La democracia de asambleas que se esgrimen como armas de partido y obligan los intereses del pueblo. La democracia de cuartel. La democracia donde se favorece al capitalista, en tanto el proletariado muere de hambre y no obstante se le explota con servicios obligatorios y contribuciones forzosas. La democracia donde al mozo se le paga un jornal nimio y al patrón corresponden todas las ganancias. La democracia que tiene en su presupuesto signados millones de pesos para el ramo de guerra y sumas ridículas para instrucción pública debe sustituirse por democracia perfecta hasta donde sea posible en el concepto humano, donde, para no decir más, pesen igualmente el capital y el trabajo y se pague más a los maestros que a los generales.
«El obrero, a quien se ha engañado una y mil veces con falsas promesas e ilusorias garantías, debe separarse de los partidos políticos para construir un partido obrero que exija el derecho que tiene en la dirección de los pueblos.
«Es necesaria la revolución de las ideas para no quedarse estancados en formas viciadas, poco conformes con las necesidades de la hora presente, cuando conservadores y liberales han defraudado las esperanzas del pueblo y, lo que es peor, comulgando con una democracia donde cada presidente, cada jefe político y cada ministro se convierten en mandarines y hay un buen número de leyes que los abogados saben interpretar y aplicar para hundir a cualquier hijo de vecino que se atreva contra las instituciones sarcásticamente llamadas democráticas.
«La hora actual es de la juventud y los obreros, que deben constituir ese gran frente y levantar el estandarte de la revolución social».
En 1922, un año después de su escrito valeroso, claro, contundente, Miguel Ángel Asturias y sus compañeros fundaron la Universidad Popular, que tenía como objetivo educar a los trabajadores con propuestas pedagógicas progresistas, novedosas, democráticas; que buscaba formar personas libres. Por eso fue cerrada por el dictador de turno, Jorge Ubico, en 1933.
En Viernes de Dolores Asturias narra sus peripecias estudiantiles en la Universidad de San Carlos. Es un libro distinto, como todos los que escribió, y el más personal. También, uno de los más realistas (ahora que nada existe si no es con etiqueta, ¿se han puesto a pensar los académicos etiquetadores que Asturias puede ser uno de los iniciadores del realismo sucio?) y de los más festivos. El trabajo en la organización estudiantil y en las protestas para derrocar a Manuel Estrada Cabrera, en la Asociación de Estudiantes El Derecho, en la Huelga de Dolores (es uno de los autores de «La chalana», la canción de guerra de los estudiantes sancarlistas hasta la fecha), en encuentros internacionales de estudiantes fue importante y valiente, dadas las características de la tiranía que le tocó enfrentar. Su trabajo no sólo fue intelectual, de creación literaria, sino de activismo revolucionario.
Pese a haber preconizado (tal vez sin haberlo leído a profundidad) que Asturias tenía en su contra estar «limitado a la temática revolucionaria»,en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura 1967, Anders Österling, el presidente del comité para el otorgamiento del palmarés de la Academia Sueca, reconoció: «Se le otorga el Premio Nobel a Miguel Ángel Asturias por la defensa que ha realizado de los peones y de la gente trabajadora de su país, y porque puso la poesía al servicio del hombre». Asturias fue un hombre al servicio de la poesía —que impregnó toda su obra— que acompaña a quienes han luchado y luchan por transformar Guatemala. Sus libros siguen vivos porque hay lectores que se sienten arropados por su genio, por su portentosa creación.
Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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