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Las letras «W», «Y», «Z»

Sobre Wall Street, los yanquis y Zeus todopoderoso.

Mario Roberto Morales

En las últimas tres letras de su célebre Diccionario del diablo, el temible escritor satírico estadounidense Ambrose Bierce se ensaña con sus compatriotas. En la letra “W”, define a Wall Street como “Símbolo de pecado para la imprecación de todos los demonios”, y luego afirma que la visión de esta calle como “una cueva de ladrones, conforma la creencia con la que todo ladrón sin éxito sustituye su esperanza de ir al cielo”. O sea que es un paraíso de consolación para quienes siendo demasiado cobardes como para robar a mano armada, lo hacen especulando con el dinero ajeno, como los banqueros.

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Después, en la letra “Y”, Bierce define el vocablo Yanqui e indica que “En Europa, es un estadounidense; en los Estados norteños de Estados Unidos es un habitante de Nueva Inglaterra; en los Estados sureños, la palabra es desconocida en su forma principal aunque no en su variante ‘¡fuera, yanqui!’”. Lo cual nos recuerda una expresión similar muy usada en estos tórridos trópicos delirantes, sobre todo durante nuestra tortuosa etapa de Banana Republics, pues los crueles comunistas (¡oh!), los horribles obreros, campesinos y estudiantes (¡agh!) y los diabólicos guerrilleros (¡Jesús!) solían escribir la frase sobre los muros de la propiedad privada (¡y en inglés, Virgen santísima!), así: Yankee go home! A esto ya no pudo referirse Bierce. Aunque no hay que olvidar que fue durante la Revolución Mexicana —en cuyo fragor nuestro septuagenario lexicógrafo desapareció buscando a Pancho Villa para unírsele— cuando, dicen algunos, a los soldados del general Pershing (quienes con chaquetas verdes perseguían a Villa en territorio mexicano después de que éste arrasara un pueblo en Texas), los lugareños les gritaban: Green go!” En estos trópicos, “yanqui” y “gringo” son la misma cosa, aunque ya se sabe que a sus famélicos e ignaros habitantes no los asiste el rigor de la lexicografía.

Por último, en la letra “Z”, Bierce define a Zeus como “Rey de los dioses griegos, adorado por los romanos como Júpiter y por los estadounidenses como Dios, Oro, Plebe y Perro. Algunos exploradores que han llegado a playas de Estados Unidos, entre ellos uno que asegura haberse internado en el terreno una considerable distancia, piensan que esos cuatro nombres representan a cuatro divinidades separadas. Pero en su inmortal obra Creencias que perviven, Frumpp insiste en que los nativos de este lugar son monoteístas, y que ninguno tiene otro dios que sí mismo, a quien adora bajo muchos nombres sagrados”.

Aquí vemos cómo Zeus le sirve a Bierce para sugerir un análisis psicológico de sus compatriotas. Porque si aquellos no tienen más dios que sí mismos y a la vez ese dios se separa en cuatro deidades diferentes como parte de su extraño monoteísmo, el diagnóstico clínico indicaría una especie de esquizofrenia “divina”. Aunque, si nos atenemos al criterio de un raro espécimen llamado Woody Allen, quizá todo quede en un simple narcisismo por frustración terrenal. Me explico. En una de sus películas, Allen encarna a un personaje famoso a quien alguien le pregunta si es narcisista. Él responde que no, y explica que si tuviera que escoger en el Olimpo a un dios que lo representara, nunca elegiría a Narciso. El entrevistador insiste y le pregunta que a qué deidad escogería. Él, con sus conocidos ojos perrunos —parapetados tras gruesos lentes de carey—, responde en voz baja y con la más sincera falsa modestia: “Eh… a Zeus”.

Mario Roberto Morales
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