De pueblos envilecidos, elecciones, libertad y democracia.
Dice Nietzsche que “La ventaja de la mala memoria es que se disfruta varias veces de las mismas cosas por primera vez”. Cualquiera pensaría que este aforismo sólo es aplicable a la demencia senil, pero, bien pensadas las cosas, también puede expresar el estado mental de pueblos envilecidos por la explotación, la ignorancia y la opresión, uno de cuyos resultados es la ausencia de memoria histórica. Pues ¿qué memoria histórica puede tener un pueblo al que se le niega el acceso al conocimiento de su propio trayecto? El rédito hedonista de gozar varias veces de lo mismo por primera vez, se paga, como vemos, con la muerte de la propia inteligencia.
El burro al que se le pone una zanahoria por delante para que trote, olvida su repetida experiencia de que no puede alcanzarla, pues ignora que pende de una estaca que lleva atada a la cabeza. Algo parecido ocurre con la ilusión de libertad, democracia y ciudadanía que un pueblo ignorante saborea cada vez que se le azuza para que participe en la “fiesta cívica” de las votaciones. Este pueblo olvida la experiencia anterior de haber sido políticamente estafado porque ignora que la libertad, la democracia y la ciudadanía sólo son posibles si él es sujeto activo de una educación laica, gratuita y obligatoria que lo formaría como ciudadano, es decir, como una persona capaz de relacionarse críticamente con el poder político concentrado en el Estado y sus instituciones, de las cuales él sería responsable como elector consciente. Pero mientras ese pueblo ignore esto, cada vez que vote sólo estará persiguiendo la zanahoria del pobre burro engañado.
Por esto dice Nietzsche también que “Nuestro carácter está determinado más aún por la ausencia de ciertas experiencias que por lo que hemos vivido”. En otras palabras, el carácter ilusionado del ignorante proviene –como es obvio– no del conocimiento que tiene cuanto del que carece. Por eso los pueblos envilecidos por la explotación, la ignorancia y la opresión disfrutan tanto preciándose de su “democracia”. Ya lo dice el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Y esto se aplica a todos sin distinción, ya que el atraso de estos pueblos es estructural, de modo que la ignorancia afecta tanto a las clases “altas” como a las “bajas”. Lo cual explica por qué sus estamentos políticos están motivados por la ambición personal y no por la posibilidad de elevar las condiciones de vida de todos, que es la función que la ciudadanía espera que cumplan los políticos.
En los países envilecidos es en donde mejor se cumple esta otra sentencia de nuestro agudo filósofo: “Todos quieren llegar hasta el trono; en esto consiste su locura: como si la felicidad estuviera en los tronos. Muchas veces hay cieno en el trono y, a menudo, también está el trono en el cieno”. En nuestro caso, el trono está en el cieno y por eso hay cieno en el trono. La metáfora monárquica expresa la imposibilidad de erigir la democracia política sobre una base económica oligárquica y feudal, cuya élite constituye –por su mercantilismo y sus prácticas monopólicas– el principal obstáculo para un desarrollo basado en la igualdad de oportunidades y la libre competencia. Este es el cieno sobre el que se pretende ejercer la justicia, y en el que se encuentra hundido el trono del remedo de república que pomposamente proclamamos libre, soberana e independiente.
Es hora de que los escasos ciudadanos críticos desistan de su fingida amnesia y se organicen para fundar la democracia. Tienen cuatro cortos años.
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