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A Roberto Sosa, quien dijo: “La historia de Honduras se puede escribir en un fusil, sobre un balazo, o mejor, dentro de una gota de sangre”.

Gracias a la solidaridad de la institucionalidad democrática internacional ―sobre todo la de la OEA― y a la gestión de los presidentes de Colombia y Venezuela, pero básicamente debido a la sostenida agitación del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), el derrocado presidente de Honduras Manuel Zelaya regresó a su país en medio de la aclamación de decenas de miles de seguidores, todo lo cual evidenció ante el mundo la rotunda victoria del orden constitucional y el Estado de derecho hondureños, sobre la intentona fascista de revivir el golpe de Estado como mecanismo de dominación oligárquico-militar, ante el auge de las democracias populares y la bancarrota del neoliberalismo en América Latina.

El hepático golpista Roberto Micheletti ―admirado por el ala ultraderechista de la jerarquía de la Universidad Francisco Marroquín (UFM), cuyos miembros no sólo dirigen la fascista Liga Pro-Patria de Guatemala sino manipularon el “caso Rosemberg”― vivió su instante de pírrica gloria al fungir como cabeza visible del golpe de Estado que defenestró a Zelaya, provocando el alegrón de burro que corearon nuestros más locuaces franquistas en los medios de comunicación.

Ahora, empero, Goriletti enfrenta el torvo juicio de la Historia que ―al igual que a los francofascistas que en Guatemala celebraron aquel atentado contra la democracia y el Estado de derecho aullando “¡sí se puede, me oyen, sí se puede!”, e incitando a derrocar al gobierno guatemalteco bajo el estúpido argumento del “peligro chavista”― no lo absolverá. Por el contrario, lo ha evidenciado para siempre como lo que es: un obsoleto espécimen político en maravillosa vía de extinción. Y lo mismo ocurrirá con quienes intentaron traerlo a Guatemala para que desde las aulas de la UFM nos enseñara cómo derrocar a un gobierno legítimamente constituido, usando los mismos métodos que en la primera mitad del siglo pasado emplearon los regímenes oligárquico-militares de Franco, Mussolini y Hitler, y los de sus caricaturescos émulos tropicales: Ubico, Carías, Somoza, Cara de Hacha (con la invaluable ayuda divina de Sor Pijije) y toda la ilustre caterva de esbirros que aún vibra orgásmica al destemplado grito de ¡Dios, Patria, Libertad!

Es una lástima que como parte del pacto que hubo de hacer Zelaya con Lobo para volver a su país, no se castigue a los golpistas. En tal sentido es dignísima la postura de Rafael Correa, quien desde la presidencia de Ecuador mantiene su oposición a que Honduras reingrese a la OEA si no enjuicia a quienes rompieron el orden constitucional al derrocar a Zelaya mediante aquel golpe de Estado militar-oligárquico.

Pueblo de Guatemala: toma conciencia de que sí se puede (¿me oyes?, ¡sí se puede!) derrotar al fascismo sin violencia y echando mano de la institucionalidad democrática, la solidaridad internacionalista y la movilización efectiva de las masas locales organizadas. No permitamos que el fascismo oligárquico gane las elecciones de septiembre próximo. Exijamos a nuestros políticos una gran alianza de todas las fuerzas antioligárquicas, antifascistas y antimilitaristas, y empecemos a construir una democracia popular que desde el Estado eche a andar un proyecto económico que nos incorpore a todos al empleo, el salario y el consumo. ¡Nada de socialismo! ¡Modernizar el capitalismo es lo que es posible y necesario hacer en este momento histórico! ¡Modernicemos nuestro capitalismo desoligarquizándolo y ampliándolo a más nuevos empresarios! ¡Enterremos para siempre el fascismo!

Mario Roberto Morales
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