Carlos López
La noticia del execrable y hasta hoy no aclarado crimen de Alejandro Cotí se difuminó en la prensa escrita de Guatemala entre anuncios y notas a las que los editores les dieron más importancia. Por ejemplo, en El Imparcial (que tenía como lema «diario independiente» y que, al contrario de lo que presumía, era parcial y dependiente) del 7 de marzo de 1980 le dedicaron 9 líneas (de sólo 13 palabras, sin contar los nexos) de una columna en la parte baja de las 8 con que cabecearon la portada, que se enfocó en la expropiación de tierras en El Salvador.
No sólo en el tratamiento tipográfico (mientras en otras cabezas usaron mayúsculas y negritas, en la de él usaron tipo mediano y altas y bajas) sino en usar el primer nombre que no se conocía: «Protestas por la Muerte [sic] de René A. Cotti [sic]». Al dirigente se le llamaba con el nombre de Alejandro no sólo en la Universidad de San Carlos sino en el movimiento popular con el que trabajó en su organización; escribir el apellido con doble t y sin tilde también fue parte de su estrategia para camuflar la nota y una falta de consideración para los lectores.
El irrespeto, la falta de ética, de profesionalismo que prevalecen en el periodismo es parte del pensamiento discriminador del sistema. Para ellos, las víctimas son sólo una nota para rellenar las inocuas páginas plagadas de anuncios que venden en lugar de pagar para que se lean. En la nota de Alejandro Cotí, el pase de la primera plana que contiene 24 encabezados —donde lo que más resalta son los anuncios— a la segunda hoja (de 16 que tiene el pasquín) se pierde en el sótano de la página, donde lo que resalta es una columna de deportes.
Para mayor desdén y ofensa, a la par de la conclusión de la brevísima nota que dispersa su contenido con la noticia de la búsqueda de refugio de Franz Galich ante la persecución de que es víctima de parte del gobierno reprodujeron un boletín del Ejército que cabecearon de manera torpe: «RR. PP. [sic] del Ejército», del que reproduzco el siguiente párrafo para ilustrar el cinismo, el circo que para ellos era la muerte: «El informe de los supervivientes de la emboscada indica que a golpes les fueron quitadas sus armas y luego perseguidos disparándoles con ellas; suponiéndose que en la acción de persecución los atacantes fueron blanco de los disparos de sus propios compañeros».
Aparte de la pésima redacción y del abuso de gerundios, el anónimo redactor editorializa el comunicado del Ejército y con base en suposiciones concluye que un grupo de pobladores asesinó a sus compañeros con las armas que les quitaron los militares. Si no fuera porque ésta fue una tragedia real que se vivió todos los días en todos los medios uno pensaría que se trataba de una farsa cómica. Éste es sólo un ejemplo de la torpeza y la ingenuidad con la que El Imparcial presentaba las notas, sin pudor, sin vergüenza. Quedaba claro en la guerra que el gobierno desató contra el pueblo de qué lado estaba la prensa con sus mentiras, inventos, manipulación.
En la p. 10 del mismo periódico aparecen, también perdidos entre anuncios, dos campos pagados de la Facultad de Ingeniería de la Usac, con tan mala fortuna que en uno de ellos se afirma que la esposa de Cotí lo fue a «dejar» donde apareció el cadáver torturado: «[Condena] a quienes lo secuestraron frente a su esposa en la 18 calle de la zona 1 y que fue a dejar su cadáver al kilómetro 22 de la carretera al pacífico».
La Hora del 6 y 7 de marzo de 1980 le dio más cobertura al asesinato de Cotí; en las portadas de esos dos días se consignó el hecho, aunque usaron el eufemismo de que «falleció trágicamente» y mandaron la nota a la parte baja, al último cuarto de página. En el pase a la p. 8 de la nota del 7, que se pierde en una columna inferior, publicaron una semblanza, pero respetaron el nombre del malogrado dirigente.
En Impacto («diario independiente»¿de qué, de quién, qué fantasmas persiguen a este medio?) del 7 de marzo publicaron en la p. 5, en la parte inferior, a 4 columnas, la noticia del «secuestro y posterior asesinato» de Alejandro Cotí; al final aparece un resumen de sus actividades estudiantiles.
Nuevo Diario del 7 de marzo publicó en su portada, debajo de la nota principal, una fotografía de la despedida al féretro de Cotí del campus universitario, y en las páginas interiores se describió el hecho a tres columnas.
La Nación publicó en su portada del 6 de marzo, en la sección inferior, la noticia del secuestro de Cotí. En la p. 2 redactaron una nota de 13 líneas. En su edición del día siguiente, le dieron también portada a 5 columnas debajo de la cabeza principal y una cobertura a 2 columnas en la p. 8. En la Nación/Occidente del 10 de marzo se publicaron fotos del sepelio y una nota con énfasis en la tristeza que provocó el asesinato del maestro universitario. Es importante resaltar esto, pues si la tristeza provoca más dolor, lo mejor es no publicarla; porque, además, inmoviliza. Y un pueblo sin moral, paralizado, es fácil presa de las garras del poder.
El Diario el Gráfico del 6 de marzo refundió en la p. 2, en el extremo inferior izquierdo (del cuarto de página que menos ve la gente) una brevísima nota falseada del secuestro de Cotí: «El estudiante de ingeniería, Alejandro Cotí, fue secuestrado ayer en horas de la tarde en el anillo periférico, a la entrada de la Universidad de San Carlos». En la edición del día siguiente, en la p. 5, insertan la noticia del entierro como coda de ésta: «Fue sepultado ayer en Quezaltenango el Lic. Jiménez». De nuevo, tergiversan los hechos; publican que «su cadáver fue descubierto ayer en la carretera a Amatitlán, presentando varias heridas ocasionadas con proyectiles de arma de fuego»; fue el único medio que publicó que Cotí fue asesinado a balazos.
La Prensa Libre del 7 de marzo cabeceó la nota de la p. 4: «Fractura en la base del cráneo causó la muerte del estudiante universitario R.A. Cotí López». En la parte superior de ésta publicaron la fotografía del cadáver; en ningún otro medio se mostró tanto irrespeto, se exacerbó el morbo. Además, consignaron que dentro del vehículo en que se localizó el cadáver había una botella de licor; aunque Orlando Quiroz, quien le practicó la necropsia a Cotí, descartó que hubiera ingerido licor. Sin embargo, la mención de este hecho, más el texto que acompaña a la foto donde dice que el carro donde se conducía el dirigente estaba embarrancado, para un lector poco avisado puede ser indicio de que fue un accidente y no un asesinato. Por supuesto, para nada se menciona quiénes pudieron ser los asesinos. En su visión torcida, en su manera de hacer periodismo de oídas, sin investigar, menos confrontar versiones, la prensa tomó partido del lado del que paga, del CACIF y sus tenebrosos tentáculos y del gobierno.
Los medios en general son despiadados; en su afán enfermizo de ganar lectores a costa de lo que sea, no les importa exhibir a las víctimas; más, si son políticas y van contra sus intereses, los del sistema. La frase trillada que equipara a la prensa con un poder paralelo al ejecutivo, al legislativo y al judicial en algunos países los vuelve omnímodos, dan órdenes a los gobernantes sumisos, que casi siempre tienen cola que les pisen. En Guatemala, la prensa siempre ha sido indigna, dependiente, inmoral. La manera retorcida como trataron el caso de Alejandro Cotí es uno más en su historial degradante, servil. A los sufrimientos del pueblo guatemalteco hay que añadir uno más: el de tener un periodismo basura.
Este texto forma parte del libro Alejandro Cotí, de próxima aparición bajo el sello de Editorial Praxis en México.
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