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La perpetua llama de la corrupción

Y el fragante combustible que la hace arder libre y eterna.

Mario Roberto Morales

Balzac dijo que “Detrás de cada gran fortuna hay un delito”. El robo de tierras que a partir de 1871 perpetró la oligarquía criolla de Guatemala despojando a los pueblos indígenas de sus tierras comunales, no se vio ni por asomo compensado por la expropiación de la máxima terrateniente de la época —la Iglesia católica— ni por la fallida modernización política que en balde quiso ocultar una cruenta economía feudal con un vistoso antifaz —más adecuado para un baile de máscaras que para un país en desarrollo— pretendidamente capitalista. Por el contrario, el robo oligárquico de tierras llamado “revolución liberal”, le da pleno contenido histórico particular a la certera sentencia general del terminante Balzac.

El combustible que hace arder la pujante llama de la corrupción es el dinero, pues sin el vano incentivo de comprar la felicidad, la corrupción quizá no existiría. Pero como la noción de que la felicidad se compra es el alma de la modernidad, y como ésta fue el sueño de opio de los liberales criollos del siglo XIX, ellos se aferraron, por un lado, al dinero seguro de las rentas de la tierra y, por otro, fingieron modernizar el Estado dejando intacta la economía colonial. La fútil pretensión de fundar una democracia moderna sobre una base económica feudal y no capitalista, es el pecado original de las oligarquías regionales. Un pecado que la ignota prole de aquella casta sigue cometiendo con su mercantilismo de manera necia y criminal, contrariando a Voltaire, uno de sus moralistas de cabecera, quien les advirtió en vano y de pasada que “Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciéndolo todo por dinero”. Y aunque los ejemplos que muestran a esta serpiente mordiéndose la cola son innumerables, quedémonos con uno de torva actualidad local: el de financiar partidos políticos de todos los colores y sabores para mantener una democracia de fachada, la cual encubre una economía oligárquica de sistémico atraso, explotación y miseria. Y también de ambición enfermiza. Esa misma que con insuperable cinismo el formidable escritor satírico latino Juvenal formuló diciendo que “El dinero huele bien venga de donde venga”. Ante la evidencia histórica esbozada resulta obvio que el justo precio a pagar por el poder absoluto es la corrupción absoluta, como bien lo asentara John Acton —otro docto de cabecera de la intelligentsia aggiornata de la oligarquía local— al decir que “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Por tanto, la razón básica de la crisis de corrupción del sistema político que vive Guatemala tiene su causa final en la dominación oligárquica y en el hecho de que los oligarcas son los corruptores originales y constitutivos de la economía y la política. Y son por lo mismo los autores intelectuales y materiales del sistema que en buena hora es desnudado en parte (tan sólo en parte) por Estados Unidos y su mano limpiadora de la política local, la CICIG. Un hecho que tiene a la plebe tragando —con regodeo mediático— poco pan y mucho circo, mientras la piara de políticos corruptos al uso mueve la utilería de la ley tras bambalinas para que, al final de la función, el público vuelva a su casa satisfecho por un buen espectáculo y acometa con energía renovada la amarga verdad sistémica que Neruda formuló diciendo: “El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”. Y que lo nieguen nuestros disciplinados evasores de impuestos.

La fútil pretensión de fundar una democracia moderna sobre una base económica feudal y no capitalista, es el pecado original de las oligarquías regionales.

 

Mario Roberto Morales
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