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En literatura no hay nada escrito.
Augusto Monterroso


Jaime Barrios Carrillo

¿Originalidad o extravagancia? Partamos de que la literatura se crea y se recrea de la misma literatura pero ¿quién fue el primer escritor?. La llamada intertextualidad resulta un artificio que combina lo viejo con la creación de lo nuevo, un eficiente y válido recurso hasta que no aparezca un enanito verde que anuncie con una vocecita chillona el fin del sueño rosado de la intertextualidad y sentencie que se trata de miserables plagios.

La ficción busca sorprender al lector, la crítica en cambio se ocupa de descubrir y desarmar el mecanismo de las sorpresas que nos presentan los narradores. Influencia e imitación son cosas distintas. La copia o imitación resultará siempre un suicidio literario. De ahí que la originalidad haya sido en todas las épocas el gran desafío del creador que pretenda seguir vivo aún después de su muerte. Rubén Darío fue muy claro en esta cuestión: “…quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal”.

Luis Cardoza y Aragón escribió en 1927 en un poema que llamó “Radiograma a Don Luis Góngora”: “Usted es el más antiguo ejemplo de movimiento perpetuo y el más moderno de todos los poetas”. De Luis a Don Luis. Pero ¿de dónde sacaría Cardoza la idea del movimiento perpetuo en relación a Góngora? He buscado en la obra de Góngora y el invento de Cardoza no parece ser una intertextualidad, como ha sucedido con tantos versos de Góngora que fueron reelaborados o intertextualizados, hasta Neruda lo hizo en uno de sus más conocidos poemas. Seguramente Cardoza lo sacó de su artificiosa cabeza que combinaba con frecuencia la metáfora con la paradoja.

No vamos a explorar demasiado la relación entre este verso de Cardoza con Monterroso. ¿Tomó de ahí Tito el título para su libro “Movimiento Perpetuo”? Parece que no, sino lo obtuvo del compositor húngaro Ottokar Eugen Novácek y su concierto para violín y orquesta Perpetuum Mobile (Movimiento Perpetuo), acaso recordando los domingos de su juventud en Guatemala y al grupo de noveles poetas y escritores que se reunían en los años cuarentas a escuchar discos de música clásica en la casa del escritor Carlos Illescas, que en era el único del grupo que poseía un gramófono.

Ejemplos de la cuestión encontraríamos en abundancia si nos dedicáramos a escudriñar textos de los clásicos. Por ejemplo, y no ajeno de singularísimo, es el conocidísimo y ya anunciado verso de Neruda en el poema 20 de los “Veinte poemas de amor” que con gran belleza filosófica define el fin de toda relación amorosa: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”. Neruda escribe el poema en 1924 pero resulta siendo demasiado parecido a lo que Luis Góngora y Argote había escrito en 1580 en su Romance 3: “es tan corto el placer, tan largo el pesar”. Neruda, sabemos de sobra, era un conocedor de la obra de Góngora. Cabe aquí recordar las palabras de Darío de que la hermandad de los poetas nunca ha decaído.

El mexicano Juan Villoro señala con tino: “Augusto Monterroso conoce tan a fondo los géneros canónicos que prefiere abordarlos como parodia.” En todo caso, Monterroso en sus obras ha sido pionero en la reactualización de un anhelo literario en castellano, heredado desde el Siglo de Oro: crear literatura con la literatura.. La tan mentada (en todos los sentidos) intertextualidad se volvió una moda, casi una pose posmoderna, aunque la crítica olvidaba que Miguel de Cervantes y Saavedra había sido el maestro de la misma. Toda intertextualidad resulta siendo una especie de segunda parte o de repetición. Sin embargo para que sea literariamente válida deberá tener alguna dosis de novedad. ¿Qué rasgos hay en un texto que proceden de uno más viejo? Como los antiguos palimpsestos en que se escribían nuevos textos borrando los viejos en vista de la carencia de papiros. La intertextualidad ha sido tema recurrente en los estudios literarios Esta práctica simboliza ahora la presencia de un texto más antiguo en uno nuevo. Críticos como Todorov y Julia Kristeva han escrito memorables tratados sobre el tema.

Existe también la coincidencia expresiva a causa de un tema. Un caso notable es el anhelo por el ser amado pero no correspondido. Dos poetas clásicos escriben haciéndolo con alguna esperanza. Se trata de la rima XXIII de Gustavo Adolfo Becker y del poema titulado “A una mujer” de Víctor Hugo, ambos textos escritos por la misma época.

Becker:
“Por una mirada, un mundo
por una sonrisa, un cielo,
por un beso…yo no sé
que te diera por un beso!”

Víctor Hugo:
“Y el profundo caos de profunda entraña,
la eternidad, el espacio, los cielos, los mundos
daría por un beso tuyo!”

Estamos ante dos poemas transaccionales, es decir el mensaje lírico en aras de obtener un rédito amoroso. Ambos ofrecen el cielo o los cielos. El espacio de Hugo debe ser visto como sinónimo del mundo de Becker a cambio de un beso. Muchos años después en pleno posmodernismo, el poeta chileno Mauricio Redoblés, haciendo gala de humor y evidente intertextualidad poética, escribía un poema con el casi pornográfico título de “Becker 69”:

“Por una mirada, un mundo
Por una caricia, un cielo
Por un polvito
¡ah! Yo no sé qué daría por un polvito.”

Redoblés coincide en la estructura de su poema con Hugo y con Becker, aunque no es ni de lejos, como ninguno de los dos. Y nos hará reír pero jamás llorar. Y en esta cómica diferencia reside precisamente la diferencia. Si consideráramos a Redoblés, en su ejercicio humorístico-metafórico, como un autor cómico, tendríamos que considerar a los dos clásicos del romanticismo español y francés (Becker y Hugo) como “trágicos”. Lo que nos lleva a inferir que lo cómico y el humor no resultan precisamente ser sinónimos. “El humor es triste”, afirmaba Augusto Monterroso. Ya el ecuatoriano Juan Montalvo hacia 1895 había resaltado esta dualidad:

Si don Quijote no fuera más que esa imagen seria y gigantesca de la risa, las naciones todas no la hubieran puesto en sus plazas públicas como representante de las virtudes y flaquezas comunes a los hombres; porque una caricatura tras cuyos groseros perfiles no se agita el espíritu del universo, no llama la atención del hombre grave, ni alcanza el aprecio del filósofo.

Y así lo vio también Monterroso cuando refiriéndose al carácter del Quijote, apunta que sus contemporáneos leyeron la novela de Cervantes matándose de la risa, mientras que dos siglos más tarde los románticos la leerían llorando al descubrir que era una obra triste y eso la hizo inmortal. ¿Es realmente inmortal la tristeza? ¿Resulta posible aquello que siendo fugitivo permanece?

La imitación de los escritores epígonos es enemigo número uno de la literatura. Por otra parte, repetimos que la literatura se nutre de literatura, por lo que las influencias, las intertextualidades y las convergencias resultarán inevitables. Dime quién te influencia y te diré quién eres. Porque olvidamos con frecuencia de dónde vienen las cosas o por lo menos sus antecedentes. Ha habido siempre un mundo anterior que resultará fascinante descubrir y redescubrir. Ya lo decía el bastante olvidado poeta peruano Carlos Augusto Salaverry en un poema de nuestro más puro decimonónico romanticismo:

“Cuando veas que una ave solitaria
cruza el espacio en moribundo vuelo,
buscando un nido entre el mar y el cielo,
¡Acuérdate de mí!”

Restaría hacer una cita del poeta ruso judío Joseph Brodski quien plasma en un poema: “Las ruinas son las carcajadas del tiempo”. Lo que confirma sin duda la famosa sentencia de que toda erudición es ficticia. También de que hay historia, es decir tiempo, cambio y a la vez huellas. Las marcas del pasado estético del mundo que en nuestro delirante contemporaneidad han sido sustituidas por otras “marcas”, evidentemente muchos menos estéticas y más comerciales.

“Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”. Neruda escribe el poema en 1924 pero resulta siendo demasiado parecido a lo que Luis Góngora y Argote había escrito en 1580 en su Romance 3: “es tan corto el placer, tan largo el pesar”. Neruda, sabemos de sobra, era un conocedor de la obra de Góngora.

Publicado en elPeriódico Domingo 9/2022

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Jaime Barrios Carrillo
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