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La lucidez, de Mario Roberto Morales

Infalible receta contra el opinionismo vulgar y las peras del olmo.

La lucidez es el resultado del ejercicio libre del propio criterio. Surge de la capacidad de ser crítico, pues serlo no consiste sino en emitir juicios propios que antes debieron ser forjados en libertad. Es una capacidad que se origina gracias a la perseverancia para descubrir la raíz causal de los problemas; es decir, por la voluntad crítica de ser radicales. Y se consolida mediante la disciplina de ejercer la criticidad y la radicalidad partiendo de (y volviendo a) las condiciones concretas del proceso histórico del cual forma parte lo que se pretende explicar.

Analizar consiste en descomponer un hecho en las partes que lo conforman a fin de explicar su funcionamiento. Y sintetizar es la habilidad de recomponer esas partes en una totalidad explicativa que describe cómo funciona el hecho analizado. Si esto se realiza con criticidad, radicalidad e historicidad, la explicación que resulta del análisis y la síntesis de la situación concreta, permitirá predecir posibles desenlaces de los hechos y procesos que se examinan y ofrecer soluciones plausibles a los problemas que los mismos plantean.

Nada, pues, más alejado de las ideologías que la lucidez, la cual reclama ―para realizarse― una ubicación por encima de creencias, suposiciones, preconceptos y opiniones, sobre todo de esas ilusoriamente consideradas “personales”, las cuales ―por lo general― no son más que expresiones de criterios masificados por la publicidad, la propaganda y la mentalización. Por ejemplo, la oronda afirmación de ciertos estudiantes de la universidad neoliberal que reza: “Es mi convicción que la persona humana debe crear riqueza en libertad, sin la coacción del Estado”, no tiene nada de personal y sí mucho de lugar común, pues es masificada, adocenada e insufriblemente cándida y vulgar. Pero, vulgaridades aparte, sigamos con la lucidez.

Quien aspira a ella debe incursionar no sólo en la experiencia teórica sino, sobre todo, en la práctica. Pero en una práctica que no debe confundirse con el practicismo empírico de los mercachifles, quienes creen que porque prosperan vendiendo sus mercaderías, eso les da derecho a pontificar por encima del análisis concreto que los caracteriza como operadores de un sistema basado en la negación de la creatividad como atributo de la esencia humana. Se sabe que precisamente el hecho de que la lucidez sea un producto directo de la libertad y la creatividad esenciales de los seres humanos, es lo que hace de ella un ejercicio subversivo para los vulgares intereses del sistema y sus operadores los mercachifles, los militares, los políticos, los asesinos y los ignorantes. ¿Que estos pueden encarnarse en una sola persona? Obvio. En miles de ellas. Sin esta caterva de imbéciles, el sistema no subsistiría. De donde se colige que nunca existirán legiones de gente lúcida. No en estas circunstancias. Primero habría que cambiarlas.

En su Breviario de los vencidos, Cioran dice que “Un instante de lucidez, sólo uno, y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento”. Infalible receta para cualquier aprendiz de lúcido. Y sobre todo para cualquier “hombre práctico” de esos que ―gracias a las desgracias que le causan al prójimo― promueven la caridad y la beneficencia (siempre que sean deducibles de impuestos). Aunque… siendo lúcidos: esto es pedirle peras al olmo.

Se sabe que precisamente el hecho de que la lucidez sea un producto directo de la libertad y la creatividad esenciales de los seres humanos, es lo que hace de ella un ejercicio subversivo para los vulgares intereses del sistema y sus operadores los mercachifles, los militares, los políticos, los asesinos y los ignorantes.

Mario Roberto Morales
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