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La letra «H»

Divertimento sobre la función hepática de los huérfanos honorables.

En nuestra “sociedad del espectáculo”, en la que parecer es más importante que ser (porque sólo cultivando la imagen nos volvemos mercadeables y por tanto rentables en una “aldea global” dominada por mercachifles), tiene sentido la definición que Ambrose Bierce ofrece de Hipócrita en su Diccionario del diablo, a saber: “El que profesando virtudes que no respeta se asegura la ventaja de parecer lo que desprecia”. Después de leer esto ¿quién puede dejar de pensar en políticos, prelados, oligarcas, “motivadores” y demás especímenes que habitan los enrarecidos ambientes de la “decencia”, la “hombría de bien” y los “biennacidos”?

Es por esto que, hablando de políticos, nuestro célebre lexicógrafo alude al vocablo Honorable de esta manera: “Dícese de lo que está afligido por un impedimento en su capacidad general. En las cámaras legislativas se acostumbra dar el título de ‘honorable’ a todos los miembros. Por ejemplo: ‘El honorable diputado es un perro sarnoso’”. Como vemos, el arte de transfigurarse en su contrario no es sólo un atributo de las deidades precolombinas sino también del respetable hipócrita de la (pos)modernidad, a la vez producto y víctima de la sociedad de la apariencia: ese alegre fantoche que vive actuándose como personaje de las ficciones que los medios masivos le ofrecen en calidad de modelos de conducta.

Pero las personas que adoptan los comportamientos que desprecian en otros para parecerse a ellos y así “triunfar”, no se agotan con los hipócritas ni con los “honorables”. Sorprendentemente se extienden incluso a seres cuya condición no pareciera caer dentro de la influencia de esta esquizofrenia cultural. Es en este sentido que nuestro autor indica que Huérfano es aquella “Persona a quien la muerte ha privado de la posibilidad de ingratitud filial, privación que toca con singular elocuencia todas las cuerdas de la simpatía humana. Cuando es joven, el huérfano es enviado a un asilo donde, cultivando cuidadosamente su rudimentario sentido de la ubicación, se le enseña a conservar su lugar. Luego se lo instruye en las artes de la dependencia y el servilismo, y finalmente se lo suelta para que vaya a vengarse del mundo convertido en lustrabotas o en sirvienta”. O en emulador de los que, como dicen en México, “ya no tienen ni madre”. Y de nuevo la imaginación vuela hacia los hipócritas y los “honorables”.

Al hacer de la inversión de conductas su modus operandi, el afán de parecer –y no de ser– obliga a la práctica aplicada de una espontánea y ya muy celebrada conducta esquizoide. Por eso Bierce afirma que Humildad es la “Paciencia inusitada para planear una venganza que valga la pena”. Y que Humillación no es sino una “Actitud mental decente y habitual en presencia del dinero o el poder, peculiarmente apropiada en un empleado cuando se dirige a su patrón”. O en un político, militar o cagatintas cuando se dirige a un oligarca. Sobre todo si esto ocurre en un país humilde (en sentido bierceano) en el que ya es costumbre padecer gobiernos constituidos por buenos hipócritas y honorables huérfanos (a la mexicana).

Si usted se siente parte de esta vil especie y a pesar de ello insiste en explicarse su reacción ante estas líneas, no me resta sino remitirlo a la definición que de Hígado ofrece nuestro autor como un “Órgano rojo de gran tamaño que la naturaleza nos da previsoramente para permitirnos ser biliosos”.

 

Mario Roberto Morales
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