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Sobre la felicidad, el futuro y los mejores lustradores del mundo.

Darle la vuelta del calcetín a la solemnidad y al altruismo no equivale a maldad y mucho menos a frustración o a resentimiento. Puede ser una manera lúcida de expresar la reflexión crítica que surge del “análisis concreto de la realidad concreta”, opuesta a los juicios basados en el deber ser o el deber hacer. Este es el caso del Diccionario del diablo, del escritor estadounidense Ambrose Bierce quien, en el apartado correspondiente a la letra F, afirma que Felicidad es la “Sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena”.

Ya sé que la ilustre caterva de cristianos biempensantes se ha horrorizado al leer tan terrenal definición de un estado emocional que ellos consideran el resultado beatífico de las acartonadas virtudes del fariseísmo, entre las que se cuenta la de jamás revelarse a uno mismo los oscuros impulsos que llevan a la compulsión de ejercer la beneficencia y la caridad, la confesión y la autoflagelación, a “ser positivos” en todo momento y a ver siempre “el lado bueno de las cosas”, como lo propone ese conocido filósofo de la banalidad que afirma que los lustradores guatemaltecos son los mejores del mundo; lo cual podría equivaler a decir –con la misma lógica– que los más aptos desnutridos y (literalmente) muertos de hambre del orbe son los de los muy orgullosamente nuestros municipios de Jocotán y Camotán, y no los de Biafra ni los de cualquiera otro país africano que ose hacernos la competencia.

De aquí a pensar en exportar lustradores no hay más que un paso, el cual –por cierto– se topa con la rudeza que suele caracterizar lo concreto; la cual nos indica que el mundo no necesita lustradores, aunque desde hace años nos dediquemos a exportar muertos de hambre (muchos de los cuales pueden sin duda abrillantar todo tipo de calzado con sus alegres bandas tronadoras) y que todo esto nos indique que nuestro comprometido filósofo de la liviandad es feliz, ya que resulta evidente que deduce su optimismo de la miseria ajena, como quizá diría Bierce.

Engañarse a sí mismos es el pasatiempo favorito de los fariseos. Piensan en un mundo ideal mientras tienen el fango de su mala conciencia hasta el cogote. Por eso le proponen incansablemente al pueblo que sea bueno, que cambie de actitud, que “sea positivo”, con lo cual le están diciendo que él mismo tiene la culpa de todos sus sufrimientos, pues si amara un poco más a sus opresores, la recompensa de la otra vida le estaría esperando con los brazos abiertos. En cambio, su actitud rebelde, resentida y protestona sólo le asegura el infierno después de la muerte. Si uno es lustrador, debe aspirar a ser el mejor lustrador del mundo. ¿Qué es eso de soñar con ser astronauta? Hay que ser realistas y no exigir lo imposible. Hay que tener los pies sobre la tierra y resignarse al orden universal y a la voluntad de un dios omnisapiente que quiso que unos fuéramos buenos y prósperos y otros malos y miserables.

El futuro –afirman los fariseos– es de quienes son realistas y se ubican con determinación en su realidad. Lo que no perciben los biempensantes es que, visto así, el futuro también brota del autoengaño. Pues, como vuelve a decir Bierce, Futuro es una palabra que se refiere a una “Época en que nuestros asuntos prosperan, nuestros amigos son leales y nuestra felicidad está asegurada”. Sí, claro: siendo mejores lustradores, agregaría quizás nuestro liviano filósofo.

 

Mario Roberto Morales
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