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Reflexiones piadosas para contribuir al fervor de temporada.

Tal como escribió Guillermo Almeira (La Jornada 1-4-12), un ex miembro de las juventudes hitlerianas –y ex inquisidor a cargo de la persecución de herejes que amenazan la pureza del dogma católico– visitó México y Cuba en calidad de monarca de la teocracia vaticana. El Santo Prelado vino a México a expandir la influencia mediática de su Santa Sede por medio de solicitar disposiciones en tal sentido por parte del Estado mexicano, y a Cuba para contribuir a la desestabilización interna deseada por Miami y la ultraderecha republicana de Estados Unidos. Los efectos políticos de su visita están aún por verse, pero la misma ya autorizó a sus datarios a abrirles las puertas del Cielo a quienes trabajen duro para alcanzar sus santas intenciones en estos dos países.

A propósito, Ambrose Bierce, en su Diccionario del diablo, consigna que Datario quiere decir “Alto dignatario de la Iglesia Católica Romana, que tiene la importante función de estampar sobre las bulas papales las palabras ‘Datum Romae’. Goza de un sueldo principesco y de la amistad de Dios”. Amistad que lo autoriza a adecuar el decálogo moral católico a las necesidades suyas, las del Santo Padre y las de la Santa Sede del papado. Pues, como indica Bierce, Decálogo es una “Serie de diez mandamientos: número suficiente para permitir una selección inteligente de los que se quiere observar”.

Llama la atención, por otra parte, que las alocuciones papales en México y Cuba estuvieran impregnadas de un tono de certeza irrebatible. Una certeza que sólo podría provenir de una revelación sobre lo que es justo y lo que no lo es. Y llama la atención porque, si nos ponemos a pensar en los orígenes de la iglesia que este santo burócrata representa, y en nombre de la cual sentencia moralmente tantísimos mandatos, nos damos cuenta de que se trata de un origen que brota de la volatilidad humana. Al menos eso es lo que nos indica la definición que Bierce ofrece del verbo Defeccionar como “Cambiar bruscamente de opinión y pasarse a otro bando. La defección más notable de que haya constancia es la de Pablo de Tarso, quien ha sido severamente criticado como tránsfuga por algunos de nuestros periódicos políticos”.

Incluso aceptando que el transfuguismo de Pablo se haya debido a una transformadora revelación divina, el efecto humano de perfidia que causó en los suyos su defección opaca los orígenes de su fe, pues la experiencia que tuvo implicaría que el libre albedrío puede ser anulado por un toque celestial, lo cual contradiría el don de imagen y semejanza que –se nos dice– las criaturas tienen respecto de su Creador. Muy aventurado resultaría, por otra parte, aducir que asuntos como estos son misterios sagrados de un destino que (como todo destino) está predeterminado. Sobre todo si nos atenemos a la acepción que Bierce ofrece de Destino como “Justificación del crimen de un tirano o pretexto del fracaso de un imbécil”.

Pero todo esto resulta fútil ante la llegada de otro fin del mundo. Porque ya hubo uno cuando sobrevino el Diluvio. Por eso Bierce define esta palabra como “El primero y más notable de los experimentos de bautismo, que lavó todos los pecados (y los pecadores) del mundo”. Ante lo cual no queda sino abrir nuestro diccionario en el verbo Detener, que significa “Arrestar a alguien acusado de conducta insólita: ‘Dios hizo el mundo en seis días y se (le) detuvo el séptimo’ ”.

Mario Roberto Morales
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