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Inocente divertimento con palabras cuya inicial es la primera letra del alfabeto.

En su célebre Diccionario del Diablo, el escritor estadounidense Ambrose Bierce define la palabra Aforismo como “sabiduría predigerida”, seguramente porque se trata de frases breves que son el resultado de hallazgos de pensamiento a menudo producidos por largas horas de reflexión, o por profundas certezas instantáneas que la intuición nos regala muy de vez en cuando. De hecho, algunas de las definiciones de su Diccionario son aforismos, aunque casi siempre expresan las motivaciones inconfesables que impulsan las acciones humanas y no –como en los aforismos tradicionales– las que deberían motivarlas según moralidades al uso.

Es así como Bierce –para seguir en la letra A de su magnífico libro– nos indica que Acusar equivale a “Afirmar la culpa o indignidad de otro; generalmente, para justificarnos por haberle causado algún daño”, y que Admitir es igual a confesar, pues “admitir los defectos ajenos es el deber más alto que nos impone el amor a la verdad”. Una «verdad» que a menudo debemos ignorar a fin de reconciliarnos, lo cual los gobiernos estimulan mediante (entre otras disposiciones) amnistías, palabra que Bierce define como “Magnanimidad del Estado para con aquellos delincuentes a los que costaría demasiado castigar”, en algunas ocasiones porque son miembros del estamento oficial mismo y, en otras, porque son demasiados y, por ello, altamente sospechosos de representar ominosos intereses mayoritarios.

La peligrosidad de estos intereses reside en su naturaleza popular, pues lo popular suele equipararse con la pobreza y, en algunos casos, como en el de ciertos países africanos o africanizados, con la miseria y las hambrunas. Es por esto que los poderes celestiales se ocupan de los anhelos del populacho regalándole aire, palabra que define Bierce como “sustancia nutritiva con que la generosa Providencia engorda a los pobres”. Lo cual no implica olvidar la autosuficiencia alimentaria saludable ni la mente sana, las cuales se impulsan animando al pueblo a que coma “fast food” a toda hora y a que vea televisión hasta dormir. Todo esto es aplaudido por las masas, pues el aplauso (según Bierce) no es sino el “El eco de una tontería. Monedas con que el populacho recompensa a quienes lo hacen reír y lo devoran”. Ya lo dice el dicho del gran patriota Alexander Hamilton: “Masses are asses”.

Lástima que quienes hoy profesan con arrogancia este violento desprecio egocéntrico hacia las masas, no entiendan que su ilusoria exclusividad es ya tan masificada como los consumos más vulgares del entretenimiento colectivo. Porque ahora poseer un Rolex, una Montblanc o un BMW es un acto tan masificado como tener un Citizen, una Bic o un Volkswagen. Quienes no logran ver esta similitud son los que suponen que porque les gusta el Cirque du Soleil y no el Atayde, son más cultos que los que van a este último, o que por ver “cine independiente” son más “intelectuales” que quienes degluten Sex and the City o Friends. Hoy, la exclusividad es privilegio de una pequeña oligarquía mundial que se divierte con juegos más perversos que la peor carnicería del circo romano. El resto es masificación. Consumos segmentados. Ilusión uniformada de individualidad y distinción.

Divierte, por todo, que Bierce haya definido Ambidextro tal y como quizás pudo definir Mercachifle: como alguien “Capaz de robar con igual habilidad un bolsillo derecho que uno izquierdo”.

Mario Roberto Morales
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