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La justicia de la Historia

El grito de los pobres no siempre es justo, pero sirve para hacer justicia.

Mario Roberto Morales

El historiador estadunidense Howard Zinn explica —en su notable libro La otra historia de los Estados Unidos (A People’s History Of The United States)— su método para reconstruir el pasado de la siguiente manera: “Mi línea” —dice— “no será la de llorar por las víctimas y denunciar a sus verdugos. Esas lágrimas, esa cólera, proyectadas hacia el pasado, hacen mella en nuestra energía moral actual. Y las líneas no siempre son claras. A largo plazo, el opresor también es víctima. A corto plazo (y hasta ahora, la historia humana sólo ha consistido en plazos cortos), las víctimas, desesperadas y marcadas por la cultura que les oprime, se ceban en otras víctimas. (…) Intentaré no obviar las crueldades que las víctimas se hacen unas a otras mientras las meten apretujadas en los furgones del Sistema. No quiero mitificarlas. Pero sí recuerdo (echando mano de una paráfrasis aproximada) una declaración que una vez leí: ‘El grito de los pobres no siempre es justo, pero si no lo escuchas, nunca sabrás lo que es la justicia’”. Analicemos estas ideas.

La idea de que proyectar hacia el pasado la cólera y el llanto por las víctimas y denunciar a sus verdugos hace mella en nuestra energía moral actual, alude a la inconveniencia de estancarse en el dolor del pasado, pues este amargo regodeo nubla la lucidez y vuelve ineficaz la acción contra el enemigo. Al victimizar a las víctimas nos victimizamos y esto nos denigra, pues nos volvemos chantajistas emocionales en vez de luchadores con dignidad.

La idea de que el opresor también es víctima (“Bestializar bestializa” decía Martí) nos remite al carácter emancipador de toda lucha revolucionaria genuina: se trata —decían Fanon y Freire— de liberar no sólo al oprimido, sino también al opresor. Si no, sólo le damos la vuelta a la medalla de la opresión.

La idea de que las víctimas se prodigan crueldades entre sí nos enfrenta a la naturaleza humana como algo históricamente moldeado por la circunstancia concreta, y también con la dialéctica del amo y el esclavo, según la cual el oprimido quiere ser como el opresor no para liberarse de él, sino para oprimir a su más cercano prójimo en situación de desventaja. Así de condicionada está la naturaleza de las víctimas por su historia vivida.

A ésta se liga la idea de que el grito de los pobres no siempre es justo porque son tan humanos como los ricos, y en el seno de aquéllos también hay buenos y malos. Pero si al historiador lo guía una ética comprometida con la emancipación humana, debe oír la voz de los pobres, porque si no lo hace nunca sabrá lo que es justicia, ya que los pobres son las víctimas principales.

En sus Tesis sobre la historia, Walter Benjamin alude varias veces a cómo opera la justicia histórica. En la tesis VI dice: “Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con el hecho de que tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence”. Antes ha afirmado que “el Mesías no sólo viene como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo”.

En otras palabras, la historia se escribe para arrebatarle el pasado al enemigo y para vencerlo imponiéndole una versión popular de la memoria, a fin de apoyar en ella una identidad basada en la tradición de lucha de quienes con sus manos edifican el presente y el futuro. Esto es hacer justicia. Y nada tiene que ver con la victimización.

Mario Roberto Morales
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