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Un ligero vistazo a las formas de lucha ideológica de la ultraderecha local.

En mi país se libra una torva lucha ideológica en los medios de comunicación, la cual tiene que ver con el interés de fijar una versión histórica sobre lo ocurrido durante el conflicto armado (1960-1996), cuyas consecuencias siguen marcando el paso de la política y de las ideas hasta el día de hoy.

En el marco de una economía improductiva, un Estado debilitado por las prácticas mercantilistas y monopólicas de la oligarquía, y con una opinión pública incapacitada en sus habilidades analíticas por un sistema educativo irracional, los más recientes gobiernos han tenido que ceder ante las presiones de la comunidad internacional y permitir que organismos foráneos y una Fiscal proba se encarguen de ejercer la justicia nacional. Es por ello que la atónita ciudadanía asiste al juicio y condena de militares acusados de crímenes de lesa humanidad, los cuales no prescriben ni están sujetos al perdón de los actos de guerra en el que convinieron las partes al firmar la paz en 1996.

La ultraderecha fascista, conformada por ancianos que –educados en el macartismo– desempeñaron roles paramilitares durante el terrorismo de Estado que impulsó la contrainsurgencia (como financiar escuadrones de la muerte y prestar sus viviendas para instalar cárceles clandestinas), y por avejentados yupis de unilaterales ideas neoliberales, se ha visto decepcionada ante el hecho de que el actual gobierno civil –integrado por militares que perpetraron la táctica de “tierra arrasada para quitarle el agua al pez”– no esté impulsando una vuelta al oscurantismo militarista de los años 60, 70 y 80, sino se cuide de interferir en la aplicación de justicia en cuanto a delitos como el genocidio, la limpieza social y la falta a los deberes para con la humanidad.

Ante este hecho, su reacción ha sido usar los medios masivos (de su propiedad) para lanzar una campaña ideológica que pretende fijar en las masas la idea de que las dos partes en conflicto pueden considerarse iguales en lo referido a las violaciones de los derechos humanos, soslayando que el ejército y sus acciones formaron parte de una política de Estado en la que el terrorismo fue el eje de todas las fases del plan contrainsurgente, incluida la fase “democrática” (que todavía transitamos). Es por ello que el fascismo local produce discursos que pretenden ecualizar a los bandos que protagonizaron el conflicto, criminalizando (como terroristas) a los ex guerrilleros, los indígenas, los movimientos sociales y la cooperación internacional (que al financiar estos movimientos más bien los vuelve inocuos y no amenazantes para el statu quo); también pretende usar el sistema de justicia imitando los procesos que han llevado a algunos criminales de guerra a ejemplares condenas, acusando a personas consideradas por ese grupo fascista como “comunistas” (al estilo del macartismo) para que sean juzgados como si fueran iguales a quienes están siendo condenados por genocidio.

Pero no sólo así libra esta ultraderecha su disputa por la hegemonía para instaurar su versión de nuestra memoria histórica como sentido común. También produce discursos que buscan fijar la idea de que la caridad y la beneficencia pueden sustituir a la justicia social exigiendo “buenos comportamientos” a las pobrerías, los cuales propone como “sana” alternativa a sus luchas por la justicia social. Ante esta coyuntura, es ineludible tomar partido.

Mario Roberto Morales
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