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La Habana en enero

Breve crónica desde una alegre ciudad en pleno cambio.

Mario Roberto Morales

Llegué a La Habana el 15 de enero y sin querer coincidí con la celebración del Premio Casa de las Américas, al cual había asistido como jurado en el 2011. Lo que más me sorprendió al volver después de cuatro años es el gran crecimiento de la oferta y la capacidad de consumo en la población urbana. Este cambio, me digo, es resultado de las largas (pero hasta ahora reveladas) negociaciones entre la Isla y Estados Unidos para normalizar sus relaciones diplomáticas y avanzar hacia la eliminación del bloqueo estadunidense, todo lo cual puebla el imaginario y las conversaciones de los cubanos estos días, aunque en medio de contrastes notorios. Si por un lado —en sus “Reflexiones”— Fidel desconfía de la política exterior estadunidense, por el otro, Raúl se esfuerza por alcanzar acuerdos con ella mediante una flexibilidad nunca vista, apoyándose en la CELAC, la ALBA y otros organismos no alineados con los designios neoliberales del “Consenso de Washington”, a cuya estimulante agonía asistimos regocijados en Grecia con Syriza y en España con Podemos, para no hablar de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y muy pronto Guatemala.

Mientras tanto, la vida cotidiana transcurre como siempre en medio del bullicio caribeño, las avalanchas de turistas, el humo de los “almendrones” de los 50, las colas en Coppelia, los ligues en el Malecón, las guaguas atestadas en las horas pico, la pasión por el beisbol, por las noticias de Cubavisión y Telesur, y la apacibilidad y la seguridad de las calles por las que se camina hasta la madrugada sin sobresaltos.

Dentro y fuera de la Habana Vieja (restaurada), abundan tiendas, restaurantes, “paladares”, cafeterías, minimercados y otros negocios que prosperan gracias al “cuentapropismo” impulsado por Raúl. No tarda en llegar la ola mediática y turística estadunidense, lo cual resultará en algo digno de ver: la tensión entre la juventud ansiosa de consumismo hedonista y las generaciones de relevo de la revolución, que serán las encargadas de regular la próxima y difícil convivencia entre la lógica del capital y los principios marxistas y martianos de la ética socialista.

Esta vez llegué a Cuba con una delegación de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos, para establecer mecanismos de cooperación académica entre la Casa de las Américas y nuestra Escuela, y entre ésta y la Universidad de La Habana, uno de cuyos resultados es la coedición de los libros de Manuel Galich Nuestros primeros padres, Mapa hablado de América Latina y Páginas escogidas, así como un CD con la voz del “Verbo de la Revolución”, todo lo cual estará listo para mayo, cuando tendrá lugar en nuestra Escuela una Semana académica cubano-guatemalteca durante la cual se inaugurará la Cátedra Manuel Galich, la Sala Manuel Galich y el Centro de Estudios Latinoamericanos del mismo nombre. Además, se establecieron acuerdos de cooperación académica entre las mencionadas instituciones cubanas y el Doctorado en Ciencias Sociales que se inaugurará en la USAC en marzo próximo, auspiciado por las Escuelas de Ciencia Política, Historia y Trabajo Social.

Quienes quieran ver Cuba como ha sido, háganlo ahora. Porque pronto habrá mayores cambios allí. Cuba tiene ya todo lo que exige el turista típico. Y no digamos el atípico: aquél que prefiere andar los caminos sin que le digan qué debe ver y cómo debe verlo.

Mario Roberto Morales
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