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La guerra de los símbolos

Importa ganar esta batalla ideológica, no Ríos Montt como persona.

Si a algún europeo imbécil se le ocurriera vociferar en su país que no hubo genocidio en Europa porque los nazis no sólo mataron judíos sino también gitanos y homosexuales, incurriría en delito. Aquí, por el contrario, sobran los “pensadores” que afirman que como entre los ixiles hubo también algunos quichés masacrados, eso prueba que en el Triángulo ixil no ocurrió nada de eso que llaman genocidio, pues el ejército fue tan democrático durante la “tierra arrasada” que no discriminó a nadie a la hora de aniquilar a quienes consideró sospechosos de simpatizar con los guerrilleros. Por eso mismo –claman estos “intelectuales”–, las masacres no obedecieron a la malévola intención de aniquilar a un pueblo –en este caso el ixil–, no señor; se trató tan sólo de masacrar a los colaboradores de las guerrillas, los cuales, casualmente y para su mala suerte, eran indios desarmados e indefensos morando en sus aldeas.

En su alocución de autodefensa ante el tribunal que lo condenó a 80 años de prisión inconmutables por el delito de genocidio, Ríos Montt incriminó a sus subalternos al afirmar que éstos no le informaban nada de lo que hacían cuando perpetraban las masacres necesarias para “quitarle el agua al pez”, por lo que –aseguró– él no era responsable de las mismas, sino que lo eran sus oficiales de campo. Se colige de aquí que –de acuerdo al soldadito delator– los que deben ser juzgados por genocidio son los mandos medios a las órdenes de los cuales la kaibilada mató, violó, mutiló y torturó hasta el hartazgo. Con ello, el histérico soplón ofreció un inmortal ejemplo de espíritu de cuerpo.

Por su parte, los columnistas serviles de la derecha se indignan ante la posibilidad de que aquí –como en Europa– se considere delito negar el genocidio, y alaban la alocución de autodefensa de Ríos Montt como una pieza de oratoria elocuente, mucho mejor –dicen– que las de sus abogados defensores ante el tribunal de sentencia. Quizá tengan razón, aunque esto sería objeto de un concurso para deficientes mentales.

Pero no nos extrañemos de esto, ya que es justamente la irracionalidad lo que explica y anima a los defensores del desbocado general eléctrico. Los milicianos de Huehuetenango, los integrantes de las ex Patrullas de Autodefensa Civil y el puñado de ixiles renegados que gritan a las cámaras de televisión que en su tierra no hubo genocidio expresan eso: la irracionalidad de la derecha guatemalteca, a la cabeza de la cual está el CACIF operando mediante la fanaticada de la Fundación de los Terroristas, Avemilgua, la Liga Pro Patria, la UFM y otras agrupaciones fascistas y nostálgicas del pasado dictatorial, así como por medio de los cuerpos de seguridad que conforman los ejércitos privados de las mineras y otras firmas del capital transnacional –de las que los del CACIF son socios minoritarios–, los cuales asesinan dirigentes populares.

Pero al CACIF no le importa Ríos Montt como persona. Sólo intenta ganar esta guerra simbólica porque sabe que en ella va la versión histórica de nuestra memoria y porque el precedente jurídico permite ya enjuiciar a sus miembros como financistas del genocidio y no sólo a los oficiales delatados por su jefe. A éste, los tres siervos del CACIF que le lavaron la culpa no pudieron quitarle la suciedad. Por ello, seguirá preso a lo largo del nuevo juicio. Esa batalla ya se ganó. La otra, apenas está empezando.

En su alocución de autodefensa ante el tribunal que lo condenó a 80 años de prisión inconmutables por el delito de genocidio, Ríos Montt incriminó a sus subalternos al afirmar que éstos no le informaban nada de lo que hacían cuando perpetraban las masacres necesarias para “quitarle el agua al pez”, por lo que –aseguró– él no era responsable de las mismas, sino que lo eran sus oficiales de campo.

 

Mario Roberto Morales
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