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Jaime Barrios Carrillo

“Amo a las sirvientas por irreales, porque se van, porque no les gusta obedecer…”
Augusto Monterroso (Las criadas)

Guatemala City, ciudad decimonónica de modernidades cosméticas. El musicólogo Jorge Sierra Marroquín señala que a inicios de la década de los cincuenta aún funcionaban en el sector de El Trébol los salones populares de baile.

La Flor del Chinique era el poético nombre de una de las zarabandas. Pero no quedaba en alguna zona rural del país sino en la misma capital, ciudad de dimensiones enajenadas y contrastes, con sus “rascacielos enanos” como los llamaba Guillermo Toriello, con sus bulevares copiados de estampas parisinas de finales de siglo pasado y también las orgullosas cúpulas barrocas y neoclásicas heredadas de la colonia española. La herencia social de la Colonia continúa.

La zarabanda se refiere a fiesta campesina, con marimba y ríos de aguardiente, catarsis colectiva bajo los tecleos de la marimba. Lo ebrio y lo agrario de la mano. Son célebres algunos letreros que había en aquellos salones: “No tirar los cigarrillos al suelo porque se queman los pies las señoritas”. Muchos guatemaltecos eran hace pocas décadas gente descalza, especialmente en el campo, y sobre todo las mujeres, como lo señala Gustavo Porras Castejón en su libro Las huellas de Guatemala. Pero dónde termina la ciudad y comienza el campo. ¿Dónde se partía la dimensión urbana y surge el mundo rural? Acaso en lugares como La Flor del Chinique y la Sampedrana. Y la gente que iba a esos lugares era de “clase baja”, que al final resulta una especie de clase en sí, porque nadie se autorreconoce como tal.

La expresión “lo vi salir de la Flor del Chinique”, equivaldría a señalar a alguien como perteneciente a la clase baja. Centro de reunión en sus días de asueto de las sirvientas. Las sirvientas suelen tener un día libre, muchas veces los domingos, que aprovechaban en otra época para asistir a lugares como la desaparecida Flor del Chinique. Sobrevive hoy un salón popular de baile en la Avenida Bolívar y 32 calle, el Guatemala Musical. La avenida lleva el nombre del Libertador de América, pero es un sector socialmente infectado: prostitutas, mendigos, rateros y otros entes del lumpen que produce la pobreza.

Las “criadas” son la especie semiesclava que ha hecho los oficios domésticos desde La Colonia. Con sus magros salarios ayudan a sus familias en el interior. Shirlie Rodríguez afirma que “las trabajadoras de casa particular suelen ser mujeres que ante la falta de otras oportunidades deben soportar largas jornadas, salarios bajos, maltrato y abuso. Viven entre precariedad y explotación. Todavía no se les reconoce condiciones dignas de trabajo.”

Tienen la opción del fundamentalismo religioso si las agarra una secta pentecostal que las hace leer largos textos bíblicos en sus horas libres, entre cantos, gritos y brincos para convencerlas que hay una vida fabulosa “más allá”, más real que el presente, el reino del Padre, a donde los salvos o santos podrán llegar. Resulta más importante salvar el alma que la vida en este mundo.

La Flor del Chinique no era para la clase media, ni mucho menos para la burguesía capitalina. En Guatemala tenemos una estructura de clases sui géneris. Se trata de un orden jerárquico y vertical que recuerda el sistema de castas de India. La clase alta tiene sus propios niveles, está la llamada “superalta” o la high, los llamados “fufurufos” en vocablo popular. Y los nuevos ricos, políticos y militares corruptos y/o ligados al narco, protegidos por el Estado. Luego está la clase media, subdividida en clase media alta, funcionarios importantes y profesionales “exitosos”, sigue la media media, funcionarios y profesionales con menos fortuna que los anteriores. Por último, la media baja y otras categorías. Lo sorprendente es que nadie se considera a sí mismo “clase baja”, la clase baja no existe, aunque para el espíritu oligarca la inmensa mayoría de los guatemaltecos son de clase baja.

O son “indios”, choleros, cachimberos. Alguien de la alta al referirse a una persona de clase media, podría decir despectivamente, “fulano es de clase baja”, y uno de la media se referiría de igual manera hablando de algún trabajador humilde o un artesano pobre. Obrero ha sido sinónimo de pobre.

La mayoría de los ladinos capitalinos se autorreconocen como de clase media. La pequeña burguesía se presenta como “media alta”, con los respectivos antepasados ilustres, algún exdiputado, un abuelo general, cierto escritor o artista afamado y los consabidos parientes ricos. Los campesinos suelen ser más claros en su autoidentificación y su visión del mundo. Dicen ser campesinos, y naturales si son indígenas.

Los oligarcas no se inmutan. Su reino no es de este mundo pues viven “en otro mundo”. Nunca han puesto un pie en un rancho. No van al centro de la ciudad y se enorgullecen de no haber estado en un barrio popular. Tampoco dicen “soy ladino”, porque no son ni indios ni ladinos, sino son la high life de Guatemala, “la pomada” y otras denominaciones menos oportunas. Hablan inglés o pretenden hacerlo, pero jamás un idioma maya, ni una sola palabra. Carecen de un hispanismo fuerte, como en países con estructuras y formas sociales análogas en Suramérica, Perú, Bolivia o Ecuador. “Los nuestros” se han “americanizado” y dicen con admiración “Los Estados”, que simboliza para ellos el modelo, la patria que hubieran deseado tener. Desarrollan una american way of life, en el trópico herido y en el altiplano empobrecido de la geografía guatemalteca. No país, sino paisaje sangriento. Y hay que pagar el precio del subdesarrollo para poder vivir como reyes en el mismo. Qué importa la Flor del Chinique si se tiene casa en Miami. Se vive en barrios “residenciales” con Policía privada. Mundos cerrados, mundos plásticos y ciegos, delirios de grupo, ilusión que hace que los ricos nunca vean la pobreza, ni las lacras sociales. Menos los rasgos populares en costumbres, fiestas y usos.
Guatemala no existe. Pero sin embargo el país existe y también las zarabandas, las sirvientas, los soldaditos rasos. Y los pobres, que son la mayoría.

Guatemala no existe. Pero sin embargo el país existe y también las zarabandas, las sirvientas, los soldaditos rasos. Y los pobres, que son la mayoría.

Una relativa expansión de industrias livianas, así como la ampliación exagerada del llamado “sector terciario”, donde se incluyen oficios de la más variada índole, desde prostitución hasta ventas callejeras, ha absorbido buena parte de las mujeres jóvenes que se trasladan a las ciudades provenientes del campo. Están las maquilas, que convierten a las campesinas recién llegadas a la capital en obreras fabriles. Las condiciones laborales no son las óptimas, pero muchas prefieren estas actividades a la servidumbre. El poeta Otto Raúl González, con espíritu satírico, retrataba esta situación en sus Versos droláticos:

El viejo refrán que reza:
Más vale pájaro en mano
que ciento volando
tiene ahora nueva traza:
más vale sirvienta en casa
que cien señoritas pasando

Sirvientas y soldados de franco se encuentran los domingos, ambos grupos originarios de zonas rurales en una urbe que los desconoce y menosprecia. Cayalá no es para ellos. Ni para bailar con marimba. Es un mundo aparte y excluyente. Un oasis artificial en medio del desierto cultural llamado Guatemala City. Nunca olvidemos que la verdadera modernidad es la democracia social y el goce de la cultura, no arquitecturas imitativas ni edificios de muchos niveles desde los cuales no se concibe el inmenso sótano social.
La otra opción es intentar el Paraíso Americano. Las caravanas de migrantes son testimonios del gran fracaso social del país. Los expulsados por falta de futuro. Ya se han ido más de dos millones de guatemaltecos huyendo de la pobreza, ¿cuántos más deberán irse? Pobrecita la clase media guatemalteca, tan lejos de Miami y tan cerca de la Flor del Chinique. That is the life in the tropics

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Jaime Barrios Carrillo
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