Marcela Gereda
En un tiempo de “amor líquido” en el que “todo lo sólido se desvanece”, durante cincuenta años de vida en común y en pareja, ellos han construido ladrillo a ladrillo su fortaleza de piedra diáfana, ese espacio al que a todos los hijos y nietos nos gusta volver, el lugar donde nos sentimos siempre seguros, donde recuperamos el impulso para ir al encuentro de la vida.
En su cincuentavo aniversario, celebro que ellos siguen apostándole a construir su espacio fortificado. ¿Cómo lo hacen?
Colocando ladrillos con los que dan libertad al Ser, a esa libertad que está encarnada en el Otro, en el compañero, en el amor. Viviendo la vida con humor y como un milagro.
Edificando murallas de certeza para nutrirse de una cantera de respeto completo por lo que el otro dice, hace, piensa y es.
Construyendo bloques de piedra diáfana de complicidad y alegría. Abrazando la imperfección de la vida.
Decidiendo continuamente ser alas para volar con el Otro. Latiendo a la altura de las oportunidades de la vida. Abrazando el milagro de la respiración. Viendo más allá de lo obvio.
Siendo camino, tragándose el universo. Siendo bálsamo para el oleaje del Otro.
Recibiendo juntos las preguntas de la vida.
Escuchando y descubriendo juntos al mundo, abriéndolo para conocerlo y experimentarlo.
Yuxtaponiendo bloques consistentes que se conectan con la belleza del mundo; los amigos, la poesía, el conocimiento…
Gracias por estos cincuenta años de vida en pareja, por esa colección de geografías, corazones e itinerarios compartidos.
Gracias por ser el ejemplo materializado de que la felicidad no se encuentra fuera, sino dentro de nosotros, gracias por recordarnos que cada cual es responsable de su felicidad, por ser ejemplo de que cuando una persona ama es feliz simplemente porque el amor emana de su interior.
Gracias también por reconocernos como hermanos, por ir al encuentro del infinito de los otros y comulgar unidos en la construcción del bien común, por enseñarnos que el futuro tiene que ser apostarle a la construcción y defensa de la democratización del conocimiento y de “nuestra casa común” para generar un nuevo sentido de solidaridad y hermanamiento.
Gracias papá y mamá por regalarnos esta fortaleza sagrada, intocable e indestructible para hacerla vivir en nosotros. Gracias por ser manantial sin esperar nada a cambio. Gracias por seguirse riendo como niños, por ese diálogo incesante con la realidad y con los Otros.
Gracias por no dejar de indagar y preguntarse por los misterios de la vida. Gracias por ser ojos que brillan de curiosidad y asombro y por ser memoria que se posiciona frente a la historia.
Gracias por tener ese corazón como el de las ballenas yubarta, 4 mil 500 veces más grande que el humano. Gracias por ser amigos y maestros, por hacer de la nada todo y por hacer de lo efímero algo eterno.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2018/12/10/la-fortaleza-de-piedra-diafana/]
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