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Breve diatriba contra los farsantes académicos, los impostores universitarios y los patriotas ignorantes.

En el Prontuario de la estupidez humana, Henry Louis Mencken define a quien él percibe como el individuo metafísico de la siguiente manera:

“El metafísico es aquel que, cuando decimos que el doble de dos es cuatro, pregunta qué entendemos por doble, por dos, por tres y por cuatro. A cambio de semejantes preguntas, los metafísicos viven en las universidades con lujo asiático y se los respeta como hombres cultos e inteligentes”.

Debemos tener en cuenta que Mencken se refiere aquí a las universidades del primer mundo, en las que la creatividad intelectual es reconocida por la meritocracia académica, aunque al mismo tiempo se escamotea y sustituye por los sofismas de los “metafísicos”. Esto no implica que nuestras tropicales universidades carezcan de especímenes de esta proliferante especie, es decir, de farsantes del intelecto que, al cuestionar cada elemento de una reflexión conclusiva, pretenden introducir oscuridad en lo que está claro y transmitir la falsa idea de que lo concreto es inexplicable o de que el objeto de estudio de cuya elucidación están a cargo es “muy complejo”, “demasiado amplio” y, en suma, imposible de conocer.

El profesor universitario que así se expresa del objeto de estudio que explica, no lo conoce. Pues quien tiene claras las ideas, puede expresarlas con nitidez. No es cierto aquello de “lo sé pero no lo puedo explicar”. Si no se puede explicar algo, no se sabe. Ya que pensamos con palabras. Y si no se poseen las palabras para explicar un fenómeno, resulta obvio que éste se desconoce. Escudarse tras la supuesta complejidad y amplitud extrema de un objeto de estudio para limitarse a decir de él que es complejo y extenso, es la actitud típica del ignorante académico, del impostor universitario, del estafador intelectual.

A esta especie se refiere Mencken cuando habla de los “metafísicos” que “viven en las universidades con lujo asiático y se los respeta como hombres cultos e inteligentes”. Lo cual dice mucho de las universidades y del sistema educativo en general. Un sistema que desde los años 70 del siglo pasado fue asaltado y permanece tomado por la lógica cultural del capital (ampliar márgenes de lucro), la cual ha convertido a los maestros en histriónicos vendedores de conocimientos y a los estudiantes en apáticos clientes de tiendas de ideas en las que –como en toda tienda– el cliente siempre tiene la razón. Por eso, regularmente, éstos aprueban sus cursos cada vez con mejores punteos (y cum laudes), aunque sabiendo cada vez menos del objeto de estudio del que supuestamente deberían saberlo todo.

Pero el fraude intelectual rebasa la educación e infesta la cultura y la política. Sobre todo ahora y en nuestro medio, cuando quienes se dedican a esta función ostentan doctorados obtenidos por correo electrónico y otros medios de la moda pedagógica “no presencial” en tiendas de ideas a domicilio. Por eso los políticos anteponen a todo frágiles titulillos universitarios como garantía de su patriotismo. Para su desgracia, según Mencken “El patriota es un fanático intolerante y, la mayoría de las veces, un jactancioso y un cobarde”. Es fanático porque para ser patriota hay que tragarse el cuento del imaginario nacional como si hubiese sido revelado por alguna deidad aliada y no forjado en la historia. Es intolerante porque el patriotismo dejaría de serlo si transigiera. Es jactancioso porque debe presumir de lo único que tiene: su fanatismo. Y es cobarde porque evade verse tal cual es: un vulgar y vil estafador intelectual.

Mario Roberto Morales
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