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Carlos Figueroa Ibarra

Hace 43 años leí un soberbio libro que me conmocionó profundamente. Se trata del que fuera escrito por el periodista australiano Wilfred Burchet títulado La derrota norteamericana en Vietnam. Las noticias del retiro estadounidense y del avance impetuoso  Talibán me hizo evocar inmediatamente el estremecedor relato de Burchet.Las imágenes de la caída de Kabul, con el caos y terror de la población que se siente amenazada por ella, me hizo evocar imágenes similares durante la caída de Saigón en 1975.

Causas y consecuencias no son muy distintas: el retiro estadounidense hizo caer como castillo de naipes al gobierno de Ashraf Gani con lo que se demostró que estaba asentado, como el régimen encabezado por Saigón, en la intervención estadounidense;  las fuerzas talibanes, como las vietnamitas,  están asentadas en una robusta tradición histórica de guerra de resistencia contra invasores. Al igual que en Vietnam, durante décadas la Casa Blanca mintió con respecto a sus éxitos en Afganistán tratando de ocultar que igualmente se había metido en un cruento pantano. En Vietnam, los vietnamitas derrotaron la invasión estadounidense  después de vencer dos décadas antes a los colonialistas franceses. La resistencia afgana descalabra en 2021 a los invasores estadounidenses después de derrotar  a  la invasión soviética en 1989.

La gran diferencia acaso resida en la naturaleza de las fuerzas antiimperialistas que resultaron victoriosas.  Las tropas norvietnamitas y el Vietcong estaban dirigidas política y moralmente por un dirigente  educado en Paris y radicado algún tiempo en Nueva York.  Ho Chi Minh, comunista de toda la vida, dirigió  un partido comunista que se adhirió a una ideología nacida en occidente  que se universalizaba merced al internacionalismo proletario y la reflexión del mundo desde la propia realidad. Los talibanes están asentados en el fundamentalismo islámico, dan muestras extremas de  fanatismo religioso, misoginia y un abanico intolerante que no augura nada bueno a Afganistán.

El saldo estadounidense en Afganistán es indudablemente negativo. La invasión  comenzó en octubre de 2001 al calor de la represalia antiterrorista después del 11 de septiembre y  costó dos billones de dólares,  aproximadamente 2,500 soldados estadounidenses (20,000  heridos), 4,000 contratistas civiles,  450 británicos, 102  españoles, 60,000 afganos y 70,000 civiles. Ahora ha terminado en un acuerdo de retirada cuyos tiempos no fueron respetados por el Talibán. Los 85 mil millones de dólares invertidos en  un ejército de 300 mil efectivos, han concluido en el desastre evidente en la toma por la resistencia de las bases militares y  de miles de armas estadounidenses.

Al interior de EE.UU. los efectos tampoco son buenos. Trump encabezando  a las fuerzas ultraderechistas ya empezó a agitar el nacionalismo reaccionario y a culpar al presidente Biden del fracaso. Biden mismo ha abierto un flanco con sus propias declaraciones: “Los talibanes no son el Ejército de Vietnam del Norte. No son ni remotamente comparables en términos de capacidad. No habrá ninguna circunstancia en la que veas a gente ser levantada del techo de una embajada en Estados Unidos desde Afganistán. No es en absoluto comparable”.

No fue esto lo que sucedió.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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