Carlos López
«Realicé una amputación
en un hombre vivo, despierto
y consciente, sin anestesia.
Una niña de 9 años
con la cara llena de metralla
me dijo que si estaba en el cielo.
Creía que ya estaba muerta»:
doctor anónimo que opera
bajo el ruido de los misiles.
30 mil millones de dólares
para matar 40,000
niños inocentes y más
de 30,000 viejos, mujeres,
y borrar Gaza de la tierra
predestinó Estados Unidos,
el superpolicía del mundo,
el garrote abyecto, fascista,
para el genocidio del siglo.
1948,
con el abandono del último
soldado sajón de la tierra
ocupada por el imperio,
Gran Bretaña creó a Israel,
que de «pueblo elegido de
Dios» pasó a ser el más odiado,
el más terrorista de toda
la historia de la humanidad.
2024, año de
la ignominia, Occidente se une
para acabar con Palestina;
Gaza es un gran cementerio;
la inmensa máquina de muerte
destruye más que la Segunda
Guerra Mundial, lanza más fósforo
blanco y misiles que en Vietnam:
86,000 toneladas.
Los sionistas firman y besan
armas de destrucción masiva,
mientras la OTAN, la ONU y demás
tomaduras de pelo, ciegos,
se justifican con la Biblia.
La sangre de los caídos surca,
tiñe desde el río hasta el mar
al infinito, fragua en ecos
la resurrección del espíritu.
Una madre le habla al cadáver
de su niño. Con tiernas frases
y besos en los ojos, lo llama;
le suplica que se levante.
Le pide al doctor que le aplique
suero, le dice que está vivo,
que sólo sueña. Sus palabras
se pierden entre bombas, balas;
se incendian en la soledad.
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