El lunes 11 de febrero de 2013, el mundo quedó pasmado. Desde temprano circuló la noticia de que Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI había abdicado de su cargo y que dejaría “el cetro petrino” el 28 de febrero. La conmoción radica en que eso no sucedía desde 1415, cuando Gregorio XII renunció en el contexto de la coexistencia de tres pontífices y de una fiera guerra entre las diversas facciones de la iglesia católica. Desde entonces, los Papas habían asumido vitaliciamente su cargo y lo habían dejado al morir, en la mayoría de los casos decrépitos e inútiles. Una excepción reciente fue el caso de Albino Luciani, Juan Pablo I, quien murió inesperadamente a los 33 días de haber asumido el papado. Su muerte ha sido motivo de especulaciones porque el Papa Luciani se perfilaba como un Papa progresista y decidido a limpiar la corrupción del Banco del Vaticano, el llamado Instituto para las Obras de la Religión. Hay que recordar que el Banco del Vaticano estaba dirigido por el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus famoso por sus negocios turbios y relaciones con la Logia P-2 vinculada a organizaciones mafiosas. El 28 de septiembre de 1978, Juan Pablo I después de reunirse con su secretario de estado Jean Villot, ordenó que Marcinkus rindiera cuentas por los manejos financieros que estaba haciendo y que después quebrarían al Banco Ambrosiano. Horas después Juan Pablo I fue encontrado muerto en sus habitaciones.
La insólita renuncia de Benedicto XVI, una vez más ha sacado a luz los oscuros manejos financieros de la banca vaticana. Las noticias (véase el artículo de Eduardo Febbro en el diario Página 12) dan cuenta de los desesperados esfuerzos para sanear las actividades financieras del Vaticano y lo infructuosas de tales tentativas en un contexto en el cual son frecuentes las acusaciones de lavado de dinero. En marzo de 2012, el Papa recibió un informe elaborado por tres cardenales en el cual se hablaba de una guerra feroz por el poder, corrupción, robo masivo de documentos y lavado de dinero. El nombramiento del especialista suizo René Brühlart para limpiar la corrupción financiera rápidamente terminó en el fracaso. En diciembre de 2012 los tres cardenales presentaron un nuevo y desesperanzador informe y se dice que Ratzinger terminó allí de madurar su decisión de renunciar. Además de todo ello la iglesia católica está en una profunda crisis: la pederastia como un problema estructural en los sacerdotes (la iglesia estadounidense está en bancarrota por el pago de 2,500 millones de dólares de indemnizaciones), la crisis de vocaciones (en Europa el promedio de edad es de 75 años), la declinación del catolicismo en América latina como lo revelan Centroamérica y Brasil (50% y 33% de protestantes).
Y en todo este contexto el pensamiento reaccionario, del cual Ratzinger es protagonista principal, que condenó a la teología de la liberación, que no ve la necesidad de ordenar mujeres en el sacerdocio, asumir el aborto y los anticonceptivos, la homosexualidad, las relaciones sexuales prematrimoniales, el celibato sacerdotal como una opción y no como obligación. La iglesia católica se sume en escándalos de poder (la lucha a muerte entre los cardenales Bertone y Sodano), de corrupción, lavado de dinero y pederastia mientras ignora los cambios culturales profundos que está viviendo el mundo entero. Se va el Papa Ratzinger. Seguramente sus últimos años cultivará su intelecto privilegiado, tocará virtuosamente a Mozart en el Piano, continuará su labor como uno de los grandes teólogos del mundo y acariciará a sus gatos.
Y en sus oraciones rendirá cuentas sobre la parte de responsabilidad que le corresponde en el desastre en que deja a la iglesia católica.
Además de todo ello la iglesia católica está en una profunda crisis: la pederastia como un problema estructural en los sacerdotes (la iglesia estadounidense está en bancarrota por el pago de 2,500 millones de dólares de indemnizaciones), la crisis de vocaciones (en Europa el promedio de edad es de 75 años), la declinación del catolicismo en América latina como lo revelan Centroamérica y Brasil (50% y 33% de protestantes)
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