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La candidez de la ignorancia

Pequeña muestra de la obstinada actividad cerebral de las hormigas.

Mario Roberto Morales

Entre las frases célebres de Marx y Engels hay una en El Manifiesto Comunista que ha sido adoptada por algunos pensadores contemporáneos como lema de la posmodernidad. Es la que dice: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Esta frase, usada por Marshall Berman como título de uno de sus libros, la escribieron nuestros autores para metaforizar el hecho de que las nuevas relaciones capitalistas de producción disolvían los criterios que cohesionaban las relaciones comunitarias tradicionales del Medioevo en materia económica, social y afectiva, las cuales, por siglos, habían constituido todo lo sagrado y lo “sólido” de aquellas sociedades. De pronto, con el capitalismo, se instauraban nuevas relaciones sociales basadas sólo en la fuerza de trabajo individual que las mayorías fueran capaces de vender al mejor postor, dando con ello lugar a un nuevo criterio de cohesión y legitimación entre los seres humanos: el criterio del egoísmo individualista como norma de la convivencia social. Esto, porque todo aquello que sostenía las relaciones comunitarias y las solidaridades gremiales y colectivas en general (lo “sólido” medieval), necesitaba ser disuelto por las nuevas relaciones de producción (basadas en la compra-venta de la fuerza de trabajo individual) para que el nuevo sistema funcionara. Este cambio en las relaciones sociales de producción implicó el paso de la antigüedad a la modernidad.

La frase no alude a nada “lamentable”, sino a un hecho histórico que Marx y Engels consignan como parte de una explicación que pretende ser objetiva. No dicen que esto pudo haber sido de otro modo. Lo consignan porque así fue, y punto. No se trata de una afirmación hecha al aire, como una de esas “citas citables” del Reader’s Digest, sin referencia a ningún hecho concreto. No es una ocurrencia irresponsable, como suponen quienes, desde la candidez de la ignorancia, califican a Marx como un soñador que pretendió poner en práctica la utopía del bienestar colectivo. Estos ignorantes cándidos no logran entender que la utopía no se puede poner en práctica porque deja de ser utopía, ni que tan sólo es una guía para la acción. Tampoco, que Marx fue un hombre práctico. Basta revisar su biografía para enterarnos de su actividad en la vanguardia de la organización obrera de la Europa de su tiempo.

Los ignorantes cándidos tampoco entienden el principio socialista “De cada quien según su capacidad y a cada cual según su necesidad”. Los pobres suponen que esto implica repartirlo todo igualitariamente de modo que un psiquiatra gane lo mismo que un lustrador de zapatos, y que la tierra se reparta a todos en partes iguales para que a cada uno le corresponda una maceta. Uf. Ni Marx ni Engels propusieron nunca semejante imbecilidad. No logran entender nuestros cándidos ignaros que el viejo Karl venía de la tradición liberal europea y que el concepto de “justa distribución de la riqueza” lo asumía como igualdad de oportunidades (no de logros). Tampoco, que el principio de marras expresaba la meta utópica del socialismo y que a ella se llegaría no repartiendo en partes iguales todo lo que existe, sino mediante el desarrollo de las fuerzas productivas hasta alcanzar un bienestar no sólo de las élites, sino también de las mayorías.

Como vemos, Marx es la sombra del Monte Everest sobre un hormiguero en el que cunde la obstinada actividad cerebral de las hormigas.

 

Mario Roberto Morales
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