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Jacobo Rodríguez Padilla: la libertad de crear y de vivir

Arturo Taracena Arriola

Jacobo Rodríguez Padilla nació el 20 de agosto de 1922 en el hogar de uno de los más importantes artistas de Guatemala, el pintor Rafael Rodríguez Padilla. Éste, quien había sido el fundador de la Escuela de Bellas Artes de Guatemala en 1920, había estudiado en España y junto a Rafael Iriarte había asimilado las experiencias de la escuela española, especialmente la de los maestros Ignacio Zuluaga y Joaquín Sorolla. Sin embargo, a los seis años, Jacobo perdió a su padre, cuando decidió suicidarse a raíz de que miembros del Ejército lo fueron a buscar a su casa por estar implicado en un atentado en contra del general Lázaro Chacón. Ante la viudez, la madre optó por enviarlo temporalmente a la finca de la abuela materna, situada en Baja Verapaz, en los flancos de la Sierra de las Minas. De ahí la gran importancia que el paisaje tuviera en su pintura.

El ambiente artístico no dejó de acompañarlo de joven, pues doña Juana Padilla Cóbar se volvió a casar, esta vez con el pintor Rodolfo Marsicovétere Durán, miembro importante del grupo de “Tepeus” o Generación de 1930. De esa manera en su casa se fueron a cumulando pinturas, dibujos y esculturas de las diferentes generaciones de artistas guatemaltecos. Siendo preadolescente, Jacobo decidió inscribirse en la Escuela de Bellas Artes en momentos en que era dirigida por el escultor Rafael Yela Günther, quien lo inició en el arte del dibujo. Luego, el haber entrado a trabajar como dibujante en la Litografía “Zadik” a finales de la década del treinta, le permitió seguirse ejercitando a la vez de que aportaba dinero a su casa.

En Bellas Artes se juntó con sus contemporáneos Dagoberto Vázquez Castañeda, Guillermo Grajeda Mena, Roberto González Goyri – los tres miembros del Grupo “Acento” o Generación del 40 y de Mario Alvarado Rubio, los que junto a otros estudiantes y profesores formaron a raíz de la caída del general Jorge Ubico en junio de  1944, la Asociación de Profesores y Estudiantes de Bellas Artes –APEBA-, que conduciría la renovación de la Escuela.

Por esa época, entró a trabajar en el programa “Architectural Desing Office for Central America”, experiencia que lo formó como dibujante técnico en arquitectura, sobre todo por  el apoyo que le dio el arquitecto guatemalteco Roberto Irigoyen, quien lo inició el conocimiento de la arquitectura moderna encabezada por Le Corbusier. Asimismo, dicho trabajo le permitió ganarse con cierta holgura la vida y, así, poder dedicarse a su obra, participando en las exposiciones que la Asociación Guatemalteca de Escritores y Artistas Guatemaltecos –AGEAR-, que lideraban Alvarado Rubio y el escritor Mario Monteforte Toledo, y cuyo presidente era el escultor Rodolfo Galeotti Torres.

A finales de 1946 su vida habría de dar un giro intelectual cuando entró en contacto con el escritor Huberto Alvarado Arellano, con quien fundó el Grupo “Saker-ti”, que vendría a rivalizar con la AGEAR no sólo en la realización de exposiciones, sino en la orientación ideológica sobre la plástica y el compromiso de los artistas con la realidad social guatemalteca, ya durante la presidencia de Juan José Arévalo.

En las aulas de Bellas Artes también entró en contacto con el escultor Adalberto de León Soto, quien no sólo se convertiría en su cuñado al casarse con Fantina Rodríguez Padilla, sino que le permitió conocer el altiplano guatemalteco en un viaje a Quetzaltenango. Asimismo, entró en contacto con los pintores Miguel Alzamora Méndez, Arturo Martínez y Max Saravia Gual, como con el maestro Ricardo Castillo, el principal pianista y compositor guatemalteco de ese momento.

Dos hechos más van a marcar su evolución intelectual, entrar en contacto –al igual que los demás miembros del Grupo “Saker-ti”- con el escritor y político Luis Cardoza y Aragón, quien venía de lanzar en 1954 la Revista de Guatemala, publicación que recogería en sus páginas la reflexión artística surgida de la Escuela de Bellas Artes, ilustrándola con las fotografías de la obras de pintores y escultores. Los otros mentores serían el pintor cubano Eduardo Abella, entonces embajador de su país en Guatemala, quien les abrió el mundo de la nueva pintura latinoamericana y el pintor surrealista gallego Eugenio Fernández Granell, ambos profesores en Bellas Artes. Con éste último habrían de distanciarse en 1949 debido a su anticomunismo al punto que hizo fracasar con el apoyo de Alvarado Rubio y la AGEAR la celebración del Primer Congreso de Escritores y Artistas de Guatemala, que pretendían organizar los sakertianos.

En 1949, junto a Grajeda Mena, quien venía de retornar de Chile donde había ido como becado con Vásquez Castañeda, Jacobo realizó un viaje a Flores, Tikal y Uaxactún, que lo marcó pictóricamente, pues no sólo empezó su período azul pintando el lago y y la launa petenera, sino que lo hizo adentrarse en el conocimiento de la cultura maya, aprendizaje que ahondó con el impacto que le produjo ese mismo años la lectura de la novela Hombres de Maíz de Miguel Ángel Asturias. Los colores, las formas y los motivos de la plástica maya entraron de lleno en su paleta.

Asimismo, en septiembre de ese año, junto a Alvarado Arellano participó en la fundación en la clandestinidad del Partido Comunista de Guatemala, lo que lo llevó a poner su arte al servicio de la militancia, especialmente durante la campaña presidencial a favor del coronel Jacobo Árbenz y en le celebración de los actos organizados por el Movimiento por la Paz, de inspiración comunista. En compañía de Edmundo palma, Roberto Paz y Paz y Carlos Navarrete integró la delegación de los jóvenes guatemaltecos al Congreso Continental por la Paz celebrado en México, con la presencia de Pablo Neruda, Paul Eluard, Nicolás Guillén, Cardoza y Aragón entre otros intelectuales renombrados.

De regreso en Guatemala, el año de 1951 marcó el inicio de la presidencia de Árbenz y un mayor a poyo a la vida artística del país. Al año siguiente, Cardoza y Aragón, con el apoyo de los sakertianos, fundó la Casa de la Cultura, mientras seguían apareciendo aún los números de la Revista de Guatemala. En ese contexto, Jacobo fue becado en febrero de 1953 para viajar a París, donde su cuñado De León Soto vivía becado desde 1949. Allí convivieron familiarmente, pues llegaron acompañados de sus esposas. Jacobo había contraído matrimonio con Leticia Najarro y en la capital francesa nacería su hijo Jean Akbal.

La caída de Árbenz, producto del golpe de Estado que fomento la intervención norteamericana en plena Guerra Fría, hizo que la beca se cavase y que tuviesen que buscar trabajo para subsistir. Poco antes habían llegado a París también becados el pintor Juan Antonio Franco y el escultor Eduardo de León. Siguieron siendo años de militancia, pues Rodríguez Padilla viajo como delegado guatemalteco a los Festivales Mundiales de la Juventud celebrados en Bucarest y Varsovia, en 1953 y 1955, respectivamente. En París entraría en contacto con los pintores venezolanos Jacobo Borges  y Luis Guevara, quienes lo motivaron para inscribirse en la École des Beaux Arts de París, la cual tuvo que abandonar para ganarse la vida trabajando como dibujante con el arquitecto Jean Camion. En ella aprendió la técnica del fresco en murales, que más tarde aplicaría en México.  A su vez, su formación intelectual la continuó con las visitas a los museos y a las exposiciones, y con el descubrimiento de la Cinemateca francesa.

Separado de su mujer e hijo, en febrero de 1957, cuatro años después de haber empezado la aventura europea, Jacobo inicia ría la mexicana, que duraría 17, cuando se embarcó hacia el puerto de Veracruz con el fin de vivir el exilio más cerca de Guatemala. Al poco tiempo de llegado se enteró que Adalberto de león se había suicidado en París el 14 de junio, dejando a su hermana Fantina y a sus sobrinos en una difícil situación. En el mes de julio realizó un corto viaje a Guatemala para visitar a su madre, viaje que repitió a finales del año de 1958. Luego pasarían dos décadas antes de que volviese a suelo guatemalteco.

En el Distrito Federal lo recibieron los escritores guatemaltecos Otto Raúl González y Raúl Leiva, quienes en julio de 1954 se había asilado en la embajada de este país. Asimismo, contó con el apoyo de los pintores Rina Lazo y Franco, quienes ya trabajaban como ayudantes de Diego Rivera. No pudo entrar a formar parte de su equipo, pues el muralista mexicano falleció ese mismo año, el 24 de noviembre.  La vida laboral empezó en el trabajo publicitario, pero gracias al apoyo de Navarrete consiguió trabajo en el Instituto Latinoamericano de Cine Educativo, a la vez que corregía pruebas en el diario “Ovaciones”.

En el año de 1958 dejó la militancia en el Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT-, conoció a Aura Marina Arriola y luego hizo vida en común con Mireya Cueto, titiritera, escritora y periodista mexicana, hija de la pintora Lola Cueto. Luego, en 1960, gracias a Carlos Illescas, consiguió trabajo de dibujante en la televisión de la UNAM. Tres años después le tocó colaborar en la museología del Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México. Allí tuvo la oportunidad de trabajar como muralista con la realización de un friso en la Sala de Prehistoria y de un mural en la Sala Tolteca, mientras que Rina lazo se encargaba de hacer la réplica de los murales de Bonampak. A su vez, Jacobo unió a los materiales tradicionales con que había trabajado su pintura (tela, cartón, papel, manta), el manejo de la madera y el de papel amate. Este último lo seguiría trabajando con fervor durante su segunda estancia parisina.

En 1972 la represión ejercida por el Ejército guatemalteco lo golpeó nuevamente, pues su hermana Fantina fue capturada y desaparecida junto a la mayoría de los miembros del Buro político del PGT, el 26 de septiembre, dejando huérfanos a sus cinco hijos. Tal hecho lo ayudaría a tomar la decisión de regresar a parís, embarcándose en el puerto de Veracruz a mediados de 1973 rumbo a España. Quería conocer al igual que su padre la escuela española de pintura; en sí se volvió un reencuentro con la malograda figura paterna. Se planteó quedarse tres meses recorriendo la Península y sus museos y monumentos,  pero el periplo se alargó casi un año. Sólo en Barcelona permaneció tres meses en rel apartamento de Luis Pedro Taracena, quien entonces estudiaba en la capital catalana, encantado de visitar el Museo Picasso, fundado por Jaume Sabartés, el intelectual catalán que había ayudado a su padre a fundar la Escuela de Bellas Artes de Guatemala hacia cincuenta y cuatro años.

Jacobo llegó a parís en mayo de 1974 y a mí me tocó recibirlo. Se instaló en la casa de la socióloga venezolana carlota Peréz, para entonces compañera de Gustavo Porras, para luego irse a vivir a en un edificio de la rue Grenetta, donde vivían Raúl de la Horra y el músico Rodrigo Asturias. El pntor argentino Julio le Parc lo ayudó a insertarse en el medio de artistas latinoamericanos residentes en la capital francesa, frecuentando a Roberto Matta. También entrñó en contacto con el pintor catalán Antoni Tapìes.

A raíz del fallecimiento de Miguel Ángel Asturias, junto a su viejo colega el escultor Eduardo de León, participó en la exposición homenaje que varios artistas franceses y latinoamericanos rindieron al Premio Nóbel de Literatura guatemalteco. Consigue un atelier en la rue des Pannoyaux en el 20 arrondisement y empieza a ganarse la vida trabajando para el escultor francés Réné Coutelle. Pasra Jacobo significa el inicio de su actividad como escultor, trabajando el granito, la piedra calcárea, el ónix, además del bronce y el alambre de latón. A partir de julio de 1981 trabajó durante meses en un mural que le encargaron para el Centro Vacacional Pechinay Ugin Kulman, en la localidad de Roquebrune-La Gallarde, en la Costa Azul, el cual cubrió con los elementos de su composición pictórica y los colores de su paleta guatemalteca.

Asimismo, participó como artista en varios de los Salones de Otoño parisinos y en la Exposición Colectiva del Arte Latinoamericano organizada en el Grand Palais por el gobierno de François Mitterand en 1982, así como en el Museo Rodin. Sin embargo, fueron pocas la exposiciones personales que montó. La última d ellas, la que se hizo por iniciativa de la Asociación AAIC en enero de 2013 en la galería “L’Écu de France” en la ciudad de Viroflay. Una actividad organizada por Carlos Obregón hijo.

Por razones de jubilación, el gobierno francés le otorgó una pensión como artista y le permitió vivir en una residencia de artistas en la rue Montparnasse, donde instaló su taller y trabajó las últimas dos décadas de su vida. Para entonces, varios de los residentes guatemaltecos en Francia compraron sus cuadros, a su vez por aquellos viajeros que desde Guatemala se interesaron en adquirirlas. En el Museo de Arte Contemporáneo “Carlos Mérida” de la ciudad de Guatemala, no existe a la fecha ninguna de sus obras.

Asimismo, Jacobo participó en la mayor parte de las actividades que el exilio guatemalteco organizó durante esos años, reuniéndose Manuel José Arce, Jaime Díaz Rozzotto, José Mejía, Luis Eduardo Rivera, Raúl de la Horra, Luis Aceituno, Carlos Obregón, Juan Mendoza, Camilo Ospina, Adriana Cruz, Marlon Meza, Yuri García, etc. Desde Ginebra, lo asistía su sobrina Katina de León Rodríguez. Algunos de ellos los sobrevivió, otros lloramos su fallecimiento, ocurrido a los 92 años, el 5 de octubre pasado en su residencia parisina. Murió asistido por una compatriota, asumiendo la libertad con la que siempre quiso pintar y con la que vivió a costo de no importarle la fama comercial y sacrificar el éxito en que debería de haber tenido en nuestro país. ¡Qué descanse en paz junto a los suyos, pues siempre vivirá en la memoria de quienes tuvimos el honor de tratarlo!

[Fuente: El Acordeón, de El Periódico]