Anahí Barrett
Un leve sopor la acompañó y le minó las fuerzas aquella mañana en la que tenía una agenda -suya, pero ajena- que una vez más debía cumplir. No había escapatoria. Nunca decidió que la hubiese.
Sabiéndose incapaz de presentar batalla, respiró hondo y apagó de mala gana el despertador. Se puso su batita de existir y pausadamente se incorporó dirigiéndose a su amplia, equipada y hermosa cocina. Mientras organizaba nuevamente el mismo desayuno de todos los domingos transcurridos durante los últimos 26 años de matrimonio, se instaló -acompasada con el aura de migraña a punto de hacerse presente- la misma pregunta, la única: ¿Estoy segura de lo que le dije ayer? ¿Podré sostener mi decisión? ¿Una vez más se impone mi nefasto hábito de mantenerme en el esfuerzo de hacer lo que debo, lo racional, lo prudente, lo conveniente, lo correcto…de pensar en esos otros antes que egoístamente en mi?
“No insista de nuevo, llegué a un punto de no retorno. Mis expectativas resultan patéticamente incongruentes con respecto a sus capacidades como mi amante. Doy por cerrado éste episodio entre usted y yo”. Aquella frase pronunciada por esfuerzo cortical, pero abismalmente ajena al dictamen de sus entrañas, había cerrado la posibilidad. Impulsivamente se había negado ese permiso amoral que actuó siempre como poción oxigenante, energizante para enfrentarse diariamente a esa rutina nombrada por los otros como familia feliz. A una vida ejemplar que paradójica, irónica y silenciosamente le corroía la existencia, la debilitaba, la hacía morir de a poco, apaciblemente día tras día.
Hizo un esfuerzo cerebral mecánico sin mayor reflexión. Elaboró nuevamente un tejido de argumentos lógicos, pero tristemente falsos. Construyó, a favor de su ficticia determinación, una apología entregada a la dignidad, impuesta pero propia, de su condición de mujer.
Mientras los huevos revueltos terminaban de cocinarse y el resto de su hogar se incorporaba al híbrido domingo soleado, evocó con lágrimas de amargura el gran triunfo de preservar una vida plena de dignidad, una que dolorosamente la experimentaba, desde cada poro de su piel, como la certeza de saberse muerta en vida.
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