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Huelgas eran las de antes…

Marcelo Colussi

En el Informe “Guatemala: nunca más”, del Proyecto REMHI de la Iglesia católica, puede leerse: “En el mes de agosto de 1989 varios dirigentes estudiantiles de la AEU fueron secuestrados y desaparecidos o asesinados en la ciudad de Guatemala. Los intentos de reorganizar el movimiento estudiantil, que estaba prácticamente desarticulado, se vieron así nuevamente golpeados por la acción contrainsurgente. Las sospechas iniciales de infiltración por parte de la inteligencia militar (EMP) se vieron posteriormente confirmadas por varios testimonios. (…) Se invitó a un grupo de estudiantes que se habían contactado para viajar a México, a un Encuentro de Estudiantes que se organizaba en Puebla. Contactaron a Willy Ligorría, que era presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho (…). Ligorría fue posteriormente investigado por un estudiante quien informó sobre sus fuertes vínculos con una ‘mara’ de la zona 18, cuyos miembros andaban armados; siempre se sospechó que estas maras habían sido formadas por el ejército”.[1]

 

¿Por qué comenzar con esa cita? Pues para mostrar cómo entender el porqué la Huelga de Dolores, de ser una muy importante crítica social, sana y chispeante, con gran arraigo popular, pasó a ser un cuestionable ejercicio de matonaje abusivo y corrupción.

Durante los años más álgidos del Conflicto Armado Interno uno de los objetivos prioritarios del Ejército en su estrategia contrainsurgente era la neutralización de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Objetivo que, sin dudas, se cumplió a cabalidad. Se cumplió a un costo terriblemente alto: cantidades monstruosas de catedráticos y estudiantes muertos y desaparecidos, o marchados al exilio. El golpe que eso representó para la educación superior fue muy grande. Tanto, que al día de hoy, después de tres décadas de esa estrategia, la universidad pública no termina de recomponerse.

Según lo indicado constitucionalmente, la Universidad de San Carlos “cooperará al estudio y solución de los problemas nacionales” [elevando] “el nivel espiritual de los habitantes de la República, promoviendo, conservando, difundiendo y transmitiendo la cultura”. La realidad nos confronta con algo muy distinto. De ningún modo puede decirse que la Alma mater dejó de ser para siempre un semillero de ideas, de posiciones cuestionadoras. Pero no caben dudas que ese espíritu crítico que la alentó en otras épocas, esa vocación de “estudio y solución de los problemas nacionales” que dio como resultado constituirse en una fuente de pensamiento crítico, tanto en estudiantes como en catedráticos, eso ya no existe. Sigue habiendo producción intelectual de altura, por supuesto, siendo la universidad que más investiga y publica en el país, mientras que el 70% del alumnado universitario nacional pasa por sus aulas. Pero la suma de represión sangrienta más posiciones neoliberales y privatizadoras fueron convirtiendo a la Universidad de San Carlos, al menos en muy buena medida, en una institución que sólo otorga títulos profesionales, no más. Y en muchos casos, con cuestionables niveles académicos.

La represión estuvo muy bien dirigida y cumplió su objetivo. Por ejemplo: lo que fuera uno de los más insignes símbolos de un pensamiento contestatario y subversivo años atrás, la AEU (Asociación de Estudiantes Universitarios), fue transformado en un mecanismo absolutamente funcional a esa política represiva. De ahí que la Huelga de Dolores, de insignia de la sana rebeldía estudiantil pasara a ser también, siguiendo la evolución general de la casa de estudios, una demostración de la mediocridad imperante.

No puede decirse que la decadencia, cuestionable vulgaridad y violencia absurda de toda la Huelga actual en su conjunto se explica por la cita del REMHI con la que se abría el presente texto; pero ello marca un horizonte imposible de no ser tomado en cuenta. La capucha de los huelgueros, por ejemplo, absolutamente justificada cuando comenzó a usarse luego del golpe militar del 54 como una elemental medida de protección, hoy día sólo sirve para esconder la impunidad y la corrupción que campean en la Tricentenaria.

Tal como están las cosas en la actualidad, la Huelga no parece tener solución; es una demostración más del excelente trabajo que logró el Estado contrainsurgente de décadas pasadas: neutralizar toda expresión crítica del estudiantado y de la universidad en su conjunto.

* Este artículo apareció originalmente en la Revista Análisis de la Realidad Nacional del INPNUSAC en versión digital, Edición N° 69.

[1] Proyecto REMHI, ODHAG, Guatemala, 1998. “Guatemala: nunca más”. Informe REMHI, en su Tomo II (“Los mecanismos del horror”), Sub-tema: La infiltración.

Marcelo Colussi
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