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Carlos López

Guatemala es el único país del mundo donde se contabilizan las mentadas de madre, que es el mayor insulto. Decirle a alguien que es hijo de cuarenta mil putas es la escala más baja. En un país donde se emplea un sistema decimal de cero a cien, todavía no hay hijos de diez, veinte o de treinta mil putas; hay hijos de sesenta mil, de ochenta mil y de cien mil putas; no de ciento sesenta mil putas; menos de ciento quince mil o de ciento veintinueve mil ochenta y una putas.

El insulto subió de tono cuando a alguien le dijeron hijo de cien mil carretadas de putas. Cuando se inventaron los furgones, se sustituyeron las carretas, porque en aquéllos cabían más putas, pero no cambió la referencia: eran hijos de cien mil furgonadas de putas o de cuarenta, sesenta u ochenta mil (no de cincuenta, setenta o noventa mil putas).

En Guatemala es raro oír «hijo de puta», «hijo de la gran puta» o «hijo de su reputisísima madre». No basta con mencionar una, que es la real. Hace falta contabilizar por miles, para lograr otro efecto en el ofendido, aunque la biología nos enseñe que sólo se nace de un vientre, de una madre. La hipérbole es innecesaria, pero cada vez tiene más adeptos. ¿Es una forma de suplir las graves carencias materiales la que conlleva las mentadas milenarias, es una forma de subsnar, aunque sea por un minuto, las ofensas milenarias?

Los gestos de quien emite las mentadas de madre son muy plásticos: algunos enrojecen, entran en estado casi epiléptico, que se agrava cuando el ofendido se ríe. La risa es el mejor antídoto y cala más que responder con un insulto mayor de miles de putas. Los segundos que el emisor de una mentada entra en trance son justos los que necesita para resucitar: tal vez ésa es la causa por la que no han adoptado la voz política correcta y no alargan más esos vitales momentos para decir, por ejemplo, «hijo de cien mil furgonadas de tu requetesexoservidorísima madre», aunque Miguel Casas Gómez, especialista en eufemismos, en La interdicción lingüística (Universidad de Cádiz, 1986, p. 65 y 222) apunta que la palabra puta (en latín, putta) se convirtió hace siglos en sustituto biensonante de «mujer pública». Con lo que se comprueba que el pueblo sabe lo que dice y es culto, sabio hasta para mentar madres.  

Carlos López