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Hechos memorables

La casa de Martí en Guatemala, Cien años de soledad y París en el 68.

Mario Roberto Morales

La casa donde vivió José Martí

Mi abuela vivía (el edificio permanece aún) en la cuarta venida entre trece y catorce calles de la zona uno. Enfrente se yergue la casa donde vivió José Martí, según lo afirma una placa metálica encajada en sus muros. Desde niño me gustó mucho la fachada de esa casa que, por desgracia, se ha ido deteriorando con el tiempo. Hace unos meses, apareció un letrero allí que decía “Se vende esta propiedad”, y un número de teléfono. Y no hace mucho el letrero desapareció. Desde que lo vi, quizá en octubre o noviembre pasados, me alarmé pensando en que demolerían el inmueble y aparecería en su lugar algún adefesio de varios cajones para comercios de segunda, o un vistoso restaurante de franquicia chatarrera. Espero que la autoridad del Centro Histórico vele por que la casa donde vivió José Martí siga siendo un monumento de conservación obligada para preservar la memoria histórica de la ciudad y del país. Y aprovecho la ocasión para clamar por que se publique aquí una edición popular del libro martiano titulado Guatemala, el cual registra el pasmo del Apóstol ante la modernidad liberal de nuestro siglo XIX y su agonía por la independencia de Cuba.

La casa de Martí me recuerda que cuando cayó Arbenz llegamos enfrente a ver a mi abuela. Luego, por las balaceras cercanas, nos fuimos a donde mi tía Maruca, en la primera avenida y la calle dieciséis de la zona uno, en donde vi a los “sulfatos” haciendo vuelos rasantes sobre el vecindario y oí las bombas y las ametralladoras cuando apenas tenía seis años. El Che Guevara, de 25 entonces, caminaba de la Pensión Meza, en la décima calle y décima avenida, al Paraninfo Universitario, a tres cuadras de donde yo estaba, y allí se reunía con jóvenes del PGT.

Cien años de soledad y París en el 68

En 1966 entré a la Universidad Landívar. En el 67, Madame Françoise de Valladares me recomendó leer Cien años de soledad, una novela recién publicada por la Editorial Sudamericana. También, Flavio Rojas Lima nos dio un curso monográfico sobre la Revolución Mexicana, que disparó mi fascinación por esa gesta modernizadora que involucró tanto a los ricos como a los pobres de México y me llevó a leer las Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, y otros libros sobre aquella primera revolución del siglo XX. En las vacaciones del 68 viajé a Europa por primera vez junto a varias compañeras de aula, y me leí la novela recomendada por Madame Valladares. Me pareció reiterativa y un poco aburrida a pesar de los constantes golpes de efecto periodísticos que detecté en su hechura. Pero no dije nada porque los europeos estaban fascinados con aquella versión mágica de América Latina. Lo digo ahora, y lo sostengo.

Cien años de soledad se me perdió, como tantos libros más, y sólo me quedó el recuerdo de aquella reimpresión del 68, todavía con la portada original de fondo blanco y rectángulos (como runas) de borde azul y gráficas del siglo XVIII, que compré en Madrid. Pero a fines del 2017 me llegó un mensaje de Flavio Rojas Lima en el que me pedía mi dirección para hacerme llegar un libro. Cuando lo recibí, era aquella edición del 68 con mis iniciales en la contraportada. Todavía no puedo creerlo. Tengo en mis manos el volumen, con su carátula maltrecha y despegada, y siento la emoción de los muros de París y de Miguel Ángel Asturias hablándome en la embajada de Guatemala. ¡Gracias por ese rescate, mi siempre respetado Flavio!

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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