Hartazgo
Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com
El 5 de mayo de 1988, Sándor Márai escribió: “Hastío, náusea, cansancio con mareos”. Algo de ello me ocurre en estos días. Siento que estoy intoxicado de la política, de la mala, por supuesto. Tampoco creo, según dictaminó Gide, que Claudel pensaba que se podía llegar al cielo en coche-cama. Pero, es obvio que nuestras herramientas son la descalificación y no la crítica. Dados a juzgar, pasamos por alto lo esencial: comprender. No obstante, el odio, la descalificación y la ira se pueden tocar con la mano. Flotan en el aire. Esa especie de concepto, un poco caprichoso, “prótesis institucional”, como el recurso para que nada cambiara, sin duda, desencadenó coléricas reacciones, alguna en el filo de la esquizofrenia patibularia.
Ricardo Piglia escribió en Prisión perpetua que “la literatura es una forma privada de la utopía”. Frente a esa frase concluyo que la política es la forma pública del devaneo. Y ahí viene a cuento recordar a Mario Monteforte Toledo y esa dilatada experiencia casi vicaria de conversar. De cara a la segunda vuelta de las elecciones, prevalecen los ataques, las burlas y el linchamiento por doquier. No hay conversación pública alrededor de la gravedad de la situación y la posibilidad de construir un proceso de reformas, en la medida que éstas dan la sensación que se hacen en los sórdidos sótanos de la política. La voz de los indignados quedó fuera de los círculos de decisión. Sin percatarnos que estamos en la misma cárcel. Basta con escuchar la opinión de algunos diputados en torno al tamaño de los problemas financieros para reparar que el Estado está, al pie de la letra, en ruinas.
Y el hartazgo es mayor cuando llega la noticia de Rigoberto Lima, denunciante de Repsa, asesinado con arma de fuego frente al Juzgado de Paz, en Sayaxché. Sólo me queda decir en voz alta un verso de José Emilio Pacheco: “Mar, devuelve a la noche /la oscuridad que atraes a tu abismo”. La gravedad de lo sucedido en el río La Pasión confirma hechos más penosos que ningún partido político pone en la agenda de futuro. Ya en 1992, decenas de científicos advertían sobre los ríos y mares envenenados, el aire contaminado, la desaparición de bosques, el crecimiento de los desiertos y las miles de toneladas de tierra fértil que iban a parar al mar. Además, sobre la extinción masiva de especies, misma que no tiene precedentes en la era moderna ni paralelo en 65 millones de años. En Estados Unidos de América, la superficie cultivada de transgénicos es la mayor del planeta. Según Ricarda Winkelmann, de la Universidad de Postdam, el uso de glifosato, altamente cancerígeno, pasó de 400 mil kilogramos en 1974 a 113 millones en 2014. Por otra parte, queda petróleo para un siglo, de acabarlo, la Antártida se derretiría y el nivel de los océanos crecería 60 metros.
Mientras tanto, seguimos atrapados en la monotonía de una narrativa del autoengaño. El premio Nobel, Pamuk, citando a Coleridge, dice que un escéptico debe abstenerse de la literatura. Así, siempre vuelvo a ella y me refugio para decir como Mallarmé: “Nunca preguntes qué es… Sólo qué significa”.
No hay conversación pública alrededor de la gravedad de la situación y la posibilidad de construir un proceso de reformas, en la medida que éstas dan la sensación que se hacen en los sórdidos sótanos de la política.
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