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Hace falta un partido

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Uno nunca olvida, tiene que vivir siempre con la memoria, pero avanzamos juntos como pueblo”. Así resumió Apolinario el relato que sobrevivientes de la masacre de Sacuchum, perpetrada en enero de 1982, hicieron al abogado y periodista estadounidense Daniel Wilkinson.

Lo ocurrido en esa aldea de San Pedro Sacatepéquez, San Marcos, la historia económica, social, política y militar del municipio La Reforma, en aquel mismo departamento, y su conexión con el acontecer nacional desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, son recogidos en Silencio en la montaña. Una historia de terror, traición y olvido en Guatemala, la obra de Wilkinson cuya versión en español publicó hace pocas semanas F&G Editores.

Con una chapinizada traducción agradecida a Javier Mosquera Saravia, el trabajo de Wilkinson es un buen ejemplo de cómo la investigación social rigurosa puede conciliarse con una forma amigable de narrar. Especialmente, llama la atención su habilidad para descubrir las voces más allá del silencio protector y la desmemoria alimentada por el terror.

Silencio y desmemoria que el neoliberalismo heredero de la contrainsurgencia ha querido y, parcialmente podido, transformar en ignorancia crasa, sustento de una hegemonía ahora en crisis y entre cuyas grietas debe rescatarse del olvido a quienes fueron sembradores de un futuro aún remiso, pero necesario.

Tal es el caso de un protagonista contextual en la obra de Wilkinson, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), cuya fundación oficial se produjo hoy hace 67 años, el 28 de septiembre de 1949.

Entre el ditirambo del culto sectario, básicamente acrítico, y el exacerbado odio de clase de la oligarquía y el anticomunismo de diverso pelaje, la historia del partido de las y los comunistas guatemaltecos ha sido escrita a retazos y sigue siendo tarea pendiente: quien quiera comprender la historia de Guatemala en la segunda mitad del siglo XX, debe acercarse, de una manera u otra, a la historia del PGT.

Una historia de pasión y entrega, del heroísmo nacido del ensueño de un país, una sociedad, distintos a la patria excluyente erigida en interés de la oligarquía burguesa-terrateniente aún dominante.

Una historia tanto más necesaria cuanto más claro es que la viabilidad del diverso conglomerado social llamado Guatemala, solo es posible si se re-estructura como una democracia profunda, la cual supone la reivindicación radical de los derechos –ahora preteridos– de las y los trabajadores.

En la coyuntura de reagrupamiento democrático y progresista, como alternativa de poder ante la aguda crisis de la democracia cleptocrática, hace falta un partido.

Un partido que, reconociéndose heredero de las mejores luchas a las que aportó el PGT, sin sectarismo y con amplio espíritu de inclusión, sea capaz de convertirse en la herramienta de las y los trabajadores para ser “actores independientes” (según la expresión de Wilkinson) en la construcción de una patria nueva, donde la felicidad sea posible.

Debe rescatarse del olvido a quienes fueron sembradores de un futuro aún remiso, pero necesario.

Fuente: Siglo 21 [s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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