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Un corto paseo por los ondulantes caminos de la censura.

El análisis del discurso ideológico es clave para establecer las intenciones políticas que hay detrás de él, las cuales casi nunca corresponden a lo dicho sino más bien a lo que no se dice. El discurso cultural –literario, pictórico, musical, fílmico y, en general, cualquier forma de producción simbólica– es siempre un discurso ideológico en tanto que contiene y transmite contenidos de conciencia con implicaciones éticas, morales, políticas y religiosas que lo convierten en un hecho social, pues produce conductas al consumirse como libro, lienzo, filme, canción, panfleto o eslogan. Este hecho social es un hecho político porque es ideológico y moviliza individuos. Y como hecho político está sujeto al análisis de las ciencias sociales.

Cuando se analiza cualquier tipo de discurso, se pretende establecer la ideología y la propuesta política que hay detrás de su soporte formal. La ideología del discurso siempre está presente a pesar del autor, pues éste no siempre es consciente de lo que expresa mediante sus formas. Para establecer estos contenidos y sus motivaciones existe la crítica cultural, es decir, el ejercicio del criterio para analizar discursos culturales.

El ejercicio del criterio se enmarca en el derecho a la libertad de expresión, lo mismo que el debate de ideas. De modo que todo discurso está sujeto a la crítica y al debate. En esta lógica, la “crítica del gusto” no entra para nada, pues ésta se agota en un hedonismo inmediatista que no involucra al cerebro en sus juicios de valor, sino sólo a los sentidos. El hecho de que algo me guste o no, define su calidad sólo en materia de consumos naturales, como por ejemplo en cuanto a comer, beber y otros placeres. Si no me gusta un helado de mango es porque quizá se encuentre en mal estado. Pero la crítica del gusto no se aplica por sí misma a los productos de la mente, pues para juzgar éstos hace falta el ejercicio del criterio (no sólo del gusto), y el criterio es resultado de la herencia cultural de la humanidad. Cualquiera puede ejercer la crítica del gusto pero muy pocos la crítica radical: la que va a la raíz causal del objeto de análisis. Una obra de arte puede no gustarme reconociendo yo que es bella; o gustarme y saber que es fea. El gusto solo no basta.

Es por ello absurdo que cuando alguien ejerce la crítica al contenido de un discurso ideológico, ciertas mentes superficiales lo inviten a que “si no le gusta no lo lea ni lo escuche ni lo vea”, pues no se trata de gustos sino de establecer las causas reales que animan el discurso, con lo cual quien critica ejerce su derecho a la libertad de expresión y de criterio. Igualmente irracional es que las “buenas conciencias” inviten a renunciar al ejercicio del criterio en nombre de la caridad y la beneficencia al situar al autor de un discurso ideológico más allá de la crítica cultural porque es benefactor de los pobres, ya que nada tiene que ver el altruismo con la exención moralista de ser sujeto de análisis ideológico, sobre todo desde que la caridad y la beneficencia son deducibles de impuestos. Igual pasa con el criterio mercantil para definir la calidad de un discurso, pues el volumen de ventas no es criterio de calidad discursiva sino sólo de masificación del gusto.

Es obvio pues que la invitación a evitar la crítica en nombre de la caridad, el gusto y las ventas no es sino una solapada forma de censura.

Mario Roberto Morales
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