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Guatemala, tierra de nadie

Manuel Villacorta

Todos los gobiernos surgidos a partir de la transición a la democracia han evadido la responsabilidad constitucional de crear una verdadera política económica que dé prioridad al interés nacional. Cada administración ha velado celosamente por preservar los intereses de los poderosos grupos económicos que les apuntalaron, a partir de la dotación de multimillonarios recursos utilizados para promover las campañas electorales y para comprar la voluntad de cientos de funcionarios públicos, que se constituyeron en miembros activos en esas asociaciones ilícitas que tanto daño le han hecho a nuestro atormentado país. Podemos asegurar que desde 1986 a la fecha, jamás ha existido un solo gobierno que haya tenido como principal objetivo y como programa fundamental de Estado, velar por una economía social eficiente, democrática, moderna y sostenida.

El crecimiento porcentual de la economía nacional se debe a la inercia de la economía mundial. Como país periférico respondemos fundamentalmente a la demanda de productos agrícolas. Por tal razón se nos califica como una economía de postre, es decir, que aportamos la sobremesa para los consumidores de EE. UU., Canadá y Europa: café, azúcar, banano y chocolate. Jamás existió una alianza visionaria entre grandes empresarios locales y políticos responsables, que velaran por el desarrollo integral de nuestro país, de nuestra economía y de nuestra sociedad. El aparato público en Guatemala no ha sido más que el departamento de mercadeo de los poderes fácticos internos y externos que se han disputado el poder.

Hoy, los resultados son evidentes, por más argumentos cosméticos que se pretenda plantear. Seguimos, como lo expresó hace 40 años Raymond Barré, siendo un país con una economía primaria, dual, inestable y dependiente. Jamás tuvimos la más mínima capacidad para fijar las bases de una industrialización ni siquiera incipiente. Ahora es tarde; en América Latina otros países sí lo hicieron, además de que ahora, el dragón chino que lo engulle todo ya no lo permite. Se decía con orgullo que Guatemala significa tierra de árboles, pero ni eso tiene vigencia ya. Muchos muebles de madera que se venden en Guatemala son made in China. ¿No lo cree? Visite cualquier tienda de regular tamaño y pregunte quién los fabrica.

Es evidente que un tipo de economía así habría de generar grandes contingentes humanos desconectados de la actividad referida, un desempleo que crece y crece cada día porque no hay más oferta laboral. Una legión de jóvenes que se han ido y seguirán yéndose a buscar un mejor futuro a EE. UU. aun en condiciones de ilegalidad migratoria. Un mercado informal que se aprovechó de la ausencia del Estado para crecer en forma anárquica y disfuncional. Y lo más grave como respuesta a la ausencia del Estado, el surgimiento de reacciones dramáticas como la violencia común y organizada.

El país se encuentra en medio de un miedo generalizado y una incertidumbre que crece día a día, fenómeno que tiende a agudizarse por una elemental razón: acá no gobierna nadie y el factor autoridad se pulverizó. El “sálvese quien pueda” parece ser la consigna para todos. Es poco probable, pero guardemos la esperanza de que el poder fáctico haga lo suyo, por el bien de todos.

…se nos califica como una economía de postre, es decir, que aportamos la sobremesa para los consumidores de EE. UU., Canadá y Europa: café, azúcar, banano y chocolate.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/10/guatemala-tierra-nadie/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Manuel R. Villacorta O.