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Guatemala no es genocida

Jaime Barrios Carrillo

Una consigna propagandística fue lanzada hace un tiempo en los medios sociales; en camisetas impresas y hasta en afiches hacía alusión al juicio por genocidio contra los generales Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez.

“Mi país no es genocida” y también “Guatemala no es genocida”. De alguna manera dicen la verdad. No puede haber un país que por definición sea genocida. Pero lo que la campaña oculta, y desinforma, es que no se está juzgando a Guatemala como país por genocidio sino a dos ciudadanos, exmilitares los dos, lo que es muy diferente.

El juicio cobra interés de nuevo, ya que deberá repetirse en muchas de sus partes debido a una decisión de la Corte de Constitucionalidad de anular la condena y retrotraerlo. Según los magistrados, la decisión se basó en un error de procedimiento, al dictarse sentencia sin esperar el resultado de una recusación que introdujo la defensa.

En el caso de Ríos Montt y Rodríguez Sánchez, el negacionismo y la ultraderecha intentan, acudiendo a argumentos vacíamente semánticos y alejados de la realidad histórica y jurídica, confundir con el argumento de que no hubo genocidio porque no hubo intencionalidad. Pero es falso; las pruebas, testigos y análisis del Plan Victoria 82 y del Plan Sofía demuestran lo contrario, es decir, el objetivo de los mismos era el exterminio: exterminar a los elementos subversivos en el área”.

No puede haber, repetimos, ni olvido ni impunidad de tan horrendos crímenes genocidas. El delito fue cometido. El resultado de los planes militares fue que 1,771 campesinos ixiles fueron asesinados brutalmente. No eran combatientes ni guerrilleros, sino población civil. Esto es un hecho perturbador, macabro e imperdonable. El genocidio contempla, además de la intencionalidad, otro elemento central y definitivo: los hechos, las consecuencias, lo que sucedió. Otra cosa es la culpabilidad de los acusados que deben tener el beneficio de la duda hasta que su culpabilidad o inocencia se resuelva en una sentencia de tribunales.

La guerra sucia (no hay guerra limpia) comenzó cuando se aplicó sin piedad la política de liquidar a ciudadanos por la simple sospecha de ser opositores. La negra práctica de no tener prisioneros de guerra. Ahí comenzó la derrota moral del ejército. En Guatemala no hay presos políticos, solo muertos políticos, dijo alguna vez el doctor Villagrán Kramer antes de renunciar a la vicepresidencia durante el gobierno de Lucas.

Sirva recurrir al filósofo Ricoeur, cuando demanda la “justa memoria”. Para que no vuelva a repetirse. Para que se haga justicia de una vez por todas.

Para que las futuras generaciones de guatemaltecos puedan vivir realmente en paz, con conciencia limpia y con corazón tranquilo. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.

El Estado guatemalteco se negó a sí mismo entre marzo de 1982 y el 8 de agosto de 1983. Dejó de ser un Estado de derecho para convertirse en uno terrorista y genocida. Cuando el Estado mata por razones de Estado, el Estado ha perdido la razón.

No puede haber, repetimos, ni olvido ni impunidad de tan horrendos crímenes genocidas. El delito fue cometido. El resultado de los planes militares fue que 1,771 campesinos ixiles fueron asesinados brutalmente. No eran combatientes ni guerrilleros, sino población civil.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/04/guatemala-no-es-genocida/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Jaime Barrios Carrillo
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