Ayúdanos a compartir

Guatemala: morir para resucitar

Manuel Villacorta

Voy inserto en mi vehículo sumido en un denso tráfico. Veo a mi izquierda una mujer que maneja ansiosamente, ve su reloj con insistencia, envía mensajes a través del teléfono, golpea la bocina constantemente, se lleva las manos a la cabeza, está desesperada. Es quizá una madre soltera que se gana la vida como puede, al interior de esta selva donde vivimos. A mi derecha, veo a un hombre mayor, pensativo, manejando un viejo vehículo agrícola japonés, se controla, se resigna en medio de ese enloquecedor embotellamiento, pensará en sus hijos, en sus nietos o en la medicina de la esposa. Decenas, cientos de motoristas pulen virtualmente todos los vehículos por donde pasan, zigzagueando con espectacular habilidad. Un monstruo rojo destartalado emana una densa nube negra de diésel mal combustionado, nos aparta de golpe a todos y ocupa nuestro espacio. Mendigos a punto de morir alzan la mano por todas partes pidiendo limosna. La luz roja intermitente y la alarma penetrante de una ambulancia nos pide ceder el paso. Traslada en su interior a una niña de 14 años a punto de parir, un motorista accidentado o a otra víctima más de la delincuencia llamada ya común.

He llegado. Leo rápidamente la prensa del día. Los Panamá Papers anuncian lo que todos sabemos: que la mayoría de millonarios ha hecho su fortuna teniendo un cadáver en su azotea. Que esa fortuna se mancha sola, porque por ser ilegal exige ser escondida. Veo una foto de una bancada de diputados, sonriendo felizmente porque han logrado que persista su intención de encarcelar a cualquier funcionario que no se presente a ser interpelado. Las hienas ríen felices, pienso. Porque, claro, entre esas interpelaciones y las extorsiones que realizan las maras no hay ninguna diferencia. La mecánica funciona: los diputados citan a un ministro que tiene nexos con actividades ilícitas, se da el ultimátum: hacerse todos socios en ese negro negocio o llegar a la denuncia, a emitir un voto de falta de confianza y a exigir su destitución, llevándose por delante a otros personajes ocultos y poderosos, miembros indisolubles de la trama. Síntesis: interpelación sinónimo de extorsión. Vaya calidad de diputados/hiena los que tenemos.

Tengo la impresión de que don Iván Velásquez ya está cansado. Ha hecho mucho, es un ser humano y su resistencia tiene límites. Hay rumores –cada vez más constantes– de que pronto dejará nuestro país, que pronto dejará de dirigir a la Cicig. Ya se tiene al sustituto (a) me indican otros bien informados. En lo personal, me da temor pensar en eso, porque imagino en paralelo un caso, aquel en donde el hermano mayor se despide de los hermanos pequeños, ante la partida ineludible, pidiéndoles que se cuiden, sabiendo que intentar cuidarse en esas circunstancias es un absurdo.

Cuánto daño nos causó esa legión de politiqueros mal nacidos, manipulados por algunos grandes empresarios inescrupulosos e insaciables. Apuntalados por militares corruptos que mancharon y deshonraron al Ejército de Guatemala. Que esta Guatemala cadavérica no pierda nunca su derecho a la resurrección. Eso es lo único que nos queda.

Cuánto daño nos causó esa legión de politiqueros mal nacidos, manipulados por algunos grandes empresarios inescrupulosos e insaciables. Apuntalados por militares corruptos que mancharon y deshonraron al Ejército de Guatemala. Que esta Guatemala cadavérica no pierda nunca su derecho a la resurrección. Eso es lo único que nos queda.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/04/guatemala-morir-resucitar/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Manuel R. Villacorta O.