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No solamente olvidamos porque no importa; olvidamos también porque importa demasiado.

Philip Roth, Pastoral americana

“Yo no estoy completo de la mente”, repite constantemente el narrador de Insensatez, la novela de Horacio Castellanos Moya. La frase, tomada del testimonio de un indígena Cakchiquel testigo del asesinato de su familia a manos del ejército, resume para el narrador de la novela el estado mental de todos los habitantes del país, tanto el de los miles de personas que sufrieron experiencias semejantes a las del indígena Cakchiquel, como el de los soldados y paramilitares que “habían destrozado con el mayor placer a sus mal llamados compatriotas”.[1]

Quince años han tenido que pasar desde la firma de los Acuerdos de Paz para finalmente darnos cuenta que como sociedad seguimos tan incompletos de la mente como el día mismo en que se firmaron los Acuerdos. Cualquiera que haya experimentado un evento traumático, por ejemplo, un accidente severo o la muerte de un ser querido (más si ésta fue violenta o inesperada), sabe que el trabajo de duelo es esencialmente el proceso mediante el cual la persona se libera paulatinamente de aquello que la tiene atada al pasado al aprender a convivir con el evento traumático, lo que a su vez posibilita volver a ver hacia el futuro y no sólo hacia el pasado.

En este sentido, Guatemala sigue siendo una colectividad profundamente traumatizada y melancólica; es decir, una sociedad que, como el sujeto melancólico, no ha podido o querido iniciar un trabajo de duelo colectivo que pueda darle sentido al evento traumático, a los 36 años de guerra interna.[2] La pregunta es, obviamente, ¿cómo llevar a cabo este trabajo de duelo? ¿Cómo superar el trauma de la guerra, aprender a convivir con él y abrir finalmente la posibilidad real de construir un futuro otro y diferente para todos los guatemaltecos? ¿Cómo, en pocas palabras, hacer para estar nuevamente completos de la mente? Dos novelas muestran dos caminos paralelos y complementarios de iniciar el trabajo de duelo al hacer evidentes las dos posturas opuestas que encierran en sí mismas los dos traumas de la sociedad guatemalteca: el pasado como pura insensatez y el pasado como ruido de fondo.

En Insensatez, la novela de Castellanos Moya que mencioné al principio, es el saberse incompleto de la mente, el reconocer la absoluta pérdida de sentido que implica un conflicto interno de 36 años, lo que permite iniciar un trabajo de duelo que permita recuperar e incorporar al presente los múltiples sentidos de la pérdida de sentido. Se trata, al menos parcialmente, de entender las múltiples causas y circunstancias que llevaron a una sociedad a la más absoluta insensatez; entre ellas, sugiere la novela, la necesidad de reconocer primero que nada que los remanentes del conflicto armado y de la historia guatemalteca en general ha sido, y sigue siendo, la población indígena, sobretodo la del área rural. Por ende, cualquier resolución al trauma de la guerra tiene que pasar necesariamente por reconocer al indígena como sujeto de lenguaje, es decir, como sujeto con derecho a hablar, a ser oído, a participar plenamente, a tomar sus propias decisiones; en suma, el ser reconocido y tratado como ciudadano en el sentido más absoluto del término.

Insensatez también propone la necesidad de saber qué fue de los desaparecidos, ya que la condición misma de desaparecido imposibilita en gran medida iniciar el trabajo de duelo que permita convivir con el trauma. Como señala Jacques Derrida en uno de los pasajes más contundentes de Espectros de Marx: “El duelo consiste siempre en intentar ontologizar restos, en hacerlos presentes, en identificar los despojos y en localizar a los muertos … Es necesario saber. Es preciso saberlo. Ahora bien, ‘saber’ es saber quién y dónde, de quién es propiamente el cuerpo y cuál es el lugar que ocupa, pues debe permanecer en un lugar … Nada es peor para el trabajo de duelo que la confusión o la duda: es preciso saber quién está enterrado dónde y asegurarse de que permanezca ahí”.[3] En otras palabras, para iniciar el trabajo de duelo y abrir la posibilidad de poder convivir con el trauma, no sólo se necesita saber a quién ponerle las flores, sino dónde ponerlas. La digitalización y publicación del Archivo Secreto de la Policía Nacional adquiere aquí su relevancia pues es en gran parte el no saber lo que impide iniciar el duelo.

Si Insensatez es un llamado al duelo colectivo, a la necesidad de hacer aparecer a los desaparecidos, a los espectros y fantasmas, a los cuerpos ausentes (en el sentido literal y en el político) que no son parte ni de la historia, ni de lo político, ni del imaginario colectivo, Javier Payeras propone en su novela Ruido de fondo la necesidad de dudar, de preguntar y de conocer la historia para que el conflicto armado no sea solamente ruido de fondo.[4] El de Payeras es, en este sentido, un llamado a la reflexión y la autoconciencia tanto a los cómplices silenciosos para los que la guerra “había transcurrido en [su] casa, metida en las noticias (para-estatales) de Aquí el Mundo, o en las fotos blanco y negro que mostraban entre programa y programa”, como para las generaciones de pos-guerra que “se consuelan con una memoria limpia”.

En el contexto de la novela de Payeras, el argumento repetido hasta la saciedad de no haber sido parte directa de la guerra y por ende no tener responsabilidad alguna se revela más bien como lo que realmente es: una manera de justificar la apatía, la pasividad y hasta el silencio cómplice que permite, indirectamente, que se lleven a cabo actos deleznables de violencia como los cometidos por el estado guatemalteco y sus instituciones represoras. Parafraseando al historiador Ian Kershaw, se trata de reconocer de manera colectiva que si bien el camino a Panzós, a Dos Erres, a Plan de Sánchez fue construido con odio, fue pavimentado con indiferencia.[5]

En última instancia, estas dos novelas apuntan hacia los dos traumas esenciales de la sociedad guatemalteca. Por un lado, el trauma activo de los familiares y amigos de las víctimas directas del conflicto (hayan o no aparecido los cuerpos), así como el de los que fueron objeto directo tanto de la brutal violencia estatal como de los ataques o atentados guerrilleros; por otro lado, el trauma pasivo de haber sido causante directo o indirecto del trauma activo y haber optado por la negación, la indiferencia y el olvido. Por un lado, la población mayoritaria pero no exclusivamente rural que con su silencio activo y cómplice colaboró con las guerrillas y fue objeto de la más brutal represión estatal; por el otro, la población mayoritaria pero no exclusivamente urbana que con su silencio pasivo y cómplice avaló la violencia de estado. Sólo este reconocimiento de la historia como doblemente traumática permitirá iniciar un trabajo de duelo colectivo que posibilite la recuperación, construcción e incorporación de la historia al presente de manera justa y responsable para que la posibilidad de estar completos de la mente sea al menos eso, una posibilidad.

 

Referencias: [1] Horacio Castellanos Moya, Insensatez (TusQuets, 2004). • [2] Los conceptos de duelo y melancolía están basados en la conceptualización que Freud hace de ellos en “Duelo y melancolía”. • [3] Jacques Derrida, Specters of Marx (New York: Routledge, 1994), mi traducción. • [4] Javier Payeras, Ruido de fondo (Piedra Santa, 2006) • [5] La cita original de Ian Kershaw dice: “El camino a Auschwitz  fue construido por el odio pero fue pavimentado con indiferencia”.

[post original: pacaya]