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Guatemala, 20 años después

Carlos Figueroa Ibarra

Conmemoramos el 29 de diciembre del presente año, el vigésimo aniversario de la firma final de los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto interno armado en Guatemala. En rigor, el conflicto no había comenzado en 1960 como convencionalmente se dice, sino en 1954 con el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán. En efecto, ese año se sentaron las bases de una confrontación política y social que se agudizaría con los efectos de la revolución cubana en 1959: la doctrina de la seguridad nacional que movió a Washington a apoyar a las dictaduras militares en toda América latina y la radicalización de sectores significativos de la izquierda revolucionaria en dicha región. Guatemala no escapó a esos efectos y el país vivió dos ciclos guerrilleros y dos olas terror estatal que ensangrentaron al país.

Cuando el 29 de diciembre de 1996 el gobierno a la sazón encabezado por Álvaro Arzú y la URNG encabezada por su comandancia general, firmaron el último de los 13 acuerdos de paz que se lograron en las negociaciones -el llamado Acuerdo de Paz Firme y Duradera-, muchos pensaron que comenzaría una era de paz y desarrollo. En realidad poco ha salido de la manera en que lo imaginaron aquellos que pusieron grandes esperanzas en dichos acuerdos. No puede despreciarse el que el país haya terminado una guerra civil, que se haya desterrado a la dictadura militar y que el terrorismo de estado haya dejado de ser la mediación fundamental entre Estado y sociedad. Los acuerdos de paz fueron firmados en un contexto adverso para la insurgencia: el mundo había observado el derrumbe de la URSS y del campo socialista, el modelo socialdemócrata estaba también en crisis terminal y el neoliberalismo avanzaba firmemente. En lo interno la URNG había sufrido una derrota estratégica entre 1982 y 1983, a través de la política de tierra arrasada que impulsó el gobierno de Ríos Montt. También se había iniciado la transición a los gobiernos civiles dejando atrás a la excluyente dictadura militar. Además nunca la URNG tuvo el poderío político y militar que por ejemplo tuvo el FMLN en EL Salvador.

Pese a ello, los 13 acuerdos, nueve de ellos de naturaleza sustantiva, y los 300 compromisos que los operativizaban, fueron un logro importante para empezar a desmantelar las bases del conflicto interno. He escuchado con respeto las opiniones en el sentido de que talvez la insurgencia hubiera podido lograr más en las negociaciones y probablemente las mismas tengan una dosis de razón. Sin embargo, no puede olvidarse el contexto nacional e internacional referido anteriormente. Por ello en lo sustancial pienso que los acuerdos llegaron hasta donde la correlación de fuerzas mundial y local permitían llegar. Veinte años después de la firma de la paz, acaso lo sucedido indica que no basta tener una buena correlación de fuerzas para lograr un buen acuerdo de paz. Es necesario construir también una correlación de fuerzas favorable para posteriormente poder hacerlos realidad.

Y esto es lo que no se ha podido hacer en Guatemala.

Por ello en lo sustancial pienso que los acuerdos llegaron hasta donde la correlación de fuerzas mundial y local permitían llegar.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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