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Laurent Bouisset

Julio, amigo mío,
poeta guatemalteco,
fue una de esas personas
que el estado fascista
quiso tener entre sus manos
a principios de los años ochenta.

Salió con bien, por fortuna,
pero su hermana no tuvo esa oportunidad:
no tuvo ni tiene tumba para florecer
su cuerpo nunca fue devuelto por esos monstruos,
ella vive en él,
Rosa Luxemburgo era su nombre (y seguirá siendo su nombre)
y la imagino sonreír cada vez que Julio finaliza un texto.

Los Estados Unidos
recuerdan, a veces,
que condecoraron al dictador fascista
responsable de su muerte
en 1985
en Washington.

Efraín Ríos Montt
se llamaba este engendro
y probablemente no es el único responsable,
sólo uno de los muchos
trituradores de huesos

el mismo que brindó con Reagan
antes de ganar el premio mayor en 2013:
50 años de prisión por genocidio
más 30 años adicionales
por crímenes de lesa humanidad
pero no se pudrió
ni un solo día en el calabozo
por defecto de procedimiento

y después de eso murió
de la misma manera que un ser humano muere
a la edad de 92 años
el 1 de abril de 2018 ( y no es broma ).

Julio ha vivido
en México,
durante mucho tiempo ya fuera de Guatemala.

Incluso hace más que vivir:
ama a una mujer
y tienen dos hijos.

Hace pocos días recibí
por correo postal
su último poemario
y abrí el sobre, feliz,
en medio de un Vietnam oscuro

una infestación de chinches
que literalmente me 
aplastó
en Marsella
este verano.

¿Cómo comparar las chinches de cama
con fascistas de verdad que secuestraron a tu hermana?

Mi situación personal
me parece insufrible en este momento,
resulto incapaz de enfrentarme a un montón de insectos.

Imagínenme en los años 40, frente a los nazis, ¿qué haría?
¿estallaría como un piojo bajo sus zapatos?, 
¿o seguiría aguantando un poco más?
un poco más, tal vez…
un poco más…

No hay lucha pequeña aquí abajo,
no hay ningún tipo de lucha pequeña 
sólo un destino mortal único
e independientemente de la escala
o del tamaño del problema 
hay que estar ahí, hay que dar
golpes de rodilla en la mala suerte
exhalar la amargura con fuerza
y hacer con ella composta (si acaso).

El desastre tendido frente a nuestras lágrimas
tiene la dimensión del cosmos
(dejemos de decir que es grande),
la puerta de salida está clausurada.

Hay que mover el cuerpo a cada hora
y a cada hora aceptar
que se ha fracasado,
cómo podríamos 
a fuerza aguantar
un problema político
o una mala cama…
o una dentición deficiente
pero que resulta útil
para morder a tope
una fruta muy madura…

Lo sé, resulta un poco fácil
decir estas cosas
cuando todo lo que haces es sacar frente al destino
una bomba insecticida…
otra cosa muy distinta es tener a los fascistas en el cuerpo.

Imaginen por un momento su aliento por la noche
sus duras miradas violando tus sábanas
y el abúlico y terrible baile
de sus dedos en tus hombros ( y traten de dormir entonces );

duerman tranquilamente
soñando con estas bestias jubiladas
en medio de sus familias sonrientes.

Chinches de clase alta
a la orilla de un campo de golf,

cinismo tomado en vaso de lujo
y ustedes, frente a ellos,
ustedes, que sólo podrán disparar una vez (es muy poco).

Ya sabemos que tienen la piel como roca
y nunca lograremos perforar
ni su alma ni su corazón,         
aún si uno fuera
como mi amigo Julio,
poeta sensible
o, más útil en este contexto,
campeón olímpico de Kalachnikov.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Laurent Bouisset
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