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Fábula del país que dejó de serlo

Mario Roberto Morales

En aquel recodo de la jungla los monos extranjeros habían tomado el control de la sociedad. La tenían dominada por medio de la manipulación de las emociones y los pensamientos de sus habitantes, gracias a una pésima educación que no les enseñaba a conectar unas cosas con otras y a una aplastante oferta de entretenimiento que los mantenía jugando a la comunicación el día entero. Sus aliados los simios locales lograron destruir el Estado privatizándolo y los extranjeros dejaron al frente de él a un loro arrabalero con una prosaica pasión por la comedia, la cual lo hacía pasársela contando malos chistes a su ciudadanía.

Luego de haber perpetrado un golpe de Estado blando y una revolución de colores sobre esta embrutecida y acobardada fauna –a la cual hicieron movilizarse entusiasmada a cada “sugerencia” que recibía de perfiles falsos en las redes sociales–, ahora los micos extranjeros le imponían planes económicos que sólo beneficiaban a los simios locales más ricos. Y mientras los animales pobres querían largarse de aquellas espesuras, los extranjeros militarizaban las fronteras y les impedían salir. Al mismo tiempo, los ricos locales secaban los ríos para hacer sus hidroeléctricas, les quitaban tierras a las pobrerías para abrir minas y sembrar agro-combustibles, y a la vez los extranjeros les financiaban organizaciones para que protestaran amaestradamente respetando el torvo orden simiesco.

Llegada a este punto, la alianza de simios dominantes quiso probar el grado de embrutecimiento de la fauna local e hizo evidente la destrucción del Estado y la soberanía de aquel santuario de criaturas paralizadas por la violencia, la ignorancia y el miedo, y publicitó el incendio intencional de un tétrico hogar de palomas heridas. Las protestas amaestradas no se hicieron esperar rebosando indignación y fariseísmo progre. Los micos de izquierda también aullaron doloridos, así como los monitos de la ‘pink left’ y las ardillitas de la “sociedad civil”, todos los cuales vieron en aquello una oportunidad de oro para obtener más financiamientos internacionales y así “luchar contra la impunidad”. La animalada políticamente correcta y católicamente indignada se rasgó las vestiduras. Y el poder ejecutivo –intervenido por los monos extranjeros– destituyó a un par de supuestos culpables y puso en su lugar a otros igual de ineptos. ¿Sería esto un golpe blando contra nuestro lorito? Si lo era, no cambiaría nada. Al fin, todos gritaron y nadie actuó. La intervención era un éxito.

Acabó así la creación de condiciones para impulsar un plan para la prosperidad de los simios extranjeros y los ricos locales, disfrazado de bonanza para los micos aulladores y sus parientes. Éstos, mientras tanto, se dedicaban a divertirse y, por su parte, los animales progres e indignados medraban a gusto en sus lindas oenegés. A veces, coloridos grupos de monos pobres –alzando esencialismos bien financiados por países a los que les interesa mantener distraída a la fauna progre con confites culturalistas– salían a la calle, pero pronto retiraban sus demandas dizque en aras de la unidad nacional.

Así, este recodo de la jungla pasó de haber sido un país –y para ciertos exaltados hasta una nación–, a ser un protectorado a cargo de vigilantes foráneos y un asilo de loquitos a los que se protegió de sí mismos resignándolos a divertirse hasta morir, razón por la cual –desde entonces– todos vivieron felices para siempre.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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