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Fábula del país de las hienas

Cómo vivir de rentas, organizar elecciones y apagar incendios.

Mario Roberto Morales

En un remoto claro de la selva, las hienas deliberaban sobre cómo aumentar sus ganancias aprovechando los préstamos que los chacales que controlaban el Estado tramitaban con los leones del Norte. De entre ellas surgió un espécimen ojeroso que propuso ceder a las corporaciones leoninas la mitad del territorio nacional, a fin de no tener que competir con otros empresarios y asegurarse así rentas vitalicias para cuatro generaciones. Las hienas más voraces lo aplaudieron y lanzaron al viento horrendos chillidos de entusiasmo. El Plan para la Prosperidad propuesto por los leones implicaría, pues, ceder medio territorio nacional a fin de que ciertas especies foráneas invirtieran en él, para que así las hienas nacionales se hicieran socias minoritarias de las grandes corporaciones y vivieran de las rentas de la tierra que alguna vez perteneciera a los monos prietos. En esto, seguían una tradición instaurada hacía cinco siglos.

Por su parte, los chacales que controlaban el Estado quisieron también participar del festín de las hienas, y les propusieron a éstas un pacto de honor. El Estado de chacales prometía aceptar el Plan de la Prosperidad Leonina (PPL) siempre y cuando las hienas se comprometieran a no acatar una cláusula que fungía como condición para que el poder norteño soltara el dinero con que se habría de financiar el proyecto. Esta cláusula consistía en mantener la continuidad y vigencia de una Comisión contra la impunidad de toda especie de alimañas criminales (CITEAC), financiada por la Organización de Junglas Unidas (OJU), a la cual el Estado chacal se seguiría oponiendo sin dejar de exigir que el PPL se pusiera en práctica a la brevedad. Con esto, los chacales querían asegurarse de que no serían perseguidos por la justicia una vez abandonaran el Estado para dejarlo en manos de parientes y amigos de su especie.

El resto de animales de la selva, ajenos a estas componendas, se afanaba en sobrevivir al apetito voraz de leones y hienas, y también a la violencia de los gorilas encargados de las empresas de la franquicia Crimen Organizado Inc., especialmente en el rubro de la extorsión desde las cárceles, en donde los chacales tenían un consorcio que funcionaba de maravilla gracias a los buenos oficios de ministros, jueces, soldados y policías amigos.

Las hienas y los chacales vivían, pues, en un país ideal. Les preocupaba, eso sí, que en selvas cercanas las especies más inteligentes estuvieran tomando el poder y cambiando el modelo económico carroñero y el Estado depredador. Por eso mandaban matar a todo aquel que sobresaliera dirigiendo a su comunidad para repeler el envenenamiento del hábitat o el encarecimiento de los servicios que habían sido públicos y que las hienas habían privatizado. En este asunto de gobernar sólo para ellos, se les habían ido tanto la mano a las hienas que dos de ellas, de “buenas familias”, estaban presas en selvas extranjeras por las “limpiezas sociales” que habían perpetrado a su paso por el Estado chacal. Además, uno de los coyotes mayores estaba siendo juzgado por genocidio y se hallaba en prisión domiciliaria vitalicia (snif).

Así las cosas, chacales y hienas organizaban elecciones para promover cambios a fin de que todo siguiera igual, mientras el resto de especies incendiaba la selva. Cuando empezó el PPL, los leones militarizaron toda la espesura, encerraron a un par de chacales por corruptos, y ahora tratan de apagar el fuego.

Mario Roberto Morales
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