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Ellos jamás aceptarán perder privilegios.

Irma A. Velásquez Nimatuj

El golpe de Estado contra Evo Morales ha generado un debate internacional entre sectores que celebran y otros que condenan. La discusión ha quedado atrapada en un binario que ve pocos matices, reduciéndolo a acciones políticas, jurídicas y constitucionales, dejando fuera un análisis racial que muestre ¿cómo el racismo ha sido detonado por el poder?

Hoy Evo, es odiado por algunos sectores de Bolivia pero llorado por otros, mientras algunos están estupefactos de lo rápido que ocurrió, como consecuencia de la violencia terrorista que usó la ultraderecha religiosa contra su gobierno y sus familias, refugiadas ahora en la embajada de México, resguardando sus vidas. Interesantemente, en el marco internacional, la discusión bipolar está mostrando un respaldo de múltiples y diversos sectores hacia el trabajo de Evo, algo que ningún otro presidente ha provocado. La mayoría resalta que es el único presidente de América que redujo la pobreza, especialmente indígena, del 68 por ciento al 15 por ciento, de ser el segundo país más pobre, alcanzó la mayor tasa de crecimiento. Refundó el Estado dignificando a los indígenas, algo inimaginable en un país colonial. Logró la paridad en la participación de mujeres y una participación indígena del 63 por ciento en cargos públicos, sin cooperación internacional o presión de organismos extranjeros.

Evo puso de cabeza al mundo y al poder blanco. No solo desafió la colonialidad sino empezó a desmantelar su poder, al mostrar la capacidad de trabajo de los indios, quienes de sirvientes pasaron a dirigir sus destinos. Esto no lo perdonan las elites racializadas. Ellos jamás aceptarán perder privilegios. Por eso, prepararon un golpe usando a otros indígenas como voceros o mercenarios, a quienes convirtieron en “indios permitidos”, algunos académicos, dirigentes, religiosos, estudiantes o sicarios.

Evo cometió errores y se confió. Creyó que con haber entregado su vida a Bolivia superaría el racismo, olvidó que aunque un “indio” o un “negro” lleguen a la presidencia, por más que trabajen, no pueden desmantelar la jerarquía racial construida por la elite, donde los indios fueron ubicados en el último peldaño. Y aunque maniobren por un tiempo, la fuerza de la opresión racial –tarde o temprano– la activarán para obligarlos, a que vuelvan al lugar, del que nunca debieron moverse.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj