Ayúdanos a compartir

Estados Unidos en su laberinto

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

El ritmo vertiginoso del acontecer global y la fugacidad que impregna la abundancia informativa, hacen “envejecer” rápidamente asuntos que ameritan considerase más despacio.

El discurso inaugural del 45 presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, pronunciado hace apenas cinco días, tiene ya sabor a noticia anticuada y resobada.

Sin embargo, conviene darle otra mirada, precisamente por lo que dijo el nuevo jefe de la Casa Blanca: “Juntos trazaremos el rumbo de Estados Unidos y el mundo por muchos, muchos años por venir”. (El subrayado es del escribiente).

El eje rector de ese trazo lo dejó muy claro Trump el 20 de enero: “Nosotros, reunidos hoy aquí, estamos emitiendo un nuevo decreto a escucharse en cada ciudad, en cada capital extranjera, en cada centro del poder. De hoy en adelante, una nueva visión gobernará nuestra tierra. De hoy en adelante, será Estados Unidos primero, Estados Unidos primero…”.

Varios calificativos ha merecido el discurso en breves cinco días: desde populista y nacionalista conservador, hasta aislacionista (increíble, viniendo de una economía promotora de la globalización salvaje).

Puede argumentarse y debatirse la pertinencia de tales epítetos, asumiendo que ellos buscan atrapar (antes que descalificar) lo esencial, tanto del discurso como del fenómeno sociopolítico que lo sustenta.

Los recurrentes símiles del “trumpismo” con el ascenso del nacional-socialismo hitleriano de los años 30 del siglo pasado, en Alemania, no parecen gratuitos ni fincarse sólo en sus manifestaciones externas, cuanto en la base social a la que interpela el discurso, y en el proyecto de acomodo agresivo ante un entorno económico global y geopolítico adverso.

La dialéctica de la globalización se volvió, lo sugiere Trump, en contra de EE.UU. y se convirtió en su Tratado de Versalles, al cual se responde con apelaciones patrioteras aderezadas con claros rastros del viejo Manifest Destiny (destino manifiesto).

Dijo: “Un nuevo orgullo nacional removerá nuestras almas, alzará nuestras visiones y sanará nuestras divisiones” y minutos después: “Juntos devolveremos la fuerza a Estados Unidos. Devolveremos la riqueza a Estados Unidos. Devolveremos el orgullo a Estados Unidos.

Devolveremos la seguridad a Estados Unidos. Y sí, juntos devolveremos la grandeza a Estados Unidos”.
Imposible no citar a Brecht: “LOS DE ARRIBA DICEN: / éste es el camino de la gloria. / Los de abajo dicen: éste es el camino de la tumba”.

Por fortuna, la visión chauvinista grandilocuente de Trump no es compartida por la mayoría de los estadounidenses. El voto popular no fue para él, aunque la legalidad de la elección no esté puesta en duda.

Basta ver las imágenes del 21 de enero, de las manifestaciones femeninas contra la misoginia encarnada por Trump; basta recordar las demostraciones de los neo-indignados estadounidenses el mismo día de la juramentación, para visualizar un futuro inmediato de resistencia en las entrañas mismas del imperio.

Por fortuna, la visión chauvinista grandilocuente de Trump no es compartida por la mayoría de los estadounidenses. El voto popular no fue para él, aunque la legalidad de la elección no esté puesta en duda.

Fuente: [www.s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
Sígueme