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Mario Roberto Morales

El pico de los contagios justifica la cuarentena. No es eso lo que está en cuestión. El que otros países hayan iniciado la “vuelta a la normalidad” y nosotros no, se debe a que empezamos el proceso de contagios unas tres semanas después. Por eso, Costa Rica inicia su “nueva normalidad” y nosotros todavía no. No es esto lo que se cuestiona.

Lo que el pueblo enardecido rechaza con furia es la arbitraria disposición de “cerrar el país” un viernes de fin de quincena, anunciándolo el jueves anterior por la noche. E incluso esto, en sí mismo, no sería grave si no fuera porque se constituyó en la gota que colmó un vaso que el presidente venía llenando de manera meticulosa e irresponsable y, lo que es peor, demostrando endeblez al fingir autoritarismo mediante estridencias histéricas rayanas en la comicidad; con ello evidenció un ansia pueril de protagonismo mediático sin méritos, lo cual se había empezado a hacer tristemente obvio desde que aparecía cerrando cajas de cartón como si estuviera realizando una hazaña épica. Esta puesta en escena colisionó con el escandaloso hecho de que sus promesas de ayuda aún no acaban de llegar a la población, lo cual hace que la ciudadanía pregunte indignada en dónde están los millonarios préstamos con los que endeudó por varias generaciones al país y que sospeche que él y sus amigos se los robaron. Y por si esto fuera poco, el presidente ha evidenciado favoritismos para sus amigos oligarcas y también una abierta hostilidad hacia el pequeño empresario y hacia la economía informal, por los que es obvio que no siente la menor empatía a pesar de su melodramático discurso moralista y penitente.

Es así como su ya de sobra señalado exhibicionismo narcisista, junto a su fallido simulacro histérico de machismo autoritario, ha desvelado una torpe inepcia política y una inocultable corrupción que ha llevado a la ciudadanía a opinar que el coronavirus le cayó del cielo a quien en cuatro meses se enriqueció igual que Pérez Molina lo hizo en cuatro años. La expresión social de todo esto se encarna en movilizaciones de protesta, en denuncias de pérdidas económicas por parte de los pequeños empresarios que vieron sus ventas perderse el fin de semana pasado por el sorpresivo “cierre del país”, y un amargo y furioso descontento de la derecha neoliberal y “progre” hacia la derecha ultramontana que el presidente representa. ¿La izquierda? Puf. No existe. Porque aparte de comunicados retóricos con léxico setentero, no asoma ni la cabeza ni la cola. Tampoco hacen mucho las organizaciones populares que, en vez de encabezar las protestas, sólo se solidarizan con ellas desde la inacción y la distancia.

Debido a las debilidades apuntadas, el presidente está atrapado entre dos derechas: la que busca que “la economía se abra” y la que aboga por “quedarse en casa”. La primera anhela que la narcoactividad se reanude para que se active otra vez el lavado de dinero y así la banca vuelva a prosperar, y a la segunda le interesa, por no tener grandes intereses financieros sino sólo económicos, que sus negocios sigan funcionando mientras se paraliza la competencia de la pequeña empresa y de la economía informal. Es un dilema oligárquico. El pueblo está abajo, sosteniendo esta contradicción y, paradójicamente, coincide con quienes abogan por “abrir la economía” porque necesita salir a trabajar para poder comer.

Tiene razón la voz popular. No nos matará el virus, sino el hambre. Y, agrego, el acomodo, el miedo y la cobardía.

¿La izquierda? Puf. No existe. Porque aparte de comunicados retóricos con léxico setentero, no asoma ni la cabeza ni la cola.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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