El plenilunio alumbra mi almohada,
las sábanas blancas reflejan la pálida luz;
admiro las formas que tiene tu cuerpo
como un Buonarotti pudiera esculpir.
Pero no eres como el David fría belleza;
no es tu cuerpo mármol tallado y estático;
eres músculo fuerte y vibrante
que recubre sensualmente la piel.
Ya quisiera la estatua en Florencia
el moverse con la gracia y virilidad,
con la audacia y pasión que demuestras
mientras vienes anhelante hacia mí.
La mirada atraviesa la bruma
que forma la gasa en el lecho
solamente la pálida luna
deja apenas su rayo asomar.
Pareciera que no pudiera verte;
que tampoco me vieras a mí;
pero el rayo lunar es suficiente
para ambos al otro admirar.
Me extiendes la mano amorosa;
yo amorosa la extiendo también;
comenzamos entonces caricias
excitando el mutuo sentir.
Sabiamente ambos nos tocamos;
conocemos al otro tan bien
que con suaves caricias aladas
pronto viene genial frenesí.
Son tus besos la fuente de agua
que yo quiero por siempre beber;
son los míos gentil refrigerio
que demandas muy pronto de mí.
Mientras el amor y la pasión en el lecho se hacen sentir
el jazmín nos envía su olor
que en la noche se extiende fragante
tanto adentro, como en el jardín.
La embriaguez de los sentidos nos invade:
vista, tacto, oído también, que en conjunto
al olfato se unen
para exaltar el gusto que tiene la piel.
Nos amamos como sólo quien ama
puede hacerlo en total plenitud;
es la entrega completa entre seres
que son uno, no pueden jamás ya ser dos.
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