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Revolución o narcisismo: el nuevo dilema de la izquierda

Christian Echeverría entrevista a Marcelo Colussi

¿Qué hacemos: transformar el Estado nacional o construir micropoderes cotidianos? ¿Vanguardias culturales y artísticas o creación popular? ¿Lucha de clases, materialismo histórico, sindicalismo, feminismos orgánicos, militantes y movimientos indígenas, campesinos y estudiantiles nacionales, o anarquismos, autonomías y resistencias individuales y locales? ¿Marxismo y Psicoanálisis o cultura new age? ¿Socialismo y refundación o capitalismo democrático y reformas? ¿Modernismo o posmodernidad? ¿Otro Che, otro Árbenz, otra Simone de Beauvoir y un Tecún Umán, o ser simplemente nosotros mismos como rebeldía? ¿Revolución o narcisismo?

Sí. Estos pueden ser algunos de los grandes dilemas políticos, sociales y culturales que las fuerzas progresistas y de izquierda de Occidente, en sus centros y periferias, se hacen en el mundo interconectado del siglo xxi. Una simple contraposición de las ideas del sociólogo y filósofo francés, Guilles Lipovetsky (París, 1944), autor de La era del vacío (1983) y notable teórico de la posmodernidad, con las del investigador, psicoanalista, escritor, bloguero de Asuntos Inconclusos y militante marxista argentino radicado en Guatemala, Marcelo Colussi (Rosario, 1956), puede orientar el debate en una izquierda que, a 20 años de los Acuerdos de Paz, no pudo articular todavía una propuesta nacional transformadora, mientras cada vez más sectores urbanos y jóvenes abandonan las viejas utopías colectivas del siglo xx y se identifican con expresiones individualistas y tribales…

Del héroe al seductor: la transformación del sujeto social

POR CHRISTIAN ECHEVERRÍA / Montaje de imagen de Andrea Torselli con foto de Ed Alcock, El País (Marcelo Colussi, izquierda; Guilles Lipovetsky, derecha)

POR CHRISTIAN ECHEVERRÍA / Montaje de imagen de Andrea Torselli con foto de Ed Alcock, El País (Marcelo Colussi, izquierda; Guilles Lipovetsky, derecha)

¿Qué sienten ustedes cuando a la gente le gustan sus tuits o los retuitean? Pues algo así sentí yo cuando leí hace poco La era del vacío. Honestamente, una de las mejores descripciones de esta sociedad actual de consumo masivo posmoderno y hedonismo. Lo recomiendo. Supe de su autor gracias a un ensayo que Sergio Lobos y Hael López, estudiantes de Ciencias Políticas de la USAC y blogueros de Asuntos, hicieron para un post hace unos meses sobre las (ya lejanas) marchas ciudadanas de (apenas) 2015. El título de su análisis “microsociológico”, como ellos le decían, era algo así como “Guatemala, una microrevolución”, estaba basado en los conceptos del pensador posestructuralista parisino y el post tenía de portada una gran foto de la concentración de la Plaza. Ya no subimos nada, justamente, gracias a un ataque neurótico, narcisista y competitivo de una tercera integrante de su grupo de investigación que se negó a publicar sólo porque Hael no le caía simpática, y no quería ver su nombre con ella en las entrevistas que hicieron a líderes de movimientos como #JusticiaYa. Lástima, era un excelente aporte. Sí, sí, y no se rían, esta es la realidad contradictoria y compleja de muchos de nuestros espacios y relaciones sociales ahora, ese es el punto. Y es sugerente la palabrita, ¿verdad? “Microrevolución”. Y sí, ya sé también: en la academia francesa no debe ser nada nuevo, pero para mí y muchos en Guatemala (y no necesariamente profanos en temas sociales), lo es, y grueso. ¿Microrevolución? Suena como algo intenso, accesible, particular, inmediato, cotidiano, irreversible, tuyo. Hacer el amor libre o antiburgués, leer poesía en la 6ª avenida del Centro por leer, sin ser parte de ninguna «agenda cultural», un programa feminista de radio comunitaria, un performance visual de desnudos y claro, una marcha de sábado por la tarde contra la corrupción donde llegás en calzoncillo para demostrarte inconforme. ¿“Vacío”? Suena como a lo que se puede llegar a sentir cuando hacés todo eso, por mucho tiempo y todo cambia para seguir igual… ¡Notables las dos palabras!

“Narciso, demasiado en sí mismo, renuncia a las militancias religiosas, abandona grandes ortodoxias, sus adhesiones (…) son fluctuantes”, escribe el francés. “Es la revolución de lo cotidiano lo que ahora toma cuerpo, después de las revoluciones económicas y políticas de los siglos xviii y xix, después de la revolución artística a principios de siglo (xx). Narciso ya no está inmovilizado ante su imagen fija, no hay ni imagen, nada más que una búsqueda interminable de sí mismo (…) Narciso se ha puesto en órbita. (…) El “hay que ser absolutamente modernos” fue sustituido por la contraseña posmoderna y narcisista “hay que ser absolutamente uno mismo». (…) De este modo la autoconciencia ha substituido a la conciencia de clase; narcisismo, instrumento de socialización”.

Eso se lee como un cambio de espíritu, un cambio de época. Y por eso busqué a Marcelo Colussi, un tipo del siglo xx que vivió en otra distinta, alguien que, según cuenta, comenzó a militar en organizaciones estudiantiles de izquierda desde los 15 años, allá por finales de los 60s y comienzos de los 70s en su natal Rosario, ciudad industrial y obrera latinoamericana, y donde ya participaba en la toma del instituto donde estudiaba en un mundo influenciado por el Concilio Vaticano ii y la Teología de la Liberación, el movimiento hippie y pacifista, la mística guevarista, la Revolución Cubana, las luchas campesinas del continente, el “rosariazo” (protestas obreras de Rosario en 1969), la guerra civil de Guatemala y la Guerra Fría. A los 17, se incorpora al Partido Comunista de la Argentina, uno de los más conservadores y pro-soviéticos de América, según recuerda, y con el cual tuvo una relación crítica debido a las tendencias estalinistas, autoritarias y burocráticas que pudo palpar. Fue todo un camino tradicional para un revolucionario marxista latinoamericano. Eran tiempos heroicos. Yo quería que me contara cómo es eso del mito del «hombre nuevo» (¿y las mujeres?) y eso de «transformar el mundo». Me recibió entonces en una mañana con lluvia del mes pasado en la sede de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, donde tiene su clínica. Se puso a bajar libros.

“Uno se sentía parte de un ímpetu histórico”, dijo suspirando. “El marxismo, el materialismo histórico, descubre, denuncia la injusticia en juego; denuncia la razón misma de cómo se da esa injusticia, denuncia, pone sobre la mesa, analiza exhaustivamente y da una propuesta de salida: ´proletarios del mundo, unámonos, construyamos un mundo alternativo´. (…) La discusión política estaba a la orden del día».

Y Colussi estaba comprometido. De familia con vena política: su papá, delegado sindical y empleado público de correos, y su hermano mayor, también psicólogo y ya fallecido, fueron sus cómplices de lecturas y charlas. Se matricula como psicólogo en la Universidad Nacional de Rosario en 1975 y vive el golpe militar al año siguiente. Pasan los años, la dictadura, trabaja con víctimas de Malvinas y del régimen, apoya en zonas urbano-marginadas, pero cada vez más sentía ganas de salir a cerrar las venas abiertas de nuestra América, y cada vez menos sentía el arraigo por su Argentina. Se gradúa en el 82 y se va, como el Che, trabajando como brigadista internacional gracias a los contactos del Partido. Se va a Nicaragua, en misión semioficial, para integrar las brigadas de salud sandinistas como psicólogo en 1989. Para entonces, ya tenía un hijo pequeño, nacido en Argentina, con su pareja y compatriota, la también psicóloga María Isabel Torresi, a quien conoce en la universidad de su país. Vive y trabaja en Matagalpa y Jinotega, y atiende a las víctimas del conflicto sandinista-contras en el que también intentó ayudar a las bases del enemigo en un programa de la OPS y el Ministerio de Salud nicaragüense en el conexto de la reconciliación nacional. Es en Nicaragua donde nace su segundo hijo. Dice que en Argentina no existe esta división que hacemos en Guatemala entre Psicología Social y la Clínica. Se es psicólogo y ya, y se llega a donde sea necesario. Trabajador de Salud Mental y marxista. La revolución, la nueva conciencia del “hombre nuevo”, parecía sin límite alguno.

-¿Qué estabas buscando fuera de Argentina? –le pregunté.

-El paraíso socialista, entre comillas –me dijo-. Me tentaba la idea del sandinismo, una revolución que se ofrecía como alternativa, como algo novedoso. (…) Parecía una revolución socialista clásica. (…) Se vale creer en las utopías, en hacer algo para darle forma.

Pero momento. Volvamos al hoy. Lipovetsky responde. El Narciso de ahora es un tuitero que no necesita más que su teléfono para sentir que influencia con algo. Hoy ya no importa la realidad como tal, y si lo hace de hecho o no, sólo las sensaciones, las apariencias y no está mal. Este vacío es una nueva forma de ser y socializar. El francés lo dice mejor que yo: Es el “fin del homo politicus y el nacimiento del homo psicologicus, al acecho de su ser y de su bienestar”. ¿Al acecho de su ser? ¿Será esto la diversidad humana que vivimos en las marchas del año pasado? ¿Llegaron a la Plaza las feministas por las mismas razones que los “camisas blancas” de la derecha, o los estudiantes universitarios con las mismas intenciones que representantes del CACIF? ¿Había una Plaza o muchas? Pregunta el francés: “¿Quién, a excepción de los ecologistas, tiene conciencia de vivir una época apocalíptica?”. Bienvenidos al mundo fragmentado y relativo. Y la izquierda, al parecer, acostumbrada al siglo xx, no se sabe mover por él…

El mundo posindustrial (y complejo) que no comprende la izquierda

Después del desencanto sandinista en Nicaragua (y en general por la caída del bloque socialista), Marcelo Colussi, tal vez menos optimista pero sin perder la fe en la lucha de clases, siguió su camino a Guatemala en el 95, aún en guerra, donde trabajó con niños y jóvenes en situación vulnerable, vino contratado por Médicos sin Fronteras y colabora con Casa Alianza y Save the Children. Pasa también por El Salvador en 2001, durante el terremoto y para una consultoría, y hasta por Venezuela, años más tarde, entre 2006 y 2007, donde trabaja con el Ministerio del Poder Popular para la Cultura en pleno ascenso chavista. «Nunca me hizo mucho clic volver a Argentina», recuerda. Siguía sin renunciar a la utopía revolucionaria, aunque el tiempo y la experiencia le hicieron más crítico: “Es difícil decir qué es izquierda”, dice con el codo apoyado sobre el sillón de su pequeña clínica y su mano sosteniendo el mentón. “Somos machistas, patriarcales, los juegos de poder no se terminan, hay racismo. Todo el tango de los que pretendemos una alternativa hoy día estamos golpeados, aturdidos y tenemos mil cosas que revisar en nuestra práctica, en la vida, en nuestra práctica política, en nuestro principio filosófico. Hay una crisis tremenda; una crisis política, una falta de oferta política alternativa. (…) Sigo pensando que la opción de izquierda está abierta y necesitamos transformar este mundo”.

Pero este mundo, a pesar de su autocrítica y su persistencia, sigue siendo para Colussi el mismo que había después de la Segunda Guerra Mundial, el héroe se resiste a morir y persiste ante el cinismo: “El marxismo es un grito de guerra en contra de la explotación, la explotación no ha terminado; al contrario, hemos retrocedido y hay mayores cuotas de explotación que hace 50 años. Hoy día, el sindicato en ninguna parte del mundo es una política bien urdida. Todavía la explotación sigue siendo lo que mueve el mundo”.

ellaLipovetsky, por su parte, tiene otra percepción de la sociedad actual y del sujeto que surge de esta: “Aparece un nuevo estadio del individualismo: el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el “capitalismo” autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo, acaba la edad de oro del individualismo, competitivo a nivel económico, sentimental a nivel doméstico, revolucionario a nivel político y artístico, y se extiende un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían aún con el reino glorioso del homo economicus, de la familia, de la revolución y del arte; emancipada de cualquier marco trascendental, la propia esfera privada cambia de sentido, expuesta como está únicamente a los deseos cambiantes de los individuos. Si la modernidad se identifica con el espíritu de empresa, con la esperanza futurista, está claro que por su indiferencia histórica el narcisismo inaugura la posmodernidad, última fase del homo aequdis. (…) En el momento en que el crecimiento económico se ahoga, el desarrollo psíquico toma el relevo, en el momento en que la información substituye la producción, el consumo de conciencia se convierte en una nueva bulimia (…) a la inflación económica responde la inflación psi y el formidable empuje narcisista que engendra”.

Según Wikipedia, Lipovetsky es profesor agregado de Filosofía y miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad y consultor de la asociación Progrès du Management. Entre otras obras destacadas también tiene El imperio de lo efímero, Los tiempos hipermodernos y La tercera mujer. Caballero de la Legión de Honor de Francia.

Pero, ¿por qué importa lo anterior? Porque aquí está el debate para definir el contexto actual. Por un lado, hay una visión estructuralista monolítica del mundo, la de Colussi: oprimidos y opresores. Y por otro, según el francés, hay un sujeto y mundo flexibles que, aun siendo parte de una estructura de capital y consumo, socializan desde su individualismo con nuevas autonomías y micropoderes, ofrecidos desde el mismo capitalismo: ya no se necesita de vanguardias para crear, ya no se necesita de revoluciones para el cambio, ya no se necesitan élites que orienten el pensamiento ni rechazar el consumo para resistir; uno mismo es lo que se consume, lo que domina el deseo ajeno. Si la izquierda quiere influenciar y accionar de forma efectiva en el conjunto de la sociedad contemporánea, debe entonces comprender dónde está parada y con qué sujeto está tratando.

“Narciso, obsesionado por él mismo, no sueña, no está afectado de narcosis, trabaja asiduamente para la liberación del Yo, para su gran destino de autonomía de independencia”, dice Lipovetsky. Este sería el sujeto al que tiene que seducir la izquierda. Colussi vuelve a discrepar: “Pero el Psicoanálisis sigue siendo una revolución fabulosa en el campo de las ideas; rompe el mito de la autosuficiencia, rompe el mito del Yo”. Aquí se refiere al campo del inconsciente que determina la voluntad. Lipovetsky responde, esto es un tiroteo: “Reconozcámoslo, el inconsciente, antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un agente provocador cuyo efecto principal es un proceso de personalización sin fin: cada uno debe “decirlo todo”, liberarse de los sistemas de defensa anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su deseo por las asociaciones “libres” y en la actualidad por lo no-verbal, el grito y el sentimiento animal. (…) el inconsciente abre el camino a un narcisismo sin límites”.

La muerte de las vanguardias

Lipovetsky marca el contexto actual, la nueva personalidad que empieza a emerger: “Profunda revolución silenciosa de la relación interpersonal: lo que importa ahora es ser uno mismo absolutamente, florecer independientemente de los criterios del Otro; el éxito visible, la búsqueda de la cotización honorífica tienden a perder su poder de fascinación, el espacio de la rivalidad interhumana deja paso a una relación pública neutra donde el Otro, despojado de todo espesor, ya no es ni hostil ni competitivo sino indiferente, desubstancializado, (…) En una sociedad “intimista” que lo evalúa todo con un criterio psicológico, la autenticidad y la sinceridad, (…) se convierten en virtudes cardinales, los individuos, absortos como lo están en su yo íntimo, son cada vez menos capaces de desempeñar roles sociales: nos hemos convertido en ´actores privados de arte´. (…) la lógica de la personalización genera una indiferencia hacia los ídolos, hecha de entusiasmo pasajero y de abandono instantáneo. Hoy día no cuenta tanto la devoción por el Otro como la realización y transformación de uno mismo; es lo que dicen, cada uno con sus lenguajes y en sus grados diversos”.

Entonces, ¿ya no importan el Foro de Sao Paulo, la dirigencia del CUC, las conspiraciones de Mario Roberto Morales, las convocatorias del #JusticiaYa, los colectivos feministas, Otto René Castillo, Oliverio, los poemas de la izquierda erótica, los partidos de izquierda en el Congreso o Fidel? ¿Importa sólo lo que podamos y queremos reivindicar y lo que sentimos, sin ninguna jerarquía?

¿Y el arte? Lo mismo.

“Se acabó la gran fase del modernismo, la que fue testigo de los escándalos de la vanguardia. Hoy la vanguardia ha perdido su virtud provocativa, ya no se produce tensión entre los artistas innovadores y el público porque ya nadie defiende el orden y la tradición”, dice el francés. Pero, ¿en dónde quedan las exposiciones transgresoras del fotógrafo Daniel Hernández-Salazar? ¿O es el Nobel a Dylan la prueba de que el francés tiene toda la razón?

Por su parte, Marcelo Colussi escribe relato. Tiene varios libros publicados como Nosotros los mediocres, Rubicunda o Historias dulces color de rosa. Su trabajo se caracteriza por un muy agudo y sudamericano sentido del humor sarcástico, la crítica social y la psicología de los personajes. Lo influenciaron Borges, Kafka y Dostoievski. Las puras vanguardias de su tiempo.

-¿De qué escribís: de la vida o de la muerte?

marcelo-De ambas cosas, que van de la mano. Es la perspectiva de la vida. Nos aterra el límite, nos aterra la muerte. Por eso estamos siempre peleando contra eso, nos pintamos las canas para no envejecer y queremos parecer jovencitos eternamente; cuanto más lejos se vea el límite, tanto mejor. Aquí la muerte está siempre presente.

Pero, ¿cómo se explica que proletarios, en sentido conceptual estricto como Colussi o yo, escribamos y alguien se interese por publicarnos y hasta por comprar nuestros libros? Lipovetsky lo explica en una entrevista en El País en abril del año pasado: “El capitalismo artístico ha estetizado los objetos y también los comportamientos. Hoy todo el mundo comparte el gusto por descubrir cosas nuevas, por viajar y vivir sensaciones estéticas desconocidas. Este tipo de comportamientos, que hasta no hace tanto eran elitistas, se han generalizado. (…) A niveles distintos, todo el mundo participa en el fenómeno. Antes de la expansión de la sociedad de consumo, la cultura estaba dividida entre lo culto y lo popular. Hoy, en cambio, los taxistas escuchan a Mozart. E incluso cuando escuchan a Céline Dion están participando de la misma manera en el consumo cultural”.

-¿Vos sos el «hombre nuevo»? -le pregunté.

-No, no. Para nada.

Es la perspectiva de la vida. Nos aterra el límite, nos aterra la muerte.

Fuente: [http://asuntosinconclusos.blogspot.mx/2016/10/revolucion-o-narcisismo-el-nuevo-dilema.html]

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