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«El exceso de malas pasiones y malas noticias nos obnubilan y

dejamos de lado las cosas por las cuales hay que seguir adelante»

Casa de Nosotros, lo nuevo de Gerardo Guinea

Byron Quiñónez

Su trayectoria literaria es impresionante y acapara todas las disciplinas: poesía, narrativa, ensayo, biografía, crónica y ensayo. Sus obras están publicadas en Guatemala, México, Francia y Colombia. Como periodista ha participado en los matutinos Siglo Veintiuno y Prensa Libre, en las revistas Crónica y Magna Terra, y en El Financiero, de México, donde fungió como secretario de Redacción en las secciones de Economía, Negocios, Finanzas y Comercio Exterior. Como poeta se ha hecho acreedor a varios premios, incluido el Nacional de Poesía César Brañas (2000) y el Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón (2006). Publicó la biografía Diccionario Personal, del escritor Mario Monteforte Toledo, y entre sus novelas figuran Exul Umbra, Por qué maté a Bob Hope y El árbol de Adán. Fundó la editorial Magna Terra, donde ha supervisado la edición y publicación de más de mil títulos. Su nuevo poemario, Casa de Nosotros, viene a engrosar su extensa bibliografía.

BQ: El título Casa de nosotros sugiere un tono más íntimo. ¿Cuál es el tema central de este nuevo poemario?

GG: El tema central es el mundo como una gran casa y la casa de nosotros, esa que está hecha de paredes y murmullos, de música y libros, es el pequeño espejo de lo que está afuera. Es una circularidad alimentándose, un fluir incesante, un río que va y viene, que tiembla y se derrama; río de miradas, de azares, «un fulgor de lejanías / casi diamante en su ramaje», como reza uno de los versos. Pero en todo esto hay más: el hombre y la mujer queriéndose, haciendo y deshaciendo las paredes para aliviar el corazón, para que salgan los males aires y entre un dios amigo. La casa como una escalera que desemboca en nada. Él y ella, instalados en la nada y desde ésta, ver las entrañas de lo que viene, los espantos de la memoria, y ayudarse con el agua a espantar esa maldad que desean a otra parte.

BQ: ¿Cuánto tiempo llevó la creación de Casa de nosotros, fue un torrente fácil o un parto difícil?

GG: Lo trabajé paralelamente a otro libro de poemas, El libro de las negaciones, que aún está inédito. Ambos los escribí entre 2007 y principios de 2008. Luego, los dejé estar, a modo que se enfriaran y limpiar las asperezas o errores que siempre se dan en estos asuntos.

BQ: En 2006 ganaste el premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón, con Poemas para el martes. ¿Qué similitudes o diferencias podrías señalar entre Casa de Nosotros y Poemas para el martes?

GG: La diferencia está en el tono. En esa intimidad a la que te refieres en la primera pregunta. Poemas para el martes es un libro donde habitan muchos personajes y escenarios. Vamos, que es un libro con una geografía más extensa. En Casa de nosotros, la mayoría de versos ocurren dentro de la casa, pero, paradójicamente, los personajes (él y ella) van al mundo desde su casa, pero sin salir trayéndolo. Casa como templo, como centro del mundo. La casa como un recuerdo. En ese sentido, Gloria Hernández escribe, refiriéndose al libro y a la casa: «Reminiscencia de murmullos que se desmoronan en el aire junto con los amantes que se eternizaron en ella». Coleridge escribió en su Biografía Literaria que «el lenguaje del poeta nos hace sentirnos en casa con algo que no conocíamos». Esa es una excelente imagen para describir en parte ese tono.

BQ: ¿Consideras que la felicidad es un estado mental que puede crearse desde el interior de la persona, independientemente de las circunstancias exteriores?

GG: Hay una frase muy buena de Cristina Pieri Rosi que dice: «La verdadera libertad se logra cuando convertimos los deberes en deseos». Claro, una versión de las cosas más amable. Ahora bien, la felicidad se afinca en subjetividades, en los modos de ver la vida. Tampoco se trata de resultar de un día para otro un entusiasta ingenuo, sobre todo cuando volteas sobre el hombro y ves lo que pasa: los niños con hambre, la estridencia ideológica y política, la violencia contra las mujeres, entre tantas linduras del patio nacional. Creo que el exceso de malas pasiones y malas noticias nos obnubilan y dejamos de lado las cosas por las cuales hay que seguir adelante. Y la felicidad es, entonces, casi una obligación. George Steneir escribe: «Lo absolutamente trágico es, por tanto, no sólo insoportable para la sensibilidad humana: es falso con la vida». Y agrega más adelante: «Allí donde hay tormenta y ruina hay también placer y esperanza». No hay que olvidar lo que dice John Berger sobre la esperanza: «es como una vela que nos sostiene».

BQ: Todo escritor tiene su propio ritmo y metodología para el acto creativo. ¿Cómo describirías el tuyo?

GG: Desordenado y pasional. Aunque también soy metódico cuando inicio un libro. No tengo precisamente rutinas de escribir todos los días y siempre. Obsesivo sería otro de los términos. Metodología, aún no descubro alguna que sea eficaz para sentarse durante ocho meses, por ejemplo, cuatro horas diarias, y escribir algo que no sabe uno si gustará.

BQ: Tu obra incluye poesía, narrativa, ensayo, crónica y biografía. ¿Qué género te ha producido mayores satisfacciones?

GG: Todavía no lo descubro. Me obsesionan temas y de ahí indago, digamos, la forma cómo se leería mejor esas historias o temas.

BQ: Has publicado en Guatemala, México y Francia. ¿Cómo ha sido la recepción de tus libros en el extranjero?

GG: Eso es muy difícil saberlo. Tengo noticias de que alrededor de 25 países conocen mis obras o alguna de ellas. Además, no tengo agente literario, como la mayoría de escritores guatemaltecos, y eso no significa más que estar inmerso en la marginalidad centroamericana.

BQ: Como fundador y director de Magna Terra, y como escritor, ¿cómo ves la situación literaria en Guatemala? ¿Está creciendo el interés por los autores nacionales o está decreciendo?

GG: Por supuesto, ha crecido enormidades. Hace doce años, las ediciones se agotaban cuando ya no teníamos amigos a quién regalarle nuestra obra. Hoy existe un esfuerzo sostenido y heroico de los editores independientes para publicar literatura. Por lo menos existe un pequeño mercado editorial que no lo había en épocas anteriores. Es más, muchas de las obras publicadas circulan no sólo en Centroamérica, sino también en Europa, Sudamérica. Ello, en buena medida, se lo debemos a Raúl Figueroa Sarti.

BQ: Hablando de autores nacionales, ¿hay algún libro nuevo en especial que te haya gustado?

GG: Hay uno que no es tan nuevo, Gemido de huellas, de Esteban Sabino Francisco, un poeta a mi juicio brillante, descubierto por Francisco Morales Santos. Sabino es maestro rural con un dominio de las imágenes y metáforas verdaderamente sorprendente. Otro libro reciente, muy pequeño pero que es una joya es el que recoge el diálogo entre José Luis Perdomo Orellana y Carlos Guzmán Bockler.

BQ: Combinar literatura y periodismo es algo frecuente en los escritores y tu obra periodística es extensa, como atestigua tu libro Gramática de un tiempo congelado. ¿Cómo ha sido tu relación con el periodismo a través de los años?

GG: Es una relación de casi veinte años. He trabajado más en periodismo cultural, que es el área más descuidada y abandonada en el país, a pesar de los esfuerzos de los medios por estimular cada vez más mejores secciones de cultura. Ahora bien, volviendo al tema del periodismo, he sido reportero, entrevistador, jefe de diseño, diagramador, columnista, secretario de redacción, entre otras cosas. En fin, mi relación con el periodismo es larga y estrecha.

BQ: De las novelas que has publicado, ¿con cuál estás más satisfecho? A mí me gustó mucho Exul Umbra, y la manera en que la ambientaste en el levantamiento Zapatista en Chiapas.

GG: Quizá El árbol de Adán, publicada por Norma en Colombia. Es una novela corta que aborda el tema de la violencia pero no de un modo testimonial, no, para eso está el REMHI y el Informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Es como un estar y no estar, regresar al lugar de los hechos para reparar la memoria de los miles de muertos y desaparecidos. Es una novela que cuenta el miedo y la violencia pero no lo hace de manera explícita. En fin, «no dice sino sugiere» como escribió, desde Roma, el español Jorge del Campo.

BQ: El rechazo, la desconfianza, el ninguneo y la satanización del «otro» son comunes en nuestro país. ¿Cuál es tu opinión al respecto, ves algún cambio en actitudes, o estamos condenados a vivir en discordia?

GG: Eso es una construcción social. Atraviesa todos los sectores y es una práctica que aún se sostiene por los excesos verbales y retóricos. Es un subproducto de la historia dolorosa de los guatemaltecos. Refleja parte de la rispidez y de la mala manera en que estamos en el mundo. No creemos, desconfiamos; somos, en suma, un manojo de negaciones. Esa satanización del otro tiene que ver con la conflictiva relación que sostenemos con la otredad. Mira, por ejemplo, los ladinos nos definimos a partir de una negación: «no somos indios», solemos decir. No nos vemos como mestizos, al contrario, somos diferentes, aunque no sabemos precisar esa «diferencia». Y al negar, en el transcurso del tiempo, hemos construido relaciones neuróticas, llenas de desconfianza, de soberbia, lo que nos ha conducido a laberintos increíbles de mediocridad. La pobreza conceptual, el reciclaje de supersticiones ideológicas, el uso de la anécdota como herramienta de análisis y validación nos lleva al camino irreversible de las ideas parvularias, llenas de lugares comunes y sospechas a granel.

Publicada originalmente en Diario La Hora.

 

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