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Gerardo Guinea Díez o el acertijo, la obediencia y el disputado cadáver de Árbenz

Alejandra Gutiérrez Valdizán y Rodrigo Baires Quezada conversan con Gerardo Guinea Díez.

Gerardo Guinea Díez es una especie de eremita contemporáneo. Se refugia en una casona de la zona 2. Periodista, escritor, editor. Premio Nacional de Literatura. Un hombre que se mantiene bastante alejado de espacios de discusión, de círculos literarios, de los medios; se dedica a leer, editar y escribir. Defiende siempre la búsqueda de los claroscuros de la realidad. En esta entrevista, parte de la serie “En busca de Guatemala”, Guinea Díez asegura que somos víctimas de una especie de acertijo, y lo explica.

Días antes de que Efraín Ríos Montt hubiera sido sentenciado por genocidio y José Mauricio Rodríguez Sánchez absuelto, y por supuesto, días antes de que la CC hubiera desbaratado esa sentencia, Gerardo Guinea Díez (ciudad de Guatemala, 1955) se sienta a la cabecera de la mesa de reuniones desde la que dirigió dos revistas desaparecidas, Magna Terra y estePaís, y desde donde organiza Magna Terra Editores -que él fundó-, frente a un café, un cenicero, un puñado de folios anotados con pulcritud, pluma fuente, y una cajetilla de cigarrillos que irán mermando durante la entrevista. Este hombre estudió derecho en la Universidad de San Carlos, en los setenta, y luego se fue al exilio, a México, y fue secretario de redacción de El Financiero de México, y después, de vuelta en Guatemala, trabajó en la revista Crónica, y en todo este tiempo escribió, entre otros, El Amargo Afán de la Desmuerte (1993), Horarios de lo Efímero y lo Perdurable (1995), Las Criaturas del Aire (1994), los ensayos Pasión de la Memoria (1994), Exul Umbra (1997), El Árbol de Adán (2007) y Un león lejos de Nueva York (2010). Es, por lo tanto, un hombre de palabras. Así que no necesita que haya una pregunta en el aire para empezar. Basta con el clásico guatemalteco “cómo está de jodida la situación”, y algo relacionado a cómo se explica esa situación jodida, para que Gerardo Guinea desate un alud de palabras:

“En Guatemala no hay una opinión centrada. Lo que hay aquí son opinadores. Hay un gran nivel de pensamiento primario y son muy pocos los columnistas de los que podés decir ‘hoy entendí algo, aprendí algo nuevo’. Son ocurrencias, viajes, estados de ánimo muy ligados en torno a la lógica del deber ser. Como decía Mario Monteforte Toledo, se utilizan las columnas como arma de descalificación política. Juan Luis Font de repente es acertado… de repente. Luis Aceituno es acertado, y Raúl de la Horra, en algunas ocasiones. ¿Quién más? Mario Roberto Morales me parece aburridísimo; Javier Payeras me gusta por su tono desenfadado. Gustavo Berganza, pero es muy irregular.”

¿De dónde sale El Opinador?

Creo que nace con Crónica, que le abre espacio a todo el mundo. Francisco Pérez de Antón había sido el presidente del Cacif y es como el padre putativo de los Gutiérrez, pero se la jugó y le abrió espacio a la izquierda. Con la lógica de que la izquierda tenía voz, empezó a dar espacio también a la derecha. Algunos columnistas no eran muy inteligentes, pero había más equilibrio. Y Chepe (Jose Rubén) Zamora hace lo mismo en el SigloXXI. Lo que provoca Crónica es que todo el periodismo se modernice una temporada, y obliga a Prensa Libre a replantearse el abrir sus espacios. Cuando muere Crónica, otra vez el declive. Se debilita SigloXXI, lo compra la iniciativa privada, Chepe saca elPeriódico, que también da bandazos, y de pronto en la misma página está la columna de Morales y la columna de humor de Minondo Ayau.

Hay columnas que incluso incitan al racismo, a la xenofobia. Con la consigna de la libre expresión.

Monteforte, muy amigo de Zamora, escribía en elPeriódico. Unos años antes de que muriera Monteforte, Zamora permitió la publicación de una columna terrible, como las que ahora son pan de todos los días, y ¡renunció el viejo a elPeriódico! El viejo tenía la segunda página completa de los domingos. Y se echó un artículo explicando por qué renunciaba, porque era una canallada permitir ese tipo de opiniones. Es que si agarrás los periódicos y los ves: la criminalización del movimiento social, el racismo, el desprecio a los pueblos indígenas, el anticomunismo que no termina de irse, ese oxímoron totalitario que es el neoliberalismo en el país está presente en todos lados…

Una vez intentamos contar cuántos columnistas hay en Guatemala…

Hay un montón de gente que disiente con esa gran franja de derecha que hay en el país, que ha tratado de dominar y hegemonizar la narrativa de nuestro tiempo. Una pequeña y delgada franja de gente que opina lo contrario, que tocan ciertos temas de manera muy valiente, pero que son muy malos escritores, muy aburridos. No hay periodistas haciendo opinión, ni escritores o pensadores.

Se echan de menos las viejas plumas: Salarrué en el caso de El Salvador, o escritores, pintores explicando su visión del mundo.

Y eso existió en Guatemala. Desde El Imparcial, Miguel Ángel Asturias, César Brañas y un montón de escritores. ¿Por qué guardo esa portada de La Jornada de cuando muere Cantinflas? A mí me parece que es de un gusto extraordinario. ¡Y ponerlo en portada! Pero aquí viene un escritor y saca una novela importante, se saca un premio importante, y si tienen suerte lo sacan en un pedacito de la portada. Nunca es portada. No han entendido la importancia de la construcción de referentes colectivos, de construir identidades a partir de personajes, a partir de obras, de corrientes o de ideas.

¿O no quieren?

Tengo hasta dudas… Va entre la indiferencia, la ignorancia más supina y el desinterés. En el fondo hay una cuestión fundamental que define las relaciones en este país: el conflicto de la obediencia. Siguen intentando construir la hegemonía en la obediencia. Te das cuenta de cómo a partir de los acuerdos de paz la Universidad Francisco Marroquín se convierte en un centro de pensamiento neoliberal, anticomunista, manualero en términos de las teorías liberales. Y a partir de ella, el doctor Armando de la Torre forma una serie de cuadros que después se incrustan en todos los medios de comunicación.

¿Alguna columna de opinión de calidad que defienda el libre mercado?

Por supuesto que no la hay. Es que el problema es que la verdadera discusión sobre liberalismo no ha pasado por Centroamérica. Aquí nunca entendimos el liberalismo. ¿Qué es? Básicamente democracia, Estado fuerte, economía libre, reglas claras, Estado de Derecho. Pero la lectura a fondo de los grandes clásicos liberales en este país nunca llegó. Porque la hegemonía de la obediencia, se rompe con la revolución del 44, pero se restaura en el 54. Vuelve esa ideología finquera y medieval. El 54 anticomunista es el pretexto para la restauración conservadora. Por eso se desgarran las vestiduras cuando se habla de movimiento social, de derechos de los pueblos indígenas, del derecho de la diversidad sexual, de feminismo.

Hay una joya que salió en un panfleto inserto en elPériodico y patrocinado por la Fundación contra el Terrorismo. Hay una línea sobre “los objetivos de estos subversivos internacionales”. Me acuerdo de los tres primeros objetivos: “la paz, volverla pacifismo. El desarme de las naciones occidentales, y el feminismo, centrado en el debilitamiento del carácter varonil de los miembros de las sociedades occidentales”. Jajaja.

Parece que no salimos de los 80.

Es que aquí no se ha caído el muro. Aquí lo hay es lo que alguna vez llamé “el reciclaje de las supersticiones ideológicas” más que una defensa de posiciones políticas.

¿Supersticiones ideológicas?

Para empezar, la satanización de ser de izquierda. Y después se pasó rápido de la satanización a la criminalización. Y ese anticomunismo englobó a demócratas, socialdemócratas, socialcristianos, partidos políticos que venían de la época de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, y toda manifestación que no estuviera de acuerdo con el sistema. Y en parte de la izquierda también hubo una satanización hacia ciertos sectores más proclives a posiciones liberales, posiciones de defensa democrática aunque fueran personajes de derecha.

Hace unos años, en una entrevista con La Revista del DCA usted dijo: “Pasamos del conservadurismo criollo al anticomunismo”.

Somos, de algún modo, víctimas de una especie de acertijo: La derecha no pudo evitar lo que la izquierda no logró alcanzar. El cambio se fue para otro lado.

Entonces, ¿sí hubo cambios?

Creo que sí. Tomando el 96 como un parte aguas, toda la institucionalidad democrática, precaria, frágil (no importa el adjetivo) que nace coincide en cosas con el programa de los gobiernos revolucionarios: elecciones libres, distensión política, libertad política… En todos estos años ha habido algunos crímenes, como el del obispo Juan Gerardi, pero no hay una política de persecución de Estado. Ser disidente ya no significa una condena de muerte.

Y los partidos políticos ya no están prohibidos.

No hay partidos prohibidos. Sí hay cambios: la irrupción de los pueblos indígenas, el ingreso y la consolidación de ciertos valores simbólicos de que somos un país pluricultural y plurilingüe, aunque haya una gran cantidad de población que no cree en eso y que practica el racismo todos los días. Sin embargo, eso ya es una realidad que puedes ver en la presencia indígena en universidades, en instituciones públicas, en partidos políticos de diferentes tendencias. Aunque todo esto sea diluido y que tenga un montón de baches en el movimiento indígena, sobre todo porque ésta es una elite de derecha y proclive al etnicismo indígena.

Decía que la derecha se gastó tratando de evitar lo que la izquierda no logró.

La derecha no pudo evitar lo que la izquierda no logró. Es como un acertijo: la derecha no pudo evitar lo que los demócratas y la izquierda querían hacer, aunque la idea era tomar el poder del Estado.

A pesar de eso, sin tomar el poder, se generaron cambios.

Los dos actores fundamentales, el ejército y el movimiento revolucionario, se ponen de acuerdo: hay un tope y que aquello ya no puede seguir así. En eso también nos va muy mal. El problema es que nosotros llegamos a la firma de la paz con el derrumbe de los grandes relatos históricos, de las grandes ideologías. Entonces, el problema es cómo llegamos a un proceso de construcción democrática con la historia revolucionaria agotada, muy mermada en términos de cuadros políticos; con los partidos democráticos ya inexistentes.

Y la izquierda desaparece, por lo menos la izquierda electoral.

Es cierto que hay un fraccionamiento. Pero el mismo proceso de resistencia contra las dictaduras, que no es parte del conflicto armado interno, continúa. Hay una memoria de la resistencia en el movimiento campesino, en la oposición a la minería, en la defensa a los territorios, en la lucha del agua…

¿En nuevas revoluciones más locales permeadas de esas dirigencias de izquierda?

Claro, porque además hay un montón de cuadros medios, de segunda y cuarta responsabilidad que se diluyen allí. Hay una cosa importante, en los últimos 20 años hemos privilegiado mucho el tema de los desaparecidos y de las masacres. En Guatemala lo que hubo fue una catástrofe civilizatoria. Y hay una diferencia con el resto de América Latina, donde existieron dictaduras que duraron seis, siete o diez años, lo más. La nuestra duró 42 años, del 54 al 96. O sea, fue un conflicto constante y permanente que fue subiendo el tono de criminalidad contra todos lo que fueran opositores. Y hubo muchas víctimas: más de 200 mil muertos, 50 mil desaparecidos, un millón de desplazados internos, casi un millón de refugiados en México. Es una realidad que no podemos negar, pero nos olvidamos de algo fundamental: los que sobrevivieron…

“Las verdaderas víctimas de una guerra civil son los sobrevivientes”.

Hay sobrevivientes que quedaron muy golpeados, lastimados y resentidos, pero es una minoría. La gran masa de población que participó de una u otra manera resistiendo a la imposición de las dictaduras, sobrevivió y allí está. Ahorita nos estamos embarcando en una discusión barroca sobre si hubo o no hubo genocidio. Ese es un tecnicismo que no tiene importancia. ¿Por qué? Porque lo que no se pueden negar es que hubo crímenes de lesa humanidad…Se están agarrando de la definición clásica autorizada por Naciones Unidas: la eliminación de grupos religiosos y étnicos. Pero fue la Unión Soviética la que se opuso a incorporar en esta definición de genocidio a los asesinatos por cuestiones políticas, porque no les convenía, pero finalmente son crímenes de lesa humanidad. Pero son ellos los que están fomentando esa discusión.

¿Ellos, quiénes?

La derecha, la gente que participó. Porque el conservadurismo, que aquí casi llega a ser medieval, es una construcción social que atraviesa todas las clases sociales. Ellos, gente como el de la Secretaría de la Paz, Arenales Forno. Él es uno de los grandes expertos en derecho indígena y, como cosa curiosa, es un hombre de derecha pero parece que antioligárquico, y es el que abastece de argumentos jurídicos. En lugar de preocuparnos por definir qué fue, deberíamos documentar que hubo crímenes de lesa humanidad que tienen que ser juzgados. Busca ahorita una demanda contra el Estado de parte de padres porque su hijo murió en combate en un frente guerrillero. Nada. Tampoco he visto a ningún familiar de militar acusando a algún ex comandante guerrillero de matar a su hijo en combate, ni hay ninguna acusación por haber secuestrado a capitanes, tenientes o coroneles.

¿Por qué no?

Porque allí sí son reglas de la guerra. Se enfrentaron y se mataron porque estaban combatiendo. Aunque existen también los delitos en el combate, como cuando salgo herido, me detienen y me desaparecen.

La hija de un militar, piloto aviador, contaba que a su padre lo encontraron herido en combate y lo mataron de un tiro en la cabeza y allí se violó su derecho a ser asistido, entregado.

La oposición armada nunca secuestró oficiales del ejército y los desapareció; nunca fueron a traerlos a sus casas, teniendo las posibilidades de haberlo hecho. Pocas veces se capturó a algún oficial. Conozco la historia que mencionas. Fue un accidente, fue en un helicóptero en Sololá. El helicóptero era el puesto de mando ambulante, se acercaron y lograron pegarle. Cuando se estaban acercando venía un pelotón a rescatarlo y fue cuando le metieron un tiro. Pero esos son casos contados. El problema es que hay un nivel de asimetría tan alto, que cómo se puede sentar uno a hablar. Pero, de hecho, muchas veces la gente que perteneció al movimiento revolucionario tiene la capacidad de platicar y entenderse mejor con los militares que con los políticos de derecha o con los empresarios. También hay otra cosa, el REHMI y el Informe de Esclarecimiento Histórico le carga toda la mano y la responsabilidad, por lógica, al ejército. Fueron los ejecutores. Pero hay una gran omisión: los políticos y los empresarios que fueron los que montaron el escenario del anticomunismo contrainsurgente.

En ese discurso nacional, ¿qué tanto peso tenía el del anticomunismo internacional?

Muy fuerte, pero siempre he creído que el anticomunismo fue la excusa perfecta para la restauración conservadora de la oligarquía. Hay un dato crucial: en 1944 son abolidas las leyes de vagancia y trabajo servil y forzoso, que venían del siglo XIX. Desde el punto de vista político, Guatemala empieza a entrar a la modernidad en el 44. ¡Existía el trabajo esclavo! Si vos ves las reformas emitidas por Arévalo y Árbenz no son comunistas, son simplemente…

¿Tratar de ponerse al día?

Por primera vez en siglos, durante diez años, la población guatemalteca se puede organizar libremente en sindicatos y movimientos campesinos. ¡Por primera vez en siglos! Un golpe mortal al poder finquero.

¿Y en el 54 empezamos a desmantelarlo?

Se organizó tal dinámica de participación que surge una crisis de poder y tienen que recurrir a la fuerza para frenarlo. Y conforme el conflicto va subiendo de tono, tienen que emplear más fuerza porque no logran legitimidad. A pesar de que construyen una legalidad ad hoc, nunca logra construir una legitimidad política y de allí viene la imposición. Del 54 al 60 o 61(una información que saqué del Informe de Esclarecimiento Histórico) están consignados los nombres de decenas de oficiales del ejército asesinados que fueron promovidos por los partidos anticomunistas. El anticomunismo como el pretexto perfecto para tratar de recuperar esa Guatemala que nunca logran domesticar. Allí se inicia el larguísimo periodo de disputa por la obediencia de la población, incluso a nivel cultural. Siempre decimos que “los obedientes nunca tienen problemas” y esto es un valor muy arraigado en las creencias de la gente.

Son 42 años de tratar de desarmar lo que en 10 años despertaron ciertos valores.

De los acuerdos para acá se ha tratado de reconfigurar al guatemalteco de nuevo. Pero estos son espacios en permanente disputa porque tenemos una clase política que nos está devolviendo a la barbarie. Desde Álvaro Arzú para acá, se estrena la democracia, se firman unos Acuerdos de Paz que son modélicos, únicos en el mundo, que no son solo la firma de la paz, la amnistía, la entrega de las armas, y el cese de la persecución; sino que hay unos acuerdos sustantivos, incumplidos en muchos casos, pero hay pasos importantes. El problema es que esos 42 años generan una subjetividad que nos vuelve muy reacios al cambio. Durante estos años de paz esas barreras se han ido rompiendo muy lentamente. El problema es que los partidos políticos que empiezan a administrar el nuevo proceso democrático son los viejos partidos o los partidos nuevos que nacen de los anteriores. E ingresan a administrar esa recién estrenada democracia personajes con la mentalidad del anticomunismo.

¿Hay un cambio generacional, pero no de mentalidad?

La eterna transición nuestra se ha tenido que estar arreglando con cuadros que se han ido reciclando. Y a partir de 1996 o 1997, la economía empieza a ser la gran madrina de los partidos. El Cacif o los sectores poderosos empiezan a entender que ya no pueden controlar como lo venían haciendo antes de 1996.

Antes tenían al ejército. Y luego crean sus partidos…

Y sus financiamientos. En los últimos gobiernos, en realidad, no ha habido líderes capaces de ir conduciendo un proceso de normalización democrática. Curiosamente, el único poder político con autonomía se da con el fortalecimiento del poder local y de las alcaldías, pero también eso fortalece a los hombres que son, no políticos de derecha o de izquierda, sino caciques interesados en la rapiña.

Entonces ¿se replica el sistema finquero, sólo que fragmentado?

El poder finquero de alguna manera se fractura y el peso de otros sectores industriales y financieros empieza a desplazar, al menos subjetivamente, ese poder. El capital ideológico de los sectores más modernos de la economía sigue siendo el del espíritu finquero.

¿Y el papel que juega sociedad civil? Lo que algunos dicen es que la sociedad civil empezó a convertirse en otro poder que cooptó los puestos para mantener un estatus.

Lo que pasa es que sociedad civil es un concepto tan difuso: un larguísimo listado de consultores y expertos que son consultados permanentemente por el gobierno y por partidos políticos, pero también, o sobre todo, lo es el movimiento popular, campesino, estudiantil, con sus subibajas; y que sigue resistiendo. Del lado de la izquierda, lo que hay es una oenegización de la política. El poder aprende muy rápido y construye sus onengés de fachada para los grandes negocios. Pero hay un montón de oenegés que sí están en el campo incidiendo, construyendo ciudadanía, metidas en procesos de empoderamiento de mujeres, trabajando en salud. Pero son las menos visibles. El problema nuestro es que en la medida en que han fallado los medios de comunicación, en la medida que no tenemos una visión de conjunto, carecemos de esa vitrina nacional en la que ver los enormes esfuerzos que hacen diferentes sectores desde sus comunidades para avanzar contra la adversidad. Esa mala suerte con la que Guatemala llega a la firma de la paz…

Ya no había referentes…

Se habían caído. Y surge el neoliberalismo que adelgaza el Estado. ¿Qué significó eso en términos prácticos? El desmontaje de toda la infraestructura estatal; y en términos simbólicos, pedirle que se ponga a dieta a un desnutrido. Veinte o veinticinco años después de toda esa ola de neoliberalismo tenemos un Estado cooptado por las mafias, por la corrupción, penetrado por el narcotráfico, por los partidos como maquinarias electorales… una ausencia de rumbo. Por ejemplo, a mí me impresiona oír a este muchacho, Andrés Castillo, del Cacif, ver que su gran proyecto era mejorar la competitividad. Pero no se oye un discurso con una concepción más global de país, de los mecanismos de construcción de una sociedad.

Tenemos una sociedad con gravísimos problemas, con un estado de ánimo nacional por el suelo: no existe orgullo de pertenencia y hay múltiples crisis de identidad. Los ladinos y los mestizos no terminan de entender que somos un pueblo diverso. Si le sumamos a eso que hace 20 o 25 años en la pobreza, ya muy alta, había un margen para la dignidad, pero ahora estamos en un apocalíptico proceso de marginalización…Y vivir en la marginalidad es la cosa más terrible que le puede suceder a cualquiera, es perder su sentido de pertenencia. Por eso es que para los muchachos mareros, ¿cuál es su único vínculo de pertenencia? El jefe de la mara, la marca de los tenis, la clica, probar que son valientes matando. Más otros procesos de desintegración: intentan irse del país 250 mil personas cada año. ¡Una ciudad media se vacía al año en el país!

Y solo lo logra el 30% e intentan volver a irse.

Es un círculo y nunca termina. La marginalidad es el infierno, es la ausencia total de Estado; pero a nivel personal, es la ausencia de vivienda, de comida, de futuro: El futuro clausurado.

Al dar una vuelta por El Limón, por El Mezquital, El Búcaro, ves el estatus social de la gente en la medida en que bajas por los barrancos.

Se van bajando por los anillos de los infiernos de Dante. Esta es una sociedad montada sobre una enorme pila de cadáveres.

Y la violencia.

Esa violencia no es más que una especie de práctica de apropiación económica de lo que cualquier ciudadano podría obtener de manera normal con un trabajo estable, decente y bien remunerado. Además, la violencia histórica acumulada en los últimos años del siglo XX se va convirtiendo en un patrón, en un valor.

¿Cómo bajar los niveles de violencia social?

Solo con saber que cualquier delito que cometas no va a quedar impune, ya con eso tienes una contención psicológica. Ahora, ¿los sicarios y todos esos, cuándo los vas a poder rehabilitar? ¿Qué hace un patojo de 17 o 18 años matando? Si se ve su vida, se entiende por qué llegó a donde está. También es una víctima trágica de la descomposición.

Un pandillero sicario contaba que él entendió que estaba mal el día que le disparó a un niño de 12 o 13 años, se movió a media calle, guardó su pistola y se quedó viendo. “Ese día vi como lo subieron a la ambulancia”, decía.

Lo tienen marcado como una normalidad de vida. Lo que para vos es inaudito o incomprensible, para ellos es natural por el medio en que viven. El tema de la seguridad es un tema que no se está abordando. Está la presencia de tropas militares o de PNC de manera disuasiva. Pero no hay trabajo de investigación. Y tenés los centros carcelarios, un enorme foco de corrupción y de negocios. Y el sistema judicial que también es un sistema a la medida de ese Estado.

Pinta una Guatemala horrible.

Hay claroscuros. George Steiner decía que lo absolutamente trágico es falso con la vida. Nos falta incorporar esa visión. Porque paralelamente ves a centenas de organizaciones promoviendo procesos educativos, culturales, de salud reproductiva, de proyectos productivos. Se respira una fragilidad constante, pero el país sigue manteniéndose en resistencia. Hay conciencia de que esto no puede seguir así. ¿Qué va a pasar? ¡Saber!

¿Sería una cuestión del Estado?

No, porque no tenemos políticos de Estado.

Ni tenemos los referentes que puedan marcar un camino.

Los Acuerdos de Paz, la gran oportunidad para hacer un proceso de refundación republicana, no se dieron. Este es un país en el que el viejo Estado no termina de morir y el nuevo no termina de nacer. Estamos en ese impasse.

¿Cuál es el papel de la juventud? Hay una apatía de la juventud, no a hacer política desde la sociedad, pero sí a entrar en la política institucional.

Hay mucha participación, pero no en términos clásicos. En los jóvenes urbanos hay una gran fuerza en el movimiento cultural y en la provincia lo que hay es una gran participación en los movimientos sociales, pero no se están incorporando a los partidos políticos. Ni siquiera a nivel de militantes o colaboradores.

Pero participar en la toma de decisiones requiere llegar a esos puestos.

Claro, pero como todo eso está cooptado, privatizado y no entendemos que el problema fundamental del país no es económico sino político… Es la política la que debe regir la vida del país, el Estado debe ser el que arbitre las reglas del juego. Pero para que eso pese, el Estado tiene que estar construido por personas con probidad y con visión de Estado. Para mí, uno de los grandes logros de este proceso de paz es que se habló de los derechos humanos. Es como la segunda gran revolución que ha ocurrido en el país en los últimos 60 años. Había una normalidad dictatorial, represiva y los derechos humanos logran ponerse en el tapete…

Pero hacemos formalmente todo para su reconocimiento, sin poner las herramientas.

Sí, y además el actual procurador es lamentable, un hombre que se ve que fue impuesto, que no tiene un peso, personalidad, capacidad y comprensión. No dice mayor cosa, no interviene. Es como si su función fuera contener un poco…

¿El descontento?

Aquí hay una cosa que le pasa a todos los sectores del país. Max Weber decía que no hay nada éticamente más abyecto que practicar una ética espuria que solo busca tener la razón. La superioridad moral vía la hegemonía económica, política. Es una subjetividad que está cubierta de teflón, se puede ir abriendo pequeñas fisuras, pero es un proceso muy lento y muy complicado.

El caso de Andrés Castillo, que usted mencionaba. Un muchacho joven, educado fuera del país, viene a Guatemala y le oímos decir lo que pudo haber dicho su padre hace 20 años.

O hace cien. La tragedia es que no hay un sector en la gran burguesía guatemalteca que sea hegemónico y que haya logrado imponer una visión de modernidad al resto de sectores. Entonces explicas cómo alguien con una educación tan sofisticada, de pronto empieza a reproducir comentarios tan parroquiales y tan primarios. Por otro lado, los factores de poder son incapaces de hacer lo más fácil, un país viable para todos, un país democrático. Todos están atrincherados en sus intereses.

Pero, en otra vía, quizás sí haya rupturas, como en el sector cultural.

Claro, el sector que mejor ha hecho su papel en estos años ha sido el sector cultural.

A pesar del poco apoyo.

Claro. La cooperación internacional prefiere gastarse Q25 millones en el apoyo a un proyecto para organizar programas de capacitación y no ve la importancia del papel de la cultura.

Cuando de lo que estamos hablando es de la necesidad de un cambio cultural.

Yo sostengo que el esfuerzo tiene que estar dirigido a la construcción no solo de una nueva narrativa, sino a la construcción de nuevas subjetividades que impliquen valores como ciudadanía, incorporación de otras ideas y diálogo. Pero no para entretener, sino como una conversación inteligente, democrática, que después vaya a instituir esos valores.

La lógica en el sistema político, por ejemplo, no es dialogar, es negociar.

No hay diálogo porque no se entiende el diálogo como un proceso de construcción de ideas. El problema es que en el país, debido a la muerte o exilio de muchísimos pensadores, no hay un rompimiento generacional. Es muy poca la gente que está haciendo pensamiento duro aquí. Hay un enorme esfuerzo de investigación, pero es aburrido, excesivamente académico, con libros y publicaciones a las que a las dos páginas se les nota la pedantería, la sabiondez académica y que llevan 500 pies de página sobre temas irrelevantes. Pero son muy pocos los que están reinterpretando este país que cambió. Cuando hablaba al principio de lo que la derecha no pudo evitar, y la izquierda no pudo arreglar, ese acertijo, es porque el país cambió en muchos sentidos. La fractura social, la dispersión de cientos de miles de personas y comunidades a otros lugares, reconfiguró socialmente al país. No se ha estudiado lo suficiente, sin embargo, el daño que quedó: somos una sociedad dañada y con mucho miedo; la desconfianza es un valor. El síndrome de estrés postraumático es muy alto porque fueron millones de personas. Hay un divorcio generacional entre quienes resistieron y lucharon por la democracia, y esos jóvenes que fueron víctimas de lo que les pasa a sus padres, ya sea porque se murieron, desaparecieron, o migraron. El país tiene poco que decirles. Y a nivel cultural es donde empieza a aparecer una generación del desencanto, escritores del desencanto, de la supuesta posmodernidad nuestra. Ahora, en cambio, está surgiendo una generación mucho más joven, de 18, 20 o 25 años, interesada en lo que pasó. Y que se está alejando un poco de esa lógica extrema de que nada sirve, nadie vale la pena y que no hay que creer en nada. Ideas que se arraigaron mucho estos años y que además le conviene a la producción del pensamiento medieval. Este país tiene suficientes héroes, pero a la clase de dirigentes no le interesa que la gente conozca a sus héroes. Tiene que ver otra vez con el tema de la obediencia.

Una sociedad que se olvida rápidamente de las cosas, o un sistema quiere que olvidemos rápidamente las cosas.

Yo creo que esa es la percepción que los medios nos trasladan. Hay que irse a la Guatemala profunda, y hablar con la gente. La gente no olvida. La gente no olvida, incluso los mucho más viejos, no olvidan a Árbenz.

¿Los que olvidamos somos los periodistas, los académicos, los políticos?

Y esa narrativa de derecha, que coincide con el desencanto, el posmodernismo, el fin de las utopías. Lo que hemos vivido los últimos años es una profunda distopía, lo contrario a la utopía. Con la firma de la paz viene la distopía que es el neoliberalismo. Pero ahora empezás a ver cada vez más jóvenes apoyando las marchas. Te pongo un ejemplo: lee una novela publicada por un joven en el 2000 o 2002, y ahora lee La Palabra Cementerio, de Suárez. Es otra cosa. Este muchacho de alrededor de 30 te cuenta desde la literatura cómo es el país y cómo ha sido antes.

Hay gente que lo está haciendo con la música.

Música, también pintura. El sector cultural es el que ha sacado la tarea sin recursos del Estado. El Ministerio de Cultura es un reducto de indigenistas con el presupuesto más pobre y el último vagón de nuestra fallida modernidad. La inversión del Estado por habitante en cultura del país es de Q3 al año, y anda alrededor de 10 centavos la inversión de impresión de literatos nacionales. No existe un programa nacional de becas para creadores. En los últimos 60 años no se han construido centros culturales de una mínima dignidad. El único centro cultural de dignidad que existe en la ciudad capital es el Centro Cultural Luis Cardoza y Aragón, de la embajada de México. De ahí lo que hay son pequeños esfuerzos privados, individuales, que son importantes pero no hay una inversión en infraestructura cultural en el país.

¿No les interesa?

Es que eso va entre la indiferencia y la ignorancia de empresarios, políticos, gobernantes. No entienden que la cultura garantiza en el largo plazo procesos de mayor gobernabilidad. Mediante la lectura lográs gente con mayor formación, con más capacidad para entender al otro, al diferente. Mejoraría no solo la calidad de la conversación democrática, política, cultural del país, sino que el estado de ánimo y los jóvenes podrían decir: “Vale la pena vivir en Guatemala”. Pero ahorita pregúntale a cuantos jóvenes se quieren ir. Y ahora no solo la raza, los barrios marginales; también la clase media pobre o popular.

El que acaba de salir de la universidad que quiere irse, el que está estudiando en universidades privadas quieren irse.

Por ejemplo mi yerno (Julio Hernández Cordón) ya ganó creo que 30 premios afuera, en los festivales más importantes del cine en el mundo. Y aquí ya no pudo. Así ves un montón. Además aquí hay un fenómeno muy jodido. La clase media ha pasado al ocio comercial, enclaustrado: el centro comercial. La mayoría de jóvenes perdió la calle, el contacto con lo demás, con lo diferente. Se perdió ese intercambio de diversidades que permite madurar y ampliar la compresión del mundo. Esto no ocurre sólo en ciudad de Guatemala, pero acá ha ocurrido de una manera muy fuerte. A los ocho años yo me iba solo al colegio. Ahora eso es inadmisible.

Lo que no se termina de entender es como al Estado no le interesa eso…

El problemas es que la mayoría de políticos son muy pobres en su visión del mundo. Son tres o cuatro ideas que reciclan de los opinadores.

¿Cuáles son esas tres o cuatro ideas recicladas?

Que son fervientes defensores de la democracia, representan los intereses de su población, que son respetuosos de la ley, que el mercado…

¡Ronald Reagan estaría orgulloso!

Somos los hijos bastardos de Reagan y Margaret Thatcher. Pero hay espacios. Hace poco fui a ver el Réquiem de Mozart y se llenó el teatro. Y ves al coro y a la orquesta con una exquisitez. Claro, del parque Morazán a la zona 18 no hay un puto centro cultural, no hay un polideportivo, no hay nada. Pero hay pequeños lugares en los que cierta élite (élite por su acceso a educación y conocimiento, digo) puede ver buen cine. O esfuerzos heroicos de gente que consigue películas y da exhibiciones.

O cuando ves al movimiento de hip-hop: te pueden hablar de todo, de música, de lo que leen. Pero lo que ve el Estado, en este caso la municipalidad, son vagos.

Hay una visión muy cursi de la cultura. La cultura es las bellas artes, las buenas costumbres, las obras bien acabadas, lo que tiene algún valor comercial. Incluso hay todo un discurso de algunos empresarios que están hablando de “modos económicos de procesos culturales”. Claro incorporan un poco la importancia que tiene la cultura. Pero para la mayoría de gente que gobierna, empresarios, y gente con poder, las personas que estamos en la cultura somos raros, improductivos. Tenemos una tradición literaria de las más importantes de América Latina, pero la desconocemos. A Asturias “se le respeta” por su Nobel. Si no ya estaría completamente olvidado. Pero ese sería un lugar común, ahí hay decenas de jóvenes y no tan jóvenes escritores, escritores rescatados, que son respetadísimos en el mundo. Pero aquí no.

Pero hay una diferencia: hace 15 años, a un escritor se le terminaban los libros, cuando se le terminaban los amigos a quienes regalárselos. Ahora por lo menos hay un pequeño mercado de entre 500 y mil ejemplares. Una edición se agota en uno o dos años. Ya hay por lo menos un pequeño mercado. Eso no existía. La cantidad de libros editados es mayor que la que se editó en tiempos de Arévalo y Árbenz. Yo creo que en estos 15 años ya se superó en cantidad de títulos publicados de todo tipo, no solo de literatura. Entonces hay un boom, hay un despertar. No hay semana que no haya alguna presentación de libros o una exposición. El enorme esfuerzo que hacen estos muchachos que crean el festival de Poesía de Quetzaltenango. Hay una efervescencia en torno a eso, lo que no hay son puentes que conecten el mundo de la cultura y la política, porque nuestros políticos son unos perfectos ignorantes.

Y luego también los medios. Al final vas a esos asuntos culturales y resultan siendo las mismas personas, en los mismos circuitos.

Sin embargo, a pesar de que en los medios todavía no se entiende el papel de la cultura, ya se cubre. Ahora ya pasamos de la crónica social, a dos o tres paginitas en la sección de cultura. Hay un estudio que dice que la cultura aporta al 9% del Producto Interno Bruto de la economía.

O sea que es rentable.

Es rentable. Es una inversión que no tiene réditos inmediatos y no entra dentro de la lógica de rentabilidad como poner un negocio o una empresa. Pero la cultura es rentable en términos de construir un país.

Me hablaba un activista anti minas de la importancia del río en su comunidad. Era el lugar de encuentro de los jóvenes, había poemas al río.

Son las tradiciones, la tradición oral. Las celebraciones de un santo. Son más de 500 años que los pueblos indígenas defienden sus idiomas y los han mantenido. Hay una riqueza oral ahí y de memoria histórica impresionante. No han olvidado la conquista, no han olvidado la invasión. Y la siguen reproduciendo. Claro, el proceso de dictadura de militares anticomunistas contrainsurgentes dislocó muchísimas cosas.

La vez pasada fui a un concierto de unos chicos que hacen hip-hop en q’eqchi’, y te entregan la canción en q’eqchi’, cómo se pronuncia, y la traducción.

La resistencia de los pueblos indígenas ha sido fundamentalmente una resistencia cultural. Claro, ha habido motines e incorporación a la lucha revolucionaria, pero históricamente la base de su sobrevivencia ha sido la conservación de su memoria y de su cultura. La diversidad se convierte en una debilidad para nosotros, es una rémora, es producto de atraso. Pero mantener esa cultura, estar todavía ahí es uno de los logros culturales fundamentales que en América Latina pocos países han logrado. Antes jamás mirabas una ceremonia maya. Los sitios sagrados eran sitios clandestinos.

Había una lógica de persecución.

Yo decía que el sector cultural es el que mejor papel ha hecho, pero en términos históricos es el movimiento indígena en la defensa de su visión del mundo, de sus creencias, de su espiritualidad, el que ha hecho un papel más trascendente. Es un mundo increíble, que los mestizos desconocemos por completo. No logramos entender su espiritualidad, su defensa de territorio, del agua, del permiso y perdón a la tierra, el respetar los ciclos naturales de la vida, de los animales desde nuestra racionalidad.

¿Y cree que en estos 16 años, en esta apertura que han tenido, también hay una apertura mental de los mestizos, ladinos?

En muchos sectores, sí. Pero los que tienen 40, 50 o 60 años muy a regañadientes empiezan. Es muy natural ver jóvenes de 20 o 25 años mantener una relación con un quiché, con un cachiquel, sin mayores prejuicios. Desconozco, por ejemplo esta generación del chat, del BlackBerry, del iPhone, que son generalmente los más privilegiados, cómo conciben el mundo. Creo que ellos siguen reproduciendo el esquema que ven en sus padres. Pero los medios reproducen fotos, notas, reportajes en la televisión, con dirigentes indígenas, con funcionarios indígenas. No estoy hablando que sea un fenómeno mayoritario, pero como fenómeno histórico en una sociedad tan cerrada es un avance.

¿Conocen mejor los indígenas a los ladinos?

Por supuesto. Manifiestan relaciones de distancia y aparentemente actitudes de sumisión, pero lo que están realmente haciendo es conocernos para sobrevivir.

En la medida que los conozcamos, ¿aprenderemos a tolerarnos?

No soy muy partidario de la palabra tolerancia, porque creo que tiene un tufillo de superioridad. Más bien es entendimiento, puntos de encuentro, puntos que nos identifican. El gran reto de la sociedad guatemalteca es construir un tercer espacio compartido en el que puede caber todo lo que nos une. Pero tenemos atrincheramientos. Unos por razones lógicas de sobrevivencia histórica; otros, por los intereses del estado finquero y la mentalidad medieval, o por las enormes bestias apocalípticas que nos quisieron vender los anticomunistas.

Muchos lastres para el pensamiento.

Si es que hay mucho lastre ahí. Lo que pasa, también, es que el capitalismo en Guatemala nunca ha logrado desarrollarse como tal. No tenemos una clase empresarial ilustrada, liberal y con formación humanística. El problema de los empresarios es que ellos quieren gobernar políticamente a través de otros, que se obedezca la idea que ellos tienen, porque es parte de la historia.

Somos incapaces de ver que existen otros modelos de desarrollo que no sea el modelo de desarrollo neoliberal. Y que estos pueblos cuando defienden su territorio, defienden su agua, defienden su tierra, realmente lo que están defendiendo son modelos de desarrollo completamente diferentes.

Sí, pero ahí la bronca es que ese es un problema planetario, que ahora ha entrado en crisis. Ahora hay una crisis sobre el neoliberalismo, se ven niveles de pobreza y desempleo en los países desarrollados que ya habían alcanzado mucha riqueza. El proceso de acumulación y de empobrecimiento es brutal. Por eso es que uno ve con horror los comentarios de empresarios y opinadores acerca de cómo debe ser la evolución de la economía y el Estado. Y todo lo que sea de oposición a esas visiones alternas está criminalizado.

Lo que pasa es que ahora en los pueblos están luchando por nuevas reivindicaciones, porque se están imponiendo a ese mundo de negocios que afecta a la ecología, etcétera. Ahora la lucha toma otros cauces y la participación social es altísima. Hay riesgos de ingobernabilidad muy fuertes. No hay rumbo, y no porque no se dé el beneficio de la duda a algunos de los sectores del actual gobierno que estén interesados en enderezar algunas cosas. Sino por el cortoplacismo. Es un Estado que le funciona a esa élite que ha gobernado al país. No le funciona al resto de ciudadanos.

Pero la mayoría no se queja.

No, yo creo que esa es una visión falsa. El país no ha dejado de resistir. Desde la ciudad creemos que el país no está resistiendo. El país entero está resistiendo de mil y una maneras, y en la misma ciudad también se está haciendo. Lo que pasa es que es un tema que está siendo muy mal tratado o no tratado por los medios. Además son formas de resistencia nuevas que todavía no están reelaborando eso. El arte es un acto profundamente subversivo. Esa es una manera de resistir. O desde la manera que los escritores en la marginalidad van poniendo su resistencia. O la gente que pone un su café cultural. Incluso se ve que en los mismos medios, con todo y sus contradicciones, hay una permanente vigilancia de los actos corruptos, uno ve las denuncias en la prensa. Que no pase nada judicialmente, ese es otro tema. Que haya un exceso de tratamiento en temas de corrupción, que los temas políticos se traten con la tónica de nota roja, con poco análisis, poca compresión, esa es otra cosa. Pero es un proceso que refleja bien la vieja sociedad que no termina de morir y la nueva que no termina de nacer. El problema es que en una de esas se nos abre un hoyo y nos vamos al barranco, todos.

Quisiera volver al juicio por genocidio. Parece que usted considera contraproducente personificar todo esto y dejar un vacío de responsabilidad en la narrativa histórica nacional…

Qué sería más importante, en todo caso, ¿la condena a Ríos Montt o aceptar el Estado y la sociedad, el tamaño de la catástrofe civilizatoria que sufrimos los guatemaltecos? Y, como dijo Marta Casaús, es solo comparable con los casos como los de Ruanda. Sin embargo, eso se compara por la cantidad de muertos, pero allí fue un conflicto que duró cuatro años. ¿Qué país de América Latina vivió una dictadura militar de 42 años, practicando sistemáticamente la eliminación de los opositores políticos? Que pasó prohibiendo los derechos más elementales de tipo laboral, político, ciudadano. Entonces digo yo bueno, es importante la condena de ellos, pero me parece que le hacemos un flaco favor a los responsables de esto, enfrascarnos en la defensa de si hubo o no hubo genocidio, y no demostrar que ellos apenas son dos, se individualiza una responsabilidad que es mucho más grande para otros sectores también. Y eso también podría ayudar, al entender la gravedad, a encontrar puentes de diálogo y reconciliación, que es el tercer espacio. Si vos ves la mayoría de demandantes de justicia y reparación, no es gente que haya pertenecido al movimiento revolucionario: son familiares de los detenidos, población que se fue organizando, sectores como la Fundación de Antropología Forense que ha aportado un gran trabajo, pero que tampoco es una organización subversiva, el Grupo de Apoyo Mutuo tampoco es una organización subversiva. Por eso es que yo hablaba de que el tema de los derechos humanos y la lucha por la memoria y la verdad es una de las grandes revoluciones desde el punto de vista subjetivo del país. Porque a través de múltiples testimonios, de los mismos medios sacando lo que antes callaban, cada vez más hay una interiorización de que todo esto ocurrió, pero hay un sector duro que no quiere aceptarlo. Apela a la defensa del Estado, a que se derrotó al ingreso del comunismo en el país. Cuando en realidad los comunistas fueron un sector que aunque estuvo en la resistencia de las dictaduras fue el que menos peso tuvo en la resistencia. Si uno analiza el movimiento revolucionario en su conjunto, encuentra que es un grupo muy heterogéneo en el que hay demócratas, nacionalistas, marxistas, que pasan por ahí, pero no es un movimiento que haya querido imponer el comunismo en el país.

Y entre los comunistas hay diferentes líneas, están los leninistas, marxistas.

Sí, el problema… yo siempre he pensado que la izquierda nunca pudo romper con la matriz autoritaria de dónde venía, y eso produjo montón de prácticas autoritarias.

¿Es una izquierda conservadora?

En algunos sectores, sin duda. Como con visiones todavía muy manualeras. Fíjate, hoy por ejemplo los neoliberales de la Marroquín son tan manualeros como los izquierda de los 70.

Ludwig von Mises y Friedrich Hayek se escandalizarían si revivieran, porque ellos tampoco creían en lo que dicen creer los de ahora. Ahora los neoliberales usan el powerpoint, mientras la izquierda en los 70 usaba los infames libros de Marta Harneker. Pero no hemos podido construir una izquierda a la medida de…

¿Una izquierda a la chapina?

No, yo creo que sí hacemos una izquierda a la chapina, y así nos va en la feria. La derecha está fragmentada, muy fragmentada, pero a la hora de ponerse de acuerdo en las cosas fundamentales lo hace. La izquierda no. La derecha siente superioridad moral sobre la izquierda, pero la izquierda tiene un gran complejo de superioridad moral, no sobre la derecha, sino sobre sus diferentes fracciones.

¿Y a la derecha si la une el pensamiento finquero?

Los negocios son lo que la definen.

Ahí sí está claro el proyecto.

Hay una foto extraordinaria que vi en el Facebook, donde está Arana en 1970 muy bien trajeado, sentado en un sillón muy elegante, con dos prominentes empresarios a su lado y como diez atrás de él. Yo creo que esa es la foto que se puede leer como un libro para entender las relaciones del poder, la historia del poder en el país. Porque me parece extraordinaria esa unión del coronel victorioso nacido en las minas con el capital tradicional y añejo de este país.

¿Cuál es el papel del ejército ahora?

Tal vez voy a decir una blasfemia, pero yo creo que quien ha evitado que la democracia se caiga es el ejército. Es el sector que mejor aprendió de sus errores, y no está dispuesto de nuevo a ser el instrumento de represión para calmar la protesta. No estoy hablando de este gobierno, estoy hablando del ejército como institución.

¿Y lo de Totonicapán?

Lo de Totonicapán fue más una estupidez, y fruto de viejas inercias, y del calentamiento. No creo que López Bonilla haya ordenado eso. Parece que también fue una descoordinación entre el ministro de la Defensa. Fue una verdadera estupidez, pero no hay la intención de volver a masacrar. Además yo he escuchado y he conversado con algunos oficiales. Reconocen los gravísimos errores cometidos al haberse equivocado de causa, errores que los sectores más tradicionales no entienden. Ellos no están dispuestos a volver a ser instrumentos de represión al servicio de quienes se niegan a la modernidad de este país. Y si uno lee, si alguien se dedicara a investigar en los medios de comunicación escritos, radiales, televisivos, los artículos, reportajes producidos por una serie de articulistas que vienen del sector empresarial, todos apuntan a que la única solución es dar un Golpe de Estado. Lo que pasa es que no han encontrado quien lo haga. Y los militares no lo van a hacer.

La sombra del Serranazo del que se hablaba hace dos meses en el Congreso: “Quiten a los diputados”.

Sí, eso fue un intento, pero el ejército no se va a meter. El ejército podría dar un golpe de Estado por otras razones pero creo que más bien el ejército ha impedido que se dé. Si uno lo ve en todos los gobiernos civiles ha habido rumores, intentos.

Con Colom. Terminó agradeciéndole al ejército su papel para mantener la democracia.

Yo creo que son los que más han sistematizado la experiencia pasada. Además, han llevado la peor parte de la responsabilidad por ser ejecutores materiales, pero ellos mismos se quejan de que los ejecutores intelectuales y políticos… y ahora todos esos gozan de una buena reputación y andan en la calle como que si nada pasó.

Llama la atención ver la cantidad de altos mandos que llegan a la Marroquín a estudiar maestrías, doctorados. La idea del militar tonto…

No, eso ha sido el simplismo típico. La izquierda cree que todos los militares son tontos. Lo jodido en esa formación de los militares es el papel de la Marroquín porque es un centro de reproducción talibán de pensamiento económico y político. ¡Son unos talibanes! Su radicalismo asusta, espanta, ofende.

¿Todo ese pensamiento permea en la clase media?

Claro. Pero yo ayer oí palabras de un coronel, jefe de la brigada Ixcán o algo así, que entraba a una casa que los soldados construyeron a una familia muy pobre, y el coronel dice: “duele el alma ver esto”, y en la toma de la televisión sale el hombre realmente conmovido. Dice: “y lo que más duele es que todo el capital dormido que hay en el extranjero de guatemaltecos que no se viene a invertir aquí y no se percatan de la situación del proletariado de Guatemala. Es lo que no entiendo, y es esa burguesía que no está ayudando a construir un mejor país”. ¡Con esas palabras! Bueno, y si hay un coronel pensando así, hay más también.

¿Y los llamados libertarios?

Son los cuadros orgánicos del neoliberalismo construidos desde la Marroquín. Los talibanes.

Los que quieren vivir en una burbuja.

Yo creo que son pequeños mediocres ideólogos que reciclan siempre sus mismas ideas. Para empezar su debate es estridente, muy pobre, parroquial, parvulario. Defender la propiedad privada, etcétera, etcétera. No hay otra opción. Vos podés hablar con un liberal, un verdadero liberal como Francisco Pérez de Antón, no de izquierda, democrático. Podés conversar con él. Tiene formación humanística, sustenta lo que dice. Pero con estos muchachos (ni tan muchachos) de una agresividad chabacana…Generan un debate muy ríspido y mantienen esa rispidez para impregnar a la población de la idea de que uno de los principios básicos para estar en la vida es el principio de desconfianza. De los primeros que hay que desconfiar es de los políticos y de todos los líderes de movimientos sociales, porque el valor fundamental es usted, usted defienda su espacio, no crea en nadie. Es una ética de la no salida, la ética del túnel negro. Hablando también de talibanismos de la izquierda, recuerdo que cuando vino el cadáver de Árbenz, el Ejército preparó un carretón con caballos y todos los honores militares, y alguna gente de izquierda, democrática y todo, armó una gran bronca en el Parque y le quitaron el cadáver al ejército. Eso fue replegarse. Mirá cómo se desaprovechó un punto de encuentro. Era un jefe de Estado, un militar agraviado y ofendido por sus propios compañeros de armas que recibía el reconocimiento del Estado guatemalteco. No sabemos ver. Nos cuesta mucho ver lo esencial y esos gestos.

¿Qué papel debería jugar la academia?

Tal vez sin particularizar en universidades, porque también están centros de investigación, facultades, como Flacso y otros. El problema es que es una academia que no está produciendo pensamiento duro. No está bajando a la realidad y con sus herramientas entendiendo los procesos, reinterpretándolos y luego atreviéndose a proponer hipótesis, aunque sean muy arriesgadas para explicar todos estos nuevos procesos. Quizá a excepción de gente como Edelberto Torres Rivas, que está produciendo pensamiento propio, Guzmán Böckler, que lo tienen completamente marginado, vas viendo sólo a algunos muchachos muy interesantes. Algunos muchachos, Mario Palomo…, este muchacho Alejandro Flores. Es que no hay un sistema nacional de investigación. Gente a la que paguen por investigar, y le paguen bien y que tenga que entregar productos más elaborados.

Libros que nos expliquen la realidad.

No encontrás un pensador que saque un libro que resuma y explique este caos en que vivimos, este disparate, y que ordene las piezas y te dé una explicación coherente, racional. Un libro como “La patria del criollo”, o “Guatemala: una interpretación histórico social”, de Böckler. Muchos les pondrán objeciones, pero son intentos por explicar el país en términos macro. No hay un libro que explique cómo es este país ahorita, porque este país no es el mismo. Como hay procesos nuevos que se salen fuera de los esquemas clásicos, entonces lo que ha hecho la academia es buscar la fragmentariedad del estudio para luego generalizar, pero ha fracasado. Además de títulos kilométricos “los procesos de empoderamiento para la construcción de identidades alternas frente al poder…”. Creo que tal vez donde mejor hay un intento es en la literatura. Quizá ahí podes ir encontrando algunas claves para ordenar este caos.

Hace unos años, al preguntarle quién podía explicar Nicaragua, Sergio Ramírez, decía: “lee blogs”.

Un caso aquí que vos podés ver, que está a medio camino, entre literatura y periodismo, son las crónicas de Julio Prado. Entonces leés algo de Julio y entendés más que al agarrar un libro. Nosotros hemos editado más de 1,600 títulos y te puedo sacar un abanico de ellos que no me dicen mayor cosa. La academia está produciendo muchos textos con calidad escolar. No influye en los partidos, no influye en la opinión pública, en sus estudiantes.

Para eso están los opinadores.

Esa especie de plaga de opinadores que, ¡puta!, nos tiene en la… ¡Cómo nos lo explican! Esa permanente recurrencia a la anécdota, como instrumento de explicación, como generalización de verdades. Un día es estado de ánimo, otro día una ocurrencia, al otro una anécdota… Desde las editoriales independientes se han estado produciendo textos que no vienen de la academia universitaria, textos mucho más enriquecedores. Sobre todo porque es la voz propia del investigador que se atreve a proponer su interpretación, lo que ha comprendido de lo que ha investigado. O por lo menos dibuja sus hechos, fenómenos, interconecta. Pero lo que hace la academia, esos mamotretos que son más aburridos que chuparse un clavo. Con toda seguridad no van a incidir en la formulación de políticas públicas. Hay mucha orfandad sobre la comprensión del mapa del país. Y solo Guatemala se puede dar el lujo de desemplear, desde hace años, a un profesor como Guzmán Böckler, entre muchísimos casos. La academia lo que hace es distribuir a cada investigador y te siguen contando las piezas. Entonces, quizás en la literatura, en las  novelas, en algunos libros de poesía, vas encontrando por ahí, entendiendo un poco más la Guatemala profunda, y ese rompecabezas que es el país. El problema es que en todos los sectores, cada quien cree que no forma parte del rompecabezas.

Esta entrevista fue publicada el 31 de mayo en Plaza Pública.