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Entrevista a Adriana Carrillo (Samantha), trabajadora sexual de Guatemala

“Todo lo que se salga de la llamada moral sexual normal es mal visto”

Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com
https://www.facebook.com/marcelo.m.colussi

 

trabajadora sexual

Intentar denigrar a alguien diciéndole que es un “¡hijo de sexoservidora!”, insulto por lo demás raro (¿quién lo proferiría así?), puede resultar hilarante, disparatado incluso. Por el contrario, ser un “¡hijo de puta!” tiene un peso categórico, lapidario. Ser “puta” en nuestra occidental y cristiana sociedad, conlleva una carga de discriminación muy difícil de soportar. El cuerpo femenino, desde toda una historia milenaria, es el lugar del goce… y de la indecencia. Vender servicios sexuales está estigmatizado, aborrecido. Pero, ¿qué dice de ello alguien que por años se dedicó a ese oficio? Adriana Carrillo (Samantha), 33 años, es hoy la Coordinadora Nacional de la Red Latinoamericana y del Caribe de Mujeres Trabajadores Sexuales –REDTRASEX– Capítulo Guatemala (con sede central en Buenos Aires, Argentina) y Coordinadora de la guatemalteca Asociación Mujeres en Superación –OMES–. Definitivamente la cuestión es mucho más compleja (¡infinitamente más compleja!) que una cuestión de supuesta “dudosa moralidad”, que “mujeres de vida fácil”, que “vicios” o “pecados”. En todo caso, se presentifican en todo esto ancestrales mitos y prejuicios, hipocresías y dobles discursos que, si bien están aún muy lejos de desaparecer, al menos comienzan a cuestionarse. “Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso?”, reflexiona Samantha. Para contribuir a ese cuestionamiento, a esa radical y necesaria crítica de la moral conservadora que sigue pesando sobre la amplia mayoría de la sociedad, Argenpress dialogó con ella por medio de su corresponsal en Centroamérica, Marcelo Colussi, en la ciudad de Guatemala. Producto de ello presentamos aquí la siguiente entrevista.

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Pregunta: En nuestro contexto latinoamericano un varón que tiene muchas mujeres, un “puto” en el lenguaje popular centroamericano [en Argentina “puto” es sinónimo de homosexual; deberíamos decir un “mujeriego”, un “Don Juan”] es tolerado, o incluso alabado en círculos masculinos; por el contrario ser una mujer con muchos hombres, una “puta”, es una ignominia, una deshonra. ¿Qué decir de esto?

Samantha: Eso no sólo es latinoamericano: es mundial. Tiene que ver con el machismo, con el sistema patriarcal que nos domina, que siempre engrandece al hombre y pone a la mujer por el piso. Tener muchas mujeres denota hombría, pero de ese modo la mujer sigue estando muy estigmatizada. Si tiene la misma libertad sexual que tiene un varón, la sociedad machista la ve mal, la juzga, la discrimina. Dice de ella que no tiene principios ni valores, que es algo malo, incluso despreciable. Ser “puta” tiene la característica de algo decadente, terrible. Pero también puede tener un sentido de halago, de felicitación: si alguien hizo algo muy bueno es un cabrón, un ¡hijo de puta! “¡Qué hijo de puta, mirá lo que consiguió!”, por ejemplo. O sea que la palabra puede tener los dos significados, aunque se usa mucho más para herir que para halagar. Hoy por hoy en nuestra cultura la mujer que tiene relación con varios hombres está tan desvalorizada que es un insulto. Es sólo un objeto sexual al que no se valora como ser humano. ¿Pero por qué eso tiene que ser así? ¿Por qué no es igual con los varones? Hoy día ya hay mujeres que hemos decidido usar nuestro cuerpo como queremos, y en muchos casos optamos por trabajar con él. En ese sentido, somos como cualquier trabajador, con nuestros propios derechos, con nuestros propios pensamientos. Una trabajadora sexual, es decir: aquella mujer que decidió trabajar sexualmente con su cuerpo cobrando por el servicio que ofrece, trata de reivindicar lo que hace, y por ende, reivindicar el cuerpo de la mujer, que es otra forma de decir que intenta reivindicar a todas las mujeres en el medio de una sociedad terriblemente machista y patriarcal. Una trabajadora sexual es alguien que vende un servicio, que hace una transacción comercial. Hay muchas mujeres que sin llamarse trabajadoras sexuales tienen este comercio, esta transacción comercial con varones: es un negocio, un intercambio económico: te doy algo a cambio de algo, así de simple. Quien desarrolla ese trabajo no está reivindicada como trabajadora, porque nuestra sociedad sigue siendo muy prejuiciosa, y cuando se habla de sexo continuamos moviéndonos con patrones sumamente machistas. De ahí que se diga que esto es malo. Pero no hay bueno y malo en sí mismo; eso lo decide la sociedad. ¿Quién dice que ejercer este trabajo es malo? ¿Quién lo decide?

Pregunta: ¿Qué hace que una mujer pueda dedicarse a este oficio?

Samantha: La sociedad machista desde tiempos inmemoriales puso en menos a la mujer, la prostituyó, la rebajó, la convirtió en simple objeto para el uso masculino. Las mujeres desde toda la historia venimos sufriendo esta violencia patriarcal, que en definitiva es una violencia política. La mujer nunca podía decidir, no tenía voz y voto. Ahora, si bien hay mucho que cambiar todavía, ya empezamos a hacernos escuchar, nuestra voz comienza a escucharse. Las mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales lo hacemos porque vemos que es un negocio rentable. Aclaro que no cualquier mujer, por razones psicológicas muy personales, puede ser una trabajadora sexual, puede tener relaciones sexuales con cualquier hombre y cobrando. En cambio una trabajadora sexual es eso mismo ante todo: una trabajadora. O sea que tomamos nuestra actividad como un trabajo, no como una relación sentimental. Es como una profesión: se hace con seriedad profesional, porque cobramos por el servicio, por tanto hay que hacerlo bien, sin involucrarse afectivamente. Para la sociedad machista puede parecer muy grotesco lo que hacemos, pero para nosotras no: es un trabajo bien remunerado, y punto.

Pregunta: Una trabajadora sexual ¿quiere salir de la vida que lleva? ¿Se puede arrepentir en algún momento del trabajo que realiza?

Samantha: Las trabajadoras sexuales no nos arrepentimos del trabajo que hacemos. Y aquí hay que hacer una diferencia muy importante: hay mujeres que nos dedicamos a ser trabajadoras sexuales por propia decisión, y hay otras mujeres explotadas en el contexto de la prostitución, la trata, el proxenetismo y la esclavitud sexual. Ellas sí son explotadas; ellas no eligieron esa vida de martirio. Ellas sí quieren salir de ese contexto de explotación, abuso y violación de sus derechos. Esas mujeres no se arrepienten de su acto propiamente dicho: en todo caso se arrepienten y quieren salir del mundo de explotación y violencia en que se encuentran. Ellas sí son violentadas, violadas en sus derechos, marginalizadas. Ellas sí tienen mucho de que arrepentirse, porque su vida es un verdadero martirio, porque viven explotadas. Pero una trabajadora sexual no, porque estamos empoderadas, somos luchadoras, tenemos claro qué queremos. En definitiva, porque tenemos una posición política clara en la vida. No nos arrepentimos sino que estamos orgullosas de ser lo que somos. Por ejemplo, compañeras mías que se dedican a este trabajo, en unos años, tomando conciencia de sus derechos, sabiendo hacerse valer, han tenido un cambio fabuloso. Asombra verlas ahora, empoderadas, luchadoras, tan distintas a cómo eran 10 o 15 años atrás. Estas mujeres, entre las que me incluyo, ahora sabemos a dónde queremos ir, tenemos metas claras, tenemos un proyecto. Eso es muy distinto de las compañeras que son víctimas de la prostitución, porque ellas aún no han pasado por este proceso de empoderamiento. Son víctimas, están bajo el mando de quien las regentea, sufren todos los acosos de proxenetas, a veces también de la policía, del Estado, y además de los prejuicios sociales que las excluyen. El mundo masculino las usa –¿qué varón no ha ido con prostitutas?– pero al mismo tiempo, con la doble moral que reina, las discrimina, las criminaliza. Una trabajadora sexual, por el contrario, es como una cuentapropista: vende un servicio y se pone de acuerdo con su precio. Se establece el contrato con el cliente: ¿qué querés: sexo anal, oral, poses, masaje sensual, querés acompañamiento afectivo, querés hablar, querés que te escuche, querés ir a cenar? Es una transacción comercial, y ahí nosotras, como trabajadoras por cuenta propia, no perdemos.

Pregunta: Una prostituta, una mujer prostituida, por el contrario, no gana lo que quiere. Es decir: es una trabajadora explotada, alguien más se queda con parte, con buena parte de la ganancia que ella produce con el, por así decirlo, sudor de su frente.

Samantha: Exacto. La trabajadora no tiene la retribución económica justa por su trabajo, porque se lo roban, porque tiene un proxeneta que la explota. Si la mujer no ha decidido por voluntad propia estar donde está, lo suyo deja de ser un trabajo independiente, como es el caso de las trabajadoras sexuales, que trabajamos con pasión, con orgullo de lo que hacemos, con entusiasmo. Para la mujer prostituida su trabajo sexual es una carga pesada, una obligación, además de todo juzgado despreciativamente por la sociedad. Vivimos una moral horrible, porque la sociedad utiliza a las prostitutas, pero luego las desprecia, y todo lo que se salga de la llamada moral sexual normal es mal visto. La religión oficial ayuda a ese desprecio, pues una prostituta, al igual que un homosexual o un travesti, dice que no heredará el reino de los cielos, pues supuestamente somos pecadores. Si es cierto que Dios existe, en todo caso ¿por qué cuestionaría a una mujer que vendiendo su cuerpo dio de comer a sus hijos y los crió? ¿Quién dice que eso es un pecado?

Pregunta: Un empresario que no paga impuestos, ¿es un pecador también? Y los que deciden las guerras, que no somos la gran mayoría silenciosa de la gente, ¿no son pecadores?

Samantha: ¡Por supuesto! Aquí hay demasiada hipocresía. ¿Quién decide qué es pecado y quién no? ¿Dios lo mandó decir acaso? Es una sociedad hipócrita, con doble moral la que pone esos parámetros. Desde tiempos inmemoriales el poder masculino utilizó a la mujer como objeto sexual, y los varones visitan prostitutas en todas partes del mundo, desde todos los tiempos. Pero luego se marginaliza a la mujer que hace eso, se la tilda de pecadora. ¿No es una injusticia eso? Para una trabajadora sexual es gratificante saber que nadie la explota, que hace valer sus derechos y que con su trabajo, elegido libremente, puede mantener a su familia, tal como es mi caso por ejemplo. Lo que sucede es que las sociedades siguen siendo terriblemente machistas y patriarcales, por eso la mujer que tiene varios hombres es mal considerada, denigrada, deshonrada. ¿Pero quién es el justo y quién el injusto? ¿Quién es verdaderamente el pecador en todo esto?

Pregunta: En Guatemala específicamente, o en toda Latinoamérica ¿qué hay más: mujeres prostituidas manejadas por redes de trata y proxenetismo, o trabajadoras sexuales independientes?

Samantha: No disponemos de los datos exactos, pero te diría que en toda Latinoamérica y el Caribe aproximadamente un 70% de mujeres que venden sus servicios sexuales lo hacemos por propia elección. Es decir: somos trabajadoras sexuales independientes. Pero ahí habría que incluir una enorme cantidad de mujeres que, sin decirse explícitamente trabajadoras sexuales, tienen transacciones sexuales con un hombre. Puede incluirse ahí al ama de casa monogámica que mantiene una relación extramatrimonial, por ejemplo. Ahora bien: saber con exactitud cuántas mujeres son víctimas de la trata, de la esclavitud sexual, de la explotación por parte de redes criminales de proxenetismo, eso es un dato muy difícil de tener, porque se mueve muy en las sombras. Nosotras, las trabajadoras sexuales asociadas, organizadas en nuestras asociaciones y debidamente empoderadas, no queremos que se nos asimile con las mujeres violentadas y manejadas por estas redes, porque eso nos pone en un pie de igualdad con aquellas mujeres a las que no se les respetan sus derechos. Si nos encajonan en ese mismo paquete y nos ponen como mujeres en prostitución, nos ponen en una situación de indefensión, siendo justamente todo lo contrario lo que buscamos con nuestras organizaciones. Es decir: queremos dar el mensaje de empoderamiento, de hacer valer nuestros derechos, de que nosotras decidimos sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Pero hay que decir que lamentablemente hay una enorme cantidad de mujeres jóvenes, menores de edad en muchos casos, víctimas de estos negocios ilegales, de la trata, del turismo sexual, de la esclavitud. Y eso claramente es un problema político. Por eso los gobiernos deben tomar cartas en el asunto y desarrollar acciones fuertes, contundentes.

Pregunta: ¿Los diferentes Estados de la región latinoamericana tienen políticas específicas sobre estos temas?

Samantha: No hay políticas públicas como tales. Existen leyes contra la violencia sexual y la trata de personas. La prostitución está penalizada por la ley, y en realidad no hay un reconocimiento del trabajo sexual independiente. Para arreglar un poco toda esta terrible situación de mujeres en prostitución, en trata y en dependencia de redes de proxenetismo, los Estados deben partir por reconocer de una vez el trabajo sexual independiente, que es la única manera de comenzar a combatir en serio la explotación y la esclavitud sexual. Las mujeres que estamos en este negocio no tenemos que llevar la culpa a cuesta, la infamia, la marginación. Las mujeres que están prostituidas deben ser vistas como víctimas y reivindicárselas, no excluirlas y estigmatizarlas.

Pregunta: La prostitución está prohibida, es cierto. Pero ¿por qué? Si lo vemos desde el punto de vista sanitario, es sabido que las mujeres que venden sus servicios sexuales son las que más se cuidan de enfermedades de transmisión sexual siendo un grupo muy poco contagiado con el VIH, justamente a raíz de esos cuidados. De hecho, por diversas cuestiones que hablan de la doble moral reinante, hay muchas más amas de casa monogámicas y heterosexuales portadoras de VIH que mujeres de la comunidad de trabajadoras sexuales o prostituidas. ¿Por qué se prohíbe la prostitución entonces, y por qué la “mala de la película” es la mujer parada en la esquina que ofrece su cuerpo?

Samantha: En realidad la mujer prostituida es una víctima. Se la penaliza a ella y se la lleva presa, pero ella es el eslabón más débil de la cadena, la que paga las consecuencias. Ella es víctima de una explotación brutal, económica, moral, social. Ella no elige estar ahí: la ponen a la fuerza. La ley dice que hay que llevar preso al proxeneta, al que está en el negocio de la trata, al que obliga a las mujeres, en muchos casos menores de edad, a desarrollar ese negocio. Pero así como se aplican las leyes, lo que menos se combate es la explotación, la trata y la esclavitud. La que sale más perjudicada es la mujer prostituida. La sociedad machista hace caer su peso sobre la mujer, y mete en el mismo saco también a la trabajadora sexual, como si fuera una víctima de la prostitución; pero así no se arregla nada. Nosotras no somos un problema. Por el contrario, somos parte de la solución

Pregunta: ¿Algo más para agregar, ya sobre el final de la entrevista?

Samantha: Las trabajadoras sexuales a nivel de toda Latinoamérica exigimos a los Estados y a la sociedad, a nivel general, que pongan mucha atención a lo que estamos haciendo. La legitimidad la tenemos, pero ahora exigimos la legalidad. Somos legítimas trabajadores independientes, pero ahora queremos una legalidad que afiance nuestros derechos, que nos dé un lugar social reconocido como solución y no como foco de problemas, que permita evidenciar que somos seres humanos que queremos aportar alternativas de solución.

Marcelo Colussi
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